sábado, 19 de marzo de 2016

Dinero raro / por Joaquín Albaicín


El cortijo "Pino Montano" en Sevilla, era propiedad del torero Joselito “El Gallo”. Luego pasó a ser propiedad de su hermana y su cuñado, el cual era Ignacio Sánchez Mejías y sus herederos lo conservan. La historia comienza verdaderamente bajo la influencia de Ignacio Sánchez Mejías, y es que, su indudable amistad y romance con el poeta Federico García Lorca, hizo que la famosa, conocida e importante Generación del 27 se reuniera en varias ocasiones en el cortijo para debatir sobre España, Andalucía, la poesía, etc.

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¿Cómo era posible, me preguntaba yo de jovencito, que un novillero de cartel de la posguerra adquiriese a tocateja una espléndida finca y un matador de primera fila de hoy, con las cantidades que ahora se cobran, tarde tantos años en poder considerarla legalmente suya?


Dinero raro

Joaquín Albaicín
La finca, la finca… ¡El sueño de todo torero! Pero la finca ya no es el previsible colofón de antaño, sino guinda para la tarta cuyo dulzor a veces hace que se atragante la temporada. Conozco a más de una figura que, pese a los años que lleva pegando pases, ha de seguir toreando porque aún no ha acabado de pagar la soñada hacienda. Es algo que antes me intrigaba, pues mi abuelo compró una al contado ya con lo que ganó de novillero. ¿Cómo era posible, me preguntaba yo de jovencito, que un novillero de cartel de la posguerra adquiriese a tocateja una espléndida finca y un matador de primera fila de hoy, con las cantidades que ahora se cobran, tarde tantos años en poder considerarla legalmente suya?

Con el tiempo me di cuenta del porqué. Antes, como las cosas
costaban menos, el dinero valía más. Hoy, como todo es cada día más caro, el dinero vale menos -y para menos- cada día que pasa. El peliagudo asunto, que no por que se lleve a la chita callando deja de estar en mente de todos, queda de lo más patente en Montecristo, una novela de Martin Suter que ha sacado hace poco Libros de Asteroide. Y no porque en ella se miente para nada a mi abuelo ni a nadie de su época, ni tampoco a Ponce, ni a Talavante, ni a Javier Conde, ni a Israel Lancho ni a ningún coleta de hoy, más que nada porque la mención vendría poco o nada a cuento en Suiza, donde transcurre la trama.

Montecristo nos cuenta la peripecia de un reportero de televisión a cuyas manos llegan un buen día dos billetes de banco con idéntica numeración, lo que le lleva a descubrir la existencia de series enteras duplicadas. Se trata de dinero que “existe” sólo cuando conviene a su emisor y que después, tan en secreto como fue emitido, es metódicamente destruido en un almacén blindado por dos caballeros muy bien trajeados que valen tanto para un roto como para un descosido. Y, ¿a santo de qué tanto trabajo? Lo explica muy bien uno de los personajes:

-Muy fácil. Porque es más seguro que utilizar series que no existen. En una revisión serían identificados por los detectores electrónicos. Las numeraciones duplicadas, no.

Suter construye, pues, una perfecta metáfora novelada de hasta qué extremos de refinamiento falsificador y frialdad criminal -porque hay cadáveres- puede llegarse en un mundo donde, ya lo decíamos, la utilidad del dinero es cada vez menor y cada vez necesitas más para poder comprar lo que quieres, hablemos lo mismo de un café con leche que de un yate. Antaño, el que ganaba una cantidad de dinero curiosa, era rico para siempre. Hoy, ser rico cuesta un esfuerzo sobrehumano, pues hay que seguir esforzándose por serlo cada día más so pena de acabar convertido en pobre-pobre, que debe de ser un coñazo. Y es tremendo, esto de ver tanto a magnates como a menesterosos consumiendo sin cesar megabytes y megabytes de basura psíquica supurada por millones y millones de soplagaitas haciendo todo el día clic en el ratón.

Ya sabemos que gran parte del dinero que los bancos y las grandes corporaciones se asume que manejan no es real más que sobre la pantalla del ordenador, en un limbo convencional, en un juego del Monopoly en el que, en un momento puntual y de común acuerdo, todos los jugadores miran hacia otro lado mientras sus socios y no tan socios ordenan y reciben transferencias tocomocho que después sus contables ajustan un poco como los ejecutivos de la novela de Suter queman los billetes duplicados. Esto -que se comercia con aire- es del conocimiento común, sólo que el protagonista de Montecristo se queda de piedra y encuentra poderosas motivaciones para emprender una peligrosa investigación al respecto, porque claro, si actuara como un ciudadano razonablemente bien informado, no habría novela. Y hubiera sido una pena, porque esta, con su magnífica combinación de humor e intriga, es de las que entretienen de verdad. Así que felicitamos a Suter por su sabia decisión.

Y deseamos que su protagonista, el intrépido cámara Jonas consiga algún día rodar su película de alto presupuesto y, si puede ser, quedarse con la chica. ¡Aunque todo -el contrato millonario, la moza de buen ver y que se deja…- sea virtual! Pero hay que seguir en el lío… Así que, ¡suerte, Jonas!
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Foto: José Luis Chaín

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