El 23 de enero de 1516, enfermo y agotado, moría el Rey. En su lecho de muerte finalizó su obra cambiando su testamento que garantizaba la unidad de España.
- “Yo, el Rey” bajo su rúbrica, era clara: perpetuar la unidad de España. Una unidad que se había reconstruido tras ocho siglos de reconquista y que recuperaba lo que la monarquía cristiana visigoda había logrado territorial, legal y administrativamente.
500 AÑOS DE SU MUERTE
Fernando el Católico, un Rey para la unidad de España
Juan E. Pflüger
“Se le cayó la quijada (…) más a la verdad su enfermedad era hidropesía con mal de corazón, aunque algunos quisieron decir que habían sido hierbas porque se le cayó la quijada”. Con estas palabras narró el cronista Lorenzo Galíndez de Carvajal los últimos momentos de Fernando el Católico. Alojado en una modesta propiedad de la orden de Calatrava en Madrigalejo llamada casa de Santa María, el monarca que forjó la unidad de España se encontraba postrado en cama. Acababa de sufrir un ictus –la caída de quijada de la que hablaba el cronista- y tenía una insuficiencia cardíaca además de dolorosos accesos de gota. Tras pedir confesión, el Rey se sentía morir, llamó a los relatores y escribanos y al tesorero real y se aprestó a modificar su testamento.
Su intención, que quedó sellada con un “Yo, el Rey” bajo su rúbrica, era clara: perpetuar la unidad de España. Una unidad que se había reconstruido tras ocho siglos de reconquista y que recuperaba lo que la monarquía cristiana visigoda había logrado territorial, legal y administrativamente.
El mismo modelo había sido el empleado por los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, cuando completan la unificación territorial.Primero con su matrimonio, que une los reinos históricos de Castilla y Aragón, luego con la culminación de la reconquista el dos de enero de 1492, con la toma de Granada. También siembran la semilla de la unidad ibérica con el matrimonio entre sus hijas –primero Isabel y a su muerte María- con Manuel I de Portugal. Solo quedaba Navarra que consiguió unir a la corona Fernando, aunque Isabel, había muerto diez años antes y no pudo ver culminado el proyecto que ambos plasmaron en 1475 en la Concordia de Segovia.
Fernando aseguró las posesiones españolas, porque gracias a él y a Isabel se podía volver a hablar de una política internacional común para España en el Mediterráneo, en las campañas italianas y en la expansión imperial en América, donde Castilla llevó la iniciativa, mientras Aragón le guardaba las espaldas en la Península.
El proyecto común estaba afianzado, pero había que darle continuidad. Por eso Fernando, en su lecho de muerte, decidió cambiar su testamento. Cuando su hija Juana ya había heredado la corona de Castilla, que había gobernado Felipe el Hermoso hasta 1506, saltó una generación y nombró heredero de todas sus posesiones, que quedaban unificadas a su nieto Carlos de Habsburgo.
Pero su obra, llevada al alimón de su primera esposa Isabel –Tanto monta- no se quedó en la mera unificación territorial. La unificación religiosa, como paso previo a la jurídica, la unificación lingüística en la administración, la unificación militar,… el proyecto común que hemos heredado y que justifica su continuidad estaba arrancando.
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