viernes, 14 de agosto de 2015

1ª de la Semana Grande en San Sebastián. La tarde fue de Reyes: Don Juan Carlos y Enrique Ponce / por J. A. del Moral



Ambos fueron los más ovacionados en este festejo tan esperado y especial. La presencia del Rey emérito, quizá algo oculto por la localidad que ocupó en el callejón, realzó lo hecho por los tres toreros. La única oreja fue conseguida por el gran maestro valenciano tras matar al noble aunque sosito cuarto toro de Torrestrella que trajo un encierro en su mayor parte mediocre. El peor librado en el sorteo fue José María Manzanares que tuvo que jugársela con el peligroso segundo y nada pudo hacer con el nulo quinto. Causó estupenda impresión el debutante López Simón que de haber matado pronto y bien habría cortado un par de orejas.


 La tarde fue de Reyes: 
Don Juan Carlos y Enrique Ponce

  • Si yo fuera el Rey Juan Carlos, le pediría a su hijo Don Felipe que concediera a Ponce el ducado de Cetrina.
San Sebastián. Plaza de Illumbe. 
Jueves 13 de agosto de 2015. Reinauguración de la plaza tras tres años sin corridas en la capital guipuzcoana y primera de feria. Tarde medio calurosa con casi tres cuartos de entrada en festejo transmitido en directo por TVE.

Seis toros de Torrestrella, justos de presencia y en su mayoría de juego deslucido. Muy blando y protestón el primero. De manejable a progresivamente peligroso el segundo. Noble aunque enseguida rajado y a menos en brío el tercero. Engañosamente noble el cuarto. Muy pronto a menos el quinto. Noble aunque solo por el lado derecho el sexto.

Enrique Ponce (azul noche y oro): Media que escupe y otra media trasera, ovación. Estocada y dos descabellos, aviso y oreja.
José María Manzanares (negro y azabache): Estoconazo, petición de oreja y gran ovación. Media estocada, silencio.
López Simón (marino y oro): Estocada corta tendida y cuatro descabellos, aviso y ovación. Dos pinchazos, estocada y dos descabellos, aviso y gran ovación. 

La significativa presencia del Rey Don Juan Carlos en esta corrida reinaugural de la plaza de toros de Illumbe después de tres años de sequia taurina en Donosti por la prohibición de los festejos taurinos por orden de un alcalde de Bildu – partido felizmente apartado del mandato municipal en las últimas elecciones por la pésima gestión que han llevado a cabo – supuso mucho más que el apoyo Real a La Fiesta. Fue un gesto de españolidad en el mismísimo corazón del País Vasco. Por eso hubo manifestantes en contra del Rey y de la Fiesta Nacional fuera de la plaza aunque apenas se reunieron un par de docenas de vociferantes con banderas republicanas e ikurriñas. Dentro del cubierto recinto, solo se oyeron pasodobles y ovaciones…

Don Juan Carlos ocupó asiento en uno de los burladeros de sombra acompañado de su hija la Infanta Elena. Los tres espadas brindaron sus primeros toros a S M, siendo muy ovacionado durante y después de los brindis con el disgusto de no más de tres o cuatro.
El paseíllo lo contemplaron los espectadores puestos en pie mientras tributaban una gran ovación a los actuantes. Ovación que se repitió después a los matadores que correspondieron en el tercio montera en mano.
Entretenido resultó el festejo aunque bastante menos brillante de lo esperado. El mal juego de tres de los toros enviados pesó demasiado para las expectativas levantadas. Sin embargo, hubo momentos de gozo y por este orden:

La determinación de Manzanares con el peligroso segundo toro que le cogió tres veces en plena faena de muleta, sin que ello mermara un ápice los deseos de agradar del alicantino. Había toreado muy bien con el capote tras recibir al animal con una larga de rodillas. Este gesto de valor fue el anuncio de lo que vino después. Nuca volvió la cara José María y eso que se libró milagrosamente de ser corneado. Mató pronto y eficazmente. Le pidieron una oreja y el nuevo presidente de Yllumbe se negó a concederla. No pudo desquitarse con el nulo e inservible quinto.

Mejor el tercer toro que los dos primeros, López Simón, sustituto del anunciado y desgraciadamente caído Rivera Ordóñez, cayó de pie nada más abrirse e capa. Al público le llegó mucho su natural firmeza, su incondicional y valerosísima disposición, y sus maneras que yo llamaría posmodernistas pues tiene mucho de lo más viejo del clasicismo, sobre todo su sentido innato del temple, y también de lo más nuevo. La mezcla de ambas cosas resulta cuasi explosiva. Además no parece un torero debutante. Da la impresión de llevar mucho tiempo es esto y de ahí que no desentone para nada en los carteles de fuste. Va a dar guerra a los de arriba como ocurrió ayer – también en el sexto, su segundo toro – aunque por su mal tino con la espada perdió la oreja de sus dos enemigos. Una lástima. Pero ahí quedó su sello tan fresco como especial.

Dejo para el final al único triunfador de la tarde que, como casi siempre, volvió a ser quien es: El rey del toreo don Enrique Ponce Martínez. Si yo fuera el Rey Juan Carlos, le pediría a su hijo Don Felipe que concediera a Ponce el ducado de Cetrina. Si fuera inglés y no lo dude nadie, hace tiempo que sería Lord. Si francés, poseería desde hace años la Legión de Honor. Y si norteamericano, imaginen lo que los de Manhattan hubiera hecho ya con Ponce…
Ayer tapó la intrínseca maldad del primer toro que no paró de defenderse por arriba y, con el mejor cuarto, bordó el toreo con la muleta como acostumbra aunque con el hándicap de su extrema facilidad. La aparente sosería del engañosamente noble animal que no trasmitió casi cada y la difícil facilidad prestidigitadora de Enrique, dejaron el triunfo en una sola oreja. Quizá también a cuenta de los dos descabellos y del aviso que había sonado. Si el toro hubiera doblado inmediatamente tras la estocada, el nuevo presidente de Illumbe – antes fue asesor en Azpeitia – hubiera tenido problemas con la concesión de la segunda oreja. Pero es igual. Qué más da. Ponce volvió a Illumbe, plaza que él mismo inauguró en tarde memorable – tres orejas y a hombros – y los donostiarras quedaron asombrados de que tantos años no hayan pasado para Enrique que, cada temporada que suma y sigue, anda mejor…


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