Pedro Romero y Pepe-Hillo
"...La corrida de toros es una de las más auténticas expresiones del romanticismo. Sus auges fueron simultáneos. Fines del siglo XVIII. Pero qué iban a saber Pedro Romero, Costillares y Pepe-Hillo, si eran románticos o no, si en Leipzig se había publicado Werther, si en Bonn había un músico llamado Beethoven..."
Romántico toreo
Jorge Arturo Díaz Reyes
Al romanticismo le han puesto gentilicio. Alemán. Es una convención. Para qué discutir. El romanticismo, proclive al patriotismo, no tiene patria, es de todas las patrias.
Tampoco tiene fecha, ni edad, es de todas las épocas. Aquiles, Sócrates, Jesucristo, El Cid, Pedro Claver, Bolívar, Belmonte, Hemingway... son personajes románticos o romantizados.
También lo han querido encasillar en la literatura y el arte. Pero los trasciende, mucho más allá de haberles marcardo un período, un estilo, una moda, un zeitgeist. Está en toda la cultura, en todas las culturas, como una manera de ser, sentir, pensar, soñar, hacer.
La naturaleza, el instinto, la pasión, lo auténtico, el yo, el honor, la justicia, la lealtad, la generosidad. El amar mucho, el vivir épico, el morir heroico… El sacrificar un mundo para pulir un verso. El escribir con sangre porque la sangre es espíritu. El jugarse todo a nada, la vida incluso por alegrar al pueblo. Ese más corazón que razón, reprobado por Sancho en el Caballero de la triste figura.
La corrida de toros es una de las más auténticas expresiones del romanticismo. Sus auges fueron simultáneos. Fines del siglo XVIII. Pero qué iban a saber Pedro Romero, Costillares y Pepe-Hillo, si eran románticos o no, si en Leipzig se había publicado Werther, si en Bonn había un músico llamado Beethoven.
Qué iban a saberlo. Ni lo necesitaban ni les interesaba. Sin embargo fueron románticos como el que más. Lo dicen sus leyendas. Los adoraron. Iconos del rito trágico, que pintaron, predicaron, y cantaron; Goya, Peña y Goñi, Jaurranz, Penella, Espronceda…
Su ocaso también será simultáneo. En la globalizada sociedad que rinde culto al pragmatismo, la virtualidad y la moneda, los valores románticos, van a la baja. Las cosas ya no son como son sino como parecen, y al toreo le dejan solo dos caminos; morir en su ley, o descargar la suerte y travestirse a una más de las tantas pantomimas posmodernistas con que se arrean hoy las masas.
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