viernes, 14 de agosto de 2015

Salir del toril / Por Rubén Amón



"La tauromaquia, aun siendo un espectáculo sangriento, no invoca al toro bravo para torturarlo sino para adorarlo"

Salir del toril

El Mundo / 13/08/2015.-
El regreso de las corridas a la plaza de San Sebastián, esta tarde, representa un motivo de euforia legítimo y también un inquietante placebo en el aislamiento de la Fiesta misma, con más razón cuando la pujanza de las izquierdas alternativas acompasa el asedio al "anacronismo taurino", teatralizando una conciencia animalista que se ha arraigado en la sociedad porque las mascotas ocupan el asiento principal de la mesa y porque la apología del reino animal supone la aspiración de la inmortalidad, aunque sea haciendo trampas, como Disney, en su sarcófago crionizado.

Nos acechan los malentendidos a los aficionados, sobre todo, porque la ecología y la globalización, síntomas opulentos de la idiosincrasia contemporánea, deberían fortalecer y no debilitar un acontecimiento estético entre cuyas evidencias figuran la responsabilidad medioambiental y la originalidad de una misa pagana inconcebible fuera de su contexto genuino.

El tercer malentendido es el político. No ya por la vinculación arbitraria de la tauromaquia a la derecha, el conservadurismo y el mantón de Manila de Esperanza Aguirre, sino porque el dogmatismo de la revisión histórica pretende intoxicarla como una prolongación intolerable del franquismo.

Y entonces se pone uno a recordar que José Tomás es republicano y de izquierdas, incurriendo en la misma trampa de la politización y alimentando un debate en el que sorprende e irrita la debilidad de los taurinos. Tanta debilidad que hemos carbonizado los avales de Lorca yPicasso. Y que tenemos a Vargas Llosa exhausto, consumido, en el cascarón de proa, cada vez que necesitamos un estímulo moral entre nuestros complejos.

No hay que buscarle excusas ni coartadas a una pasión irracional, visceral, estética, asumiendo, por idénticas razones, que la misa del ruedo requiere la muerte. Y que la muerte, en su oscuridad progresiva -la sombra consume al sol a medida que transcurre la lidia- ofrece un fabuloso contraste a la creatividad y al arte efímero. Entiendo que pueda resultar pedante aludir a la dialéctica de Eros y Tanatos, pero urge mencionarla porque la tauromaquia, aun siendo un espectáculo festivo, hedonista, excesivo, sangriento, no invoca ni convoca al gran toro bravo para torturarlo ni para humillarlo, sino para adorarlo como el tótem de una cultura que celebra la eucaristía pagana y mediterránea, toreando a la muerte por naturales y rebuscando en las entrañas de los fieles la sincronización coral, telúrica, del ole.

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