Mausoleo de Manolete / Foto de José María Sánchez Martínez-Rivero
"...Manolete puso a su vida el punto final de gran torero. Había muerto en una plaza de toros como Joselito, como Granero, como Ignacio Sánchez Mejías. Torero de hoy con valor de ayer. Torero de romance. Y para final la Inmortalidad..."
MUERTE DE UN
TORERO
¡Vamos,
Manuel, que es la hora y va a empezar la corrida!
Ese, es
Pinturas, que llora.
La sangre, la
última herida..
¿Ya no te
acuerdas Manuel?
Se quedó tu
sangre a mares en medio del redondel
de la plaza de
Linares.
M. Remis
(Fragmento)
José María Sánchez Martínez-Rivero
En Collado-Villalba, 28 de agosto de 2015
Alfredo David,
peón de confianza de Manolete, ya lo anticipó en una ocasión:
“De pasarle
algún percance grave a Manolete, será a la hora de matar.”
Manuel
Rodríguez, fue uno de los mejores estoqueadores que ha dado la Tauromaquia. Ya
en su presentación en Tetuán de las Victorias, un crítico de la época escribió:
“Que pena que toree tan mal matando tan
bien.”
Marcaba
perfectamente los tres tiempos del volapié, arranque, cruce y salida. En
Linares, “Islero”, no siguió los vuelos de la muleta y cuando Manolete ya le
había clavado el estoque, lentamente; en la salida, el toro giró la cabeza
hacia su lado izquierdo empitonando al diestro cordobés en el muslo derecho con
el pitón del mismo lado.
Don José
Flores, su apoderado, comentaba que el toro no le gustaba y que era muy
peligroso:
“El
toro era muy peligroso, por eso cuando Manolo se acercó a mí, para tomar
estoque y muleta, me preguntó como veía yo al de Miura, le aconsejé: El toro no
es bueno. Échale la muleta abajo y procura dominarlo. Aquélla faena que le hizo
Manolo no era, ni muchos menos, la que el toro merecía.”
“Camará” se dio
perfectamente cuenta de la gravedad de la cornada. Relata:
“Salté
la barrera y corrí hacia el lugar de la cogida. Todavía en la enfermería, yo no
quería creer que la herida fuese mortal.”
Otros miembros
de la cuadrilla dejaron constancia de su impresión al ver a Manolete herido:
Antonio Labrador, “Pinturas”, banderillero del
diestro cordobés:
“El
maestro entró a matar despacio. El toro echó la cara arriba y sobrevino la
cogida. Corrí a hacer el quite y observé, extrañado, que Manolete se quejaba,
cosa que nunca había hecho. Esto me impresionó vivamente y me hizo formar una
idea de la gravedad del percance.”
Dice que no
habló con Manolete en la enfermería, pero que le oyó decir:
“¡Madre mía!, ¡Dios mío!, ¿Pero
el toro habrá muerto de la estocada? ¡Y me habrán dado la oreja!
¡Preocupándose
del triunfo con una cornada que le costaría la vida! Pundonor hasta en su
última hora.
Primo hermano y
banderillero de Manolete, Rafael Saco, “Cantimplas”, relata así los momentos
dramáticos de la cogida:
“Fuera
de la barrera estaba yo, en terrenos de chiqueros, siguiendo el trasteo de
muleta con tanto interés como impaciencia. El toro era manso, echaba la cara
arriba y abajo y en cada pase veía cogido a mi matador. Después de la cogida yo
fui el primero que entró al quite. Tomé a Manolete en brazos, y ayudado por no
sé quien o quienes, lo llevamos a la enfermería. Me salí después. Era tan
tremenda la herida que me dio miedo.”
El picador de
Manolete, Barajas, más conocido por “Pimpi”, estuvo hasta el último momento al
lado del Monstruo. Comentó:
“Estuve a su lado hasta que
expiró. No me separé de su lado un solo instante. Las cinco transfusiones de
sangre las soportó con todos sus sentidos. Se quejaba, eso sí. Y me decía:
Pimpi no te vayas. Dios te pagará cuanto haces por mí. ¡Una tragedia! Yo, la
verdad, en un principio no creí que la cornada pudiera costar la vida a nuestro
gran torero.”
El testimonio
de Guillermo, uno de sus mozos de espada, y que junto con Cantimplas lo
trasladó a la enfermería es desgarrador:
“A
unos metros de Manolo, entre barreras, estaba yo. Perfecta cuenta me di del
peligro que corría el torero. Al Pelu (Cantimplas) y a Pinturas les dije,
varias veces, que anduvieran con cuidado. Y a Manolo cuando montó el estoque,
no pude contener un grito. Fue éste ¡aligera y con el brazo por delante!
Manolo
quiso hacer la suerte con toda
honradez y sobrevino el percance. Fui el primero en llegar a recoger al torero.
Creo que con Cantimplas, Camará, Sevillano y algún otro, le llevamos a la
enfermería. Yo no pude, no quise entrar. Me atenazaba la congoja. Y preferí no
verlo -¡hasta verlo muerto!-, a dar un mal rato a quien tanto quise... No tuve
valor para soportar tan cruel momento”.
Después la
intervención en la enfermería, el traslado al hospital de los Marqueses de
Linares y... la muerte de esa gran figura del toreo. Eran las cinco y cinco
minutos de la mañana del día 29 de agosto de 1947.
¡Córdoba lloró,
junto con España y el orbe taurino la desaparición del gran torero!
José Luís de
Córdoba, periodista y amigo de Manolete, testigo presencial, escribió sobre el
traslado del cadáver desde Linares a la capital cordobesa:
“Venía el cadáver de Manolete en
una sencilla caja de hospital, de tabla lisa, sin forrar, envuelto en un blanco
sudario y en una ambulancia de la Cruz Roja. Le seguía un corto número de
automóviles ocupados por Camará, Álvaro Domecq y otros amigos. En la mañana
nublada, con barruntos de tormenta, se agolpaba el público a un lado y a otro
de la carretera. Los ojos de muchas personas –mujeres sencillas y curtidos
hombres del campo- aparecían enrojecidos por el llanto. Fue emocionante la
entrada en la ciudad por la Avenida del Obispo Pérez Muñoz y la Torre de la
Malmuerta. Y también la llegada a la avenida de Cervantes, en la que ante la
casa del torero, se agolpaba una gran masa de público. Una vez allí fue llevado
el cadáver a hombros de amigos, compañeros y familiares, a una dependencia del
edificio.
Se había cubierto con paños
negros, festoneados de oro el salón donde quedó instalada la capilla ardiente.
Un gran crucifijo la presidía. Allí, a media tarde, quedó colocado el cadáver
de Manolete, que también ostentaba una pequeña cruz entre las manos.”
Representaciones de diversas
cofradías ofrecieron sus estandartes. Se recibieron infinidad de ramos de
flores enviadas por amigos, aficionados y entidades. Comenzó el desfile del
pueblo ante el cadáver del ídolo caído ya colocado en su ataúd definitivo.
Sobre las cuatro y media llegó la
madre de Manolete, procedente de San Sebastián donde estaba de vacaciones. La
entrada de doña Angustias, a la capilla
ardiente fue patética y nunca la olvidaran los allí presentes. Escribió el
periodista amigo:
“Entonces se produjo una escena
desgarradora que impresionó a los presentes. Doña Angustias se abrazó
fuertemente al cadáver de su hijo, para romper en un torrente de sollozos y
lamentaciones.”
¡Angustias, Angustias Sánchez;
Angustias de las angustias: “Un Miura me lo
ha matao”
Acompañaban a la madre del torero
familiares, compañeros, amigos y la madre de Carlos Arruza.
La hora del entierro se fijó, en
principio, para las diez y media de la mañana del sábado día 30; pero hubo de
retrasarse a las cinco y media de la tarde.
Al diestro cordobés le fue
concedida la Cruz de Beneficencia, a título póstumo, en atención a los méritos
por contribuir, con su maestría, valor y desinterés a la celebración de
corridas benéficas. Se la impuso el
Marqués de la Valdavia al salir el féretro de su domicilio camino del
cementerio. En la iglesia parroquial de San Nicolás de la Villa se celebraron
los funerales por el alma de Manolete.
Terminados los oficios religiosos
el cortejo fúnebre prosiguió su camino, en tarde nublada y lluviosa, por las principales calles de Córdoba que
fueron testigo de la presencia de Manolete cuando estaba en su ciudad natal;
plaza del barrio de la Merced, Santa Marina y centro de la ciudad.
Al llegar al coso taurino de Los
Tejares, se hizo la primera parada en recuerdo de los grandes triunfos
obtenidos por el diestro de Córdoba en esa plaza. Siguió el cortejo hasta el
Campo de la Merced, calle Mayor de Santa Marina, Puerta del Colodro y Plaza de
la Lagunilla, en donde en el número 49, se hizo otra parada, para rememorar las
primeras andanzas taurinas de Manolete.
Posteriormente el féretro pasó a
un coche fúnebre tirado por cuatro caballos camino del cementerio de Nuestra
Señora de la Salud donde el cadáver de Manolete fue depositado, en noche ya
cerrada, en el panteón de la familia Sánchez de Puerta, amigos íntimos del
cordobés, hasta la construcción del mausoleo que hoy se puede admirar.
José Luís de Córdoba escribió:
“El gentío regresó del cementerio
como anonadado. Córdoba quedó muda –como transida de dolor- sumida en un
silencio impresionante.”
Manolete puso a su vida el punto
final de gran torero. Había muerto en una plaza de toros como Joselito, como
Granero, como Ignacio Sánchez Mejías. Torero de hoy con valor de ayer. Torero
de romance. Y para final la Inmortalidad.
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