domingo, 22 de noviembre de 2015

Veinte años sin Rafael Farina / por Ignacio Miranda



Gitano y cantaor tocado por el duende, se consagró como una gran figura de la copla.

Veinte años sin Farina

Tuvo una voz privilegiada que le permitió cantar como los ángeles hasta el final de sus días. Por algo se llamaba Rafael. Potente, clara, profunda y con un eco único, sin igual. Gitano y cantaor tocado por el duende, se consagró como una gran figura de la copla que también bordaba los fandangos y otros palos del flamenco. Sin esfuerzo. Porque al venero que brotaba de su garganta sumaba un magnífico oído. No necesitaba play back ni se aliviaba con falsetes. A veces tampoco micrófono.

Admiraba a Manolo Caracol. Era bronco en el trato, de naturaleza desconfiada por las privaciones que pasó de churumbel, cuando cantaba a cambio de la voluntad en la Plaza Mayor de Salamanca. Sus cantes se escucharon en juergas de señoritos por el barrio chino. Ya en Madrid, cuando el nombre de Rafael Farina empezaba a sonar, le contrató para su espectáculo Concha Piquer y se decidió a cantar con orquesta. Entonces comenzó una exitosa carrera coincidiendo con el esplendor de la canción española en pleno franquismo.

Hace veinte años que nos dejó Rafael Motos Salazar, hijo de tratantes nacido en un pajar de Martinamor. Un señor castellano que deslumbraba en los escenarios irradiando fuerza y poderío. Siempre impecablemente vestido, con la mirada penetrante de los de su raza. Juncal y gallardo como si saliera del "Romancero gitano". Con un timbre de voz de barítono, y un amor a la profesión propio de los últimos juglares. El Frank Sinatra español, sin duda. Por eso, en vez de cantar a Nueva York, lo hizo a su adorada Salamanca, donde le cupo el honor de pregonar las fiestas patronales en 1995 a modo de premonitoria despedida.



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