jueves, 29 de octubre de 2015

Manzanares, distinto y distante / Por Paco Mora



Hoy hace un año. Dios mío qué pena más grande. Yo ya no veré otro como él. Puede que vea otros muy importantes, pero distintos. Como él, ninguno... Hoy hace doce meses que subió a la gloria eterna del toreo una referencia insustituible para todos los que se visten de luces.

Manzanares, distinto y distante

Hace un año justo que subió a la gloria eterna del toreo una referencia insustituible para todos los que se visten de luces. Como lo fueron Gallito y Belmonte, Chicuelo, Manolete, Pepe Luis, Pepín, Antoñete y antes Pedro Romero, Lagartijo, Frascuelo y Guerrita. Todos ellos y algunos más forman parte indisoluble e irrepetible del Parnaso de los dioses de la tauromaquia. Nacerán, si es que nacen, otros toreros grandes, mejores y peores pero no como los que marcaron el toreo con su personalidad distinta y distante.

A la hora de hablar de la colocación en la plaza y frente al toro, así como de torería temple y gusto para interpretar todo el repertorio del arte del toreo, habrá que recordar siempre a José María Dols Abellán, Manzanares por parte de padre. Murió demasiado joven mientras dormía. No tuvo la suerte de morir en la plaza pero se le lloró y se le llora como si lo hubieran llevado a la gloria los cuatro caballos negros empenachados del coche fúnebre que condujeron los restos de El Espartero. Hasta esa “Giralda, madre de artistas, molde de fundir toreros” le dijo al Giraldillo suyo que se pusiera un traje negro en señal de luto, para que toda Sevilla se desbordara en lágrimas, derramadas por un torero que había adoptado como suyo.

Hoy hace un año. Dios mío qué pena más grande. Yo ya no veré otro como él. Puede que vea otros muy importantes, pero distintos. Como él ninguno.

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