lunes, 1 de febrero de 2016

¡COMIENZA LA TEMPORADA! / por José María Sánchez Martínez-Rivero.



¡COMIENZA LA TEMPORADA!


José María Sánchez Martínez-Rivero.
En Collado-Villalba, febrero de 2016.
En este mes de febrero da comienzo la temporada taurina en España. Habrá corridas de toros en ciudades y pueblos, las fiestas son diversas en cada lugar teniendo cada una su peculiaridad, que le da exclusividad, respecto a la afición que se sentará en los tendidos y al toro que saldrá por los chiqueros. Pero a todos les une lo que suele pasar en un día de toros. Por la mañana, por la tarde camino de la plaza y después de la corrida.

Los componentes de la fiesta apoderados, toreros –tanto de oro como de plata-, mozos de espada, ayuda etc. tienen una rutina, siempre la misma, para cada lugar donde actúa su matador. Partiremos de viaje enseguida para ponernos en el traje y la piel de estos personajes e ilustrar a los que se acercan -por primera vez a la fiesta- y conozcan lo que pasa antes de que, por la tarde, se sienten en el tendido. Al aficionado nada que decirle que no sepa ya. 

Llegada la cuadrilla al pueblo o ciudad donde se celebrará la corrida, da comienzo un ritual casi idéntico en cada sitio. Demos suelta a nuestra imaginación – no tratamos de reseñar nada estricto y único-, y veamos que pasa por la mañana.

A primera hora de la misma –sobre las diez o las once- el mozo de espada llama a la puerta de la habitación para despertar al matador. Golpes contundentes.

- ¡Ya va!

El matador aturdido todavía por el sueño bien por la inquietud o por la responsabilidad, -casi todos por esta última-. Se levanta y abre. 

- Buenos días, matador, – le dice su mozo de espada-.

- ¿Qué tal está el tiempo, Tomás? Pregunta.

- Muy bueno. Asómate al balcón y lo verás. Sin viento que nos moleste esta tarde. 

El mozo de espada trae todo lo que ha de vestir, por la tarde, el torero: camisa rizada, faja, pañoleta y otras en perfectas condiciones de uso y planchadas. 

Tomás, abre el armario y saca un vestido de torear.

- No. Ese no, que no se nos dio bien la última tarde de la temporada pasada. Saca el espuma de mar.

Obedece al gusto del matador. 

Y comienza a “hacer la silla”. En el respaldo la chaquetilla y sobre ésta la blanca camisa. Sobre el asiento la taleguilla, el chaleco, la castañeta y la montera. Otras prendas de interior menores las tiene más a mano dejándolas sobre la cama. El capote de paseo aparte.

El matador, una vez levantado, pasa a asearse para estar como un pincel hasta que llegue la hora de salir para la plaza. Desayuno- si le apetece- ligero. 

En la habitación recogimiento. Lectura, música, atender a algunos amigos etc. Ahora, modernamente, móvil o tablet. 

El apoderado, antes de ir al apartado, da la orden:

- Que no molesten al matador, Tomás. Llamadas de centralita ninguna o alguna urgente si acaso. Por el móvil se controla perfectamente quien llama y ya se verá si contestamos o no.

La entrada a la habitación donde descansa el torero no es tan fácil. Está controlada por el mozo de estoques. Se selecciona. 

- Buenos días, don Antonio, pase.

Otro visitante, normalmente el “amigo” que dice serlo y no lo es.

Es el típico pelmazo que solo quiere una o dos entradas para la tarde. Tiene poco porvenir. 

- No puede usted pasar, el matador está descansando. Dígame su nombre y le diré que estuvo aquí para desearle suerte. 

- Osú, vengo de hacerme trescientos kilómetros y me sales con estas. Bueno, que se le va a hacer.

Los amigos de los toreros es una especie muy curiosa. Podemos distinguir –entre otras- dos clases fundamentales: el amigo de verdad –que aprecia al torero y que desea su triunfo- y el “adulador”.

El primero le dice la verdad –siempre molesta- y le aconseja. El segundo es aquél para el que todo está bien.

El primero habla así a su torero:

- Esta temporada tenemos que salir a darlo todo. Plazas de primera, ganado de prestigio y a arrimarse. Recuerda lo que le dijo Manolete a Parrita, cuando le comentó que quería ser torero: “Lo serás sí te quedas quieto.” ¡Quieto, con lo que esto significa!

- ¿Para qué será este mi amigo? –piensa el torero-, anda que si no lo fuera.

El otro, el “adulador”, todo lo que hace su torero lo ve bien.

- Tú si tienes que “aliviarte” te alivias y punto. Primero tú y luego tú, que esto es muy largo. Y si chillan, que chillen.

Piensa así delante de su torero porque teme perder su amistad. Pero en su fuero interno, ya sentado en el tendido, quisiera que su torero se quedara quieto, armara el taco y triunfara aunque fuera a costa de la cornada. Pero, ¡ay!,¿Quién se lo dice?

Descanso y a esperar la hora de vestirse. Antes a comer algo ligero si se puede tragar.

Acto muy importante se producirá a las doce de la mañana –en la plaza-, apartado y sorteo de los toros a lidiar por la tarde. Se han dado cita: la empresa, los apoderados, uno o dos banderilleros de confianza de los matadores, los veterinarios, el mayoral de plaza, el Presidente de la corrida y el delegado de la Autoridad. Pueden asistir otras personas y la prensa, según la importancia del festejo. Eso sí, en este acto, los ajenos a los matadores silencio y a observar.

Es sabido por los aficionados que los toros –en principio- fueron aprobados el día anterior; pero su suerte definitiva la tendrán en esta circunstancia. Pueden haberse lastimado por la noche, ya en los corrales, y hay que observarlos en este momento.

Aprobados. Se procede a hacer los lotes. El más grande con otro menor. El más descarado de cuerna con otro menos descarado…, así según se vea hasta conseguir enlotarlos. 

Primer lote: “Ratonero”, número 27, negro y “Rabón”, número 21, negro.

Segundo lote: “Perdigón”, número 24, negro, y “Costurero”, número 6, negro.

Tercer lote: “Carbonero”, número 28, negro. y Naviero, número 19, negro bragado.

Los pesos también se tienen en cuenta. Pero como decía Juan Belmonte:

“El peso es un problema para las mulillas, a mí lo que me importan son las ideas que tengan.”

Se toman dos sombreros, el del mayoral y otro donde han sido introducidos papelitos con los dos números por cada lote. Es decir, números 27 y 21 y así sucesivamente. En los sorteos de las corridas de Manolete el sombrero de cierre era el del periodista y amigo del matador don Antonio Bellón que el autor de este escrito contempló en 2010 en el museo Manolete de Villa del Río. Se procede a extraer cada papelito para cada matador donde figuran los dos toros que le han correspondido y ¡suerte! 

Vuelta al hotel a informar, cada uno, a su matador. 

- La corrida es bonita y está bien presentada- le dice el apoderado al matador-.

- De los dos nuestros- informa su banderillero de confianza- el primero es amplio de cuerna, pero tiene buen cuello y hechuras de embestir. El otro, es más abrochadito de pitones y más bajito. Yo creo que va a embestir.

¿Cuál es la verdad? La verdad es que todos atenúan los defectos que el miedo les hace ver. Son más grandes y con más pitones de lo que dicen; pero ya los verá el matador cuando salgan por los chiqueros momento en el que no se puede ir de la plaza sin torear lo que le salga. En fin…

Ya por la tarde, a primera hora:

-Vamos, matador, arriba que hay que vestirse y se acerca la hora –le dice el mozo de espada-.

Puede ocurrir, casi siempre es así, que a la ceremonia de vestir al torero que ha de lucir como un samurai, asistan allegados y algunos amigos de confianza. Se oye:

-¿Qué terno nos ponemos, Juan?

-El que ves en la silla.

-Bueno, en fin, a mí me gusta más el que sacaste en Madrid, el grana y oro y que te trajo suerte –dice el amigo imprudente-.

El matador, ya muy concentrado en sí mismo, va a lo suyo. Oye campanas pero no sabe dónde. Sigue el ritual. Finaliza. 

El torero, si tiene creencias religiosas, enciende unas velitas en la capillita que tiene sobre la mesilla de noche antes de salir para la plaza. Piensa: “¿Señor, será ésta mi última tarde?”. Reza: Padrenuestro, etc. etc.

Último vistazo ante el espejo. Piensa: “Voy bien. Espero tener suerte” y con el capote de paseo en su brazo izquierdo y la montera en la misma mano, sale al pasillo del hotel camino del coche de cuadrillas, hoy, generalmente, una furgoneta –muy cómoda- expresamente preparada para todos.

- ¡Suerte! -Le desean los que le ven salir-.

- Gracias, -responde-.

- Da la orden: ¡vámonos, que puede haber mucho tráfico!

Dentro de la furgoneta todos los que van no hablan o hablan poco y medido: silencio y concentración. La incertidumbre les atenaza. Miedo no hay, de momento, prudencia toda.

El gran Juan Belmonte solía decir que: “Los días de corrida crece más rápido la barba.”

Los picadores ya han llegado a la plaza con anterioridad.

Ya se ve la plaza. Aumenta la presión sanguínea.

- Por la derecha. Acércate a la puerta de cuadrillas – dice el mozo de espada al conductor-. Descienden.

Pasan por un pasillo formado por curiosos –que no verán la corrida- y aficionados que sí la verán.

Saludos. Algunas fotos con seguidores. 

- Vamos “pa dentro”, Juan, le dicen.

- Ya voy –contesta-, terminando de firmar un autógrafo o hacerse fotos con algún aficionado o aficionada.

Puerta de cuadrillas y adentro. Hay quien se mete en la capilla y quien pasa directamente al patio de cuadrillas. Esto es variable.

Si pasa directamente, y con tiempo al patio de cuadrillas, saludos y fotos con aficionados, paisanos y amigos que han podido lograr estar en ese lugar privilegiado. ¡Martirio para el torero! Pero…, esto es así.

Una señora preguntó a Manolete estando en esta circunstancia porqué estaba tan serio y le respondió: “Señora, ¿le parece de risa que a las seis de la tarde esté en el patio de cuadrillas y a las seis y cuarto pueda estar con Dios?

El matador espera sobre la pared del patio de cuadrillas, con su capote de paseo sobre el brazo izquierdo, mano izquierda sobre la derecha que sujeta la montera; calla, está serio, concentrado en lo que ha de venir. Echa una mirada al ruedo y al tendido. La opinión del estado de la plaza –lleno, media entrada etc.- se la reserva. Piensa: “Como me salga un toro, la vuelvo bocabajo” seguro de sí mismo. Como decía el Guerra: “No te va a salir uno, te van a salir dos...”, queriendo decir que no hay que esperar “el toro” sino lidiar o torear lo que salga y tratar de triunfar con él.

Ya el mozo y ayuda están en su sitio, en la plaza, donde sitúan –sobre la barrera- los capotes de brega. 

Plaza llena. Público expectante.

Todos en su lugar. Los toreros con sus capotes de paseo perfectamente liados.

¡Pañuelo blanco! Toque de clarín electrizante. Despeje. Paseíllo. Aquí, conviene reseñar una anécdota de Rafael El Gallo que, ya listos para hacer el paseíllo, le hizo está pregunta a su compañero de terna:

“¿Tú crees que sin “guías” de a caballo sabríamos nosotros, en estos momentos, dónde está el palco de la Presidencia?”

Se refería a lo que hace el miedo ante la inminente salida del toro. 

Cambio de la seda por el percal. Otro toque de clarín y saldrá el toro: ¡que sea lo que Dios quiera!

Ha terminado la corrida.

Salen de la plaza de mal humor y dolidos o de buen humor y alegres según haya ido la tarde. Los toreros nunca quieren estar mal.

Regreso al hotel. Éste puede ser triunfal con gran cantidad de amigos esperándole o con los incondicionales si la cosa no estuvo bien.

El apoderado habla con el torero – que no es figura todavía- de la corrida, dándole un toque de atención diplomático:

- El primero era un “marrajo” de mucho cuidado. Por el izquierdo no tenía ni uno, aunque te empeñaste en sacarle pases y lo conseguiste. Ése es el camino. Me gustó mucho la manera de entrarle a matar al segundo. Pero tienes que tener en cuenta que habiendo cortado Manolete dos orejas en Madrid, su apoderado, “Camará”, le dijo que había hecho algunas cosas que no le gustaron. ¡Fíjate, y había cortado dos orejas! O sea, que para ser primera figura no hay que contentarse con los triunfos, si no tratar de ser mejor que el mejor siempre y perfeccionarse cada tarde. Toreando, a lo largo de años, en todas las ferias y plazas de primera se llega a figura del toreo. Joselito El Gallo, toreó 105 corridas de toros en 1916 y en todas las plazas. Toreros buenos hay; pero figuras del toreo, pocas.

- Lo sé. Y en ello estoy es el único camino. Los que hoy son figuras así lo entendieron –responde el torero-.

Entra la relajación en la habitación, ducha, cena en compañía de todos y a dormir o a partir, en la furgoneta, para otra plaza. Será señal de que tiene muchos contratos firmados.

La temporada sigue feria tras feria hasta la última, la del Pilar, donde esta rutina terminará hasta la próxima temporada o continuará en Hispanoamérica, nunca se sabe. Todo depende, una vez más, del torero que sea capaz de ganarse los contratos. 

La temporada 2016 ha comenzado ¡suerte para todos!

     

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