martes, 22 de septiembre de 2015

Dámaso se queda quieto otra vez / por Ricardo Díaz-Manresa




Estatua frente a la plaza de toros de su Albacete. Dámaso tan querido en su tierra, uno de los toreros más importantes nacidos donde mayor número de vocaciones hay. En este artículo se cuentan algunos de los méritos de Dámaso.


Dámaso se queda quieto otra vez

Y tenía que ser en su Albacete. Quieto otra vez. Y para siempre. Y mirando a la puerta grande de su queridísima plaza, a la que sigue yendo habitualmente, no como muchos compañeros que se retiran, de su mundo, del mundo, cuando lo hacen de las plazas, de estar activos, de su vida profesional. Dámaso, un león silente, un monstruo, un torerazo. No tiene que esconderse, ni amargarse, sino da la cara y nos hace recordar cada tarde -desde su barrera- su orgullo, su historia y su impecable biografía. En la plaza y por la ciudad, sus calles y sus rincones.

Dámaso se queda quieto otra vez. Como siempre. En su estatua inagurada en la pasada feria. Completa. De los pies a la cabeza. El Dámaso de Albacete, Damaso –sin acento- para los que lo rebautizaron. Estatua de cariño costeada por suscripción popular. Puro amor. Total admiración. Orgullo verdadero por el paisano. Del bolsillo de los suyos moneda a moneda. Todo un ejemplo. Aprended de Albacete, que tiene algo.

El más valiente que he visto con Diego Puerta. A los dos nadie les quita el título. Puerta, el seise, el sevillano, superando múltiples cornadas como si fueran caricias. Y al tajo otra vez más entusiasmo que antes. Un caso extraordinario. 

Y otro caso Dámaso. Le daban palizas los toros en sus comienzos, incluso después de la alternativa. Y nada. Su poco peso le hacía volar, se estrellaba contra el suelo y con su muleta otra vez ahí. Otra vez a la cara porque para él era normal. Y tampoco las cornadas le hacían mella. No mellas, sino medallas que le colgaban. Valiente además al máximo : no he visto a otro estar más tiempo delante de la cara del toro, como si estuviera en la barra de un bar. Un monstruo.

Dámaso es el único torero, el único, al que he oído una declaración fuera de serie. No fue su tiempo más feliz cuando empezaba de novillero, ni cuando arrasaba, ni en la alternativa de lujo, ni en las grandes ferias durante muchos años con los mejores, ni en su consagración, ni al final de su carrera poniendo a todos de acuerdo, incluso a sus furibundos enemigos, que los tuvo y muchos. ¡Lo mejor para él fue su etapa de maletilla, cuando más disfrutó, corriendo caminos, comiendo lo que le daban, durmiendo en los pajares, saltando a las plazas de capea, tirándose a las de tienta cuando le invitaban a torear tras estar mirando mucho, o irse sin la oportunidad de dar un pase!. Vocación de piedra, ilusión de gigante, esperanza de elegido por los dioses. Qué humildad, qué sencillez, qué nobleza, que afición, qué agradecimiento, qué alma buena para decir eso.Qué sinceridad.

Esas fueron sus primeras caricias íntimas. Pero tuvo que soportar torturas, sobre todo en Madrid, donde le pitaban, le contaban los muletazos, lo querían descontrolar (sin conseguirlo nunca, claro), le hacían crónicas crueles (como las de Navalón, que Dios perdone como a todos nosotros, y que no le hizo cambiar de camino), como otros que se sumaban siguiendo criterios y opiniones equivocadas. Con todo pudo y a todos venció. Al final, le cayeron unánimes bendiciones.

He escrito de su enorme valor y de su tiempo interminable delante de los pitones, pero donde de verdad era mejor todavía, bueno del todo, en el temple inimitable. Tanto templaba que convencía –es decir, sometía- a muchísimos toros. Un fuera de serie.

Tuvo dos pegas para mí. Su falta de ambición por atrapar el cetro del toreo o, al menos, intentarlo. Se conformaba con disfrutar con lo que hacía, que era mucho. Y ni una queja, ni una mala cara, ni una mala palabra. Y la otra fue la estética, que le abandonó. No muy alto, no cuerpo apolíneo, poca elegancia en el vestir de torero, hizo famosa su estampa de camisa desabotanada en el cuello y la corbata en la nuca, que afeaban sus grandísimas faenas.

Fue el rey del parón. Recuerdo a Pedrín Benjumea y también a Manuel Ruiz “Manili”. Y él que lo mejoró, alargó y perfeccionó como el que lava. Sin una angustia ni un miedo, ni un sobresalto, ni una intranquilidad. Y lo pasó a Paco Ojeda, que con su personalidad elevó a los altares ese estilo. Y Miguel Ángel Perera que lo recogió, rumió, elegantizó, y redondeó. Durante muchos años en la cima y con los mejores. Divino parón de Miguel Ángel y de los que le precedieron.

Dámaso González eclipsó a otro Dámaso destacado, a su estilo pero respetadísimo, Dámaso Gómez, y se erigió desde Albacete y para toda España y el resto mundial del circuito de ferias como el Dámaso del Toreo.
No he visto en mi vida un ambiente tal como el que despertaba Dámaso en sus ferias de Albacete cuando sus años cumbres. Las apoteosis damasistas las llamaba yo y…no me perdía una. Varias tardes cada año en su feria, llenazos, alegría, admiración, triunfos, cariño. Increíbles esas apoteosis. Volvía loco a su público encantado.

Más todavía en la competencia aunque era otra cosa (dos frente a frente), que también viví allí, de niño , de la pareja de albaceteños, Pedro Martínez “Pedrés” y Juan Montero, que fue tremenda, con toda la ciudad, o muchísima, pendiente durante toda la temporada de las actuaciones, y las radios rugiendo sin parar de hablar de ellos, y colocando sus pasodobles sin descanso : Pedro Martínez “Pedrés”/el diestro maravilloso/ con su valor prodigioso/ya se ha hecho famoso, en el mundo entero… Y Juan Montero/ ay Juan Montero/ que brillas sobre la arena/ con tu fama de torero/ el sol de España en tus venas…

Y no digamos cuando aparecían por los septiembres en su tierra, mano a mano, en su plaza del final de la calle de la Feria. Tremendo. Asombroso. Atractivísimo. Para vivirlo. Pues las apoteosis damasistas más.

Chicuelo II –otro famoso de la tierra aunque adoptado- tiene su estatua también en la explanada de la plaza. Otro caso de otro estilo. Pero Dámaso se ha adelantado, o lo han adelantado, a Pedrés, en este homenaje público, que será continuo. Dámaso, qué grande eres como persona y como torero. Lo has sido, lo eres y lo serás. Y gracias por los buenísimos ratos que me has hecho pasar viéndote en el ruedo : acojonado o feliz, pero inolvidable. Verte en Albacete en aquello días era un privilegio, triunfador que fuiste en todas partes.

Albacete, que tiene algo, es el mayor criadero de toreros del siglo pasado y lleva camino de serlo de éste. Hay unos cuantos que no acaban de funcionar pero demuestran que las vocaciones ahí siguen y que hay relevo : Rubén Pinar, Sergio Serrano, Miguel Tendero, Dámaso hijo, el retirado reciente Juan Luis Rodríguez y muchos novilleros. Y la múltiple familia Amador. Y el gran Aberlardo Vergara y muchos otros que no recuerdo ahora porque escribo de memoria. Y el más sobresaliente tras Dámaso: Manolo Caballero. La lista es tan larga que sería éste un artículo interminable.

Dámaso González, Dámaso de Albacete, Damaso (sin acento) o como te quieran llamar valiente entre los valientes y templando entre los templados te merecías esta estatua y mucho más. Y ahora, sí, y con menos esfuerzos, te va a quedar siempre quieto. Otra vez. O sea, lo tuyo.


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