miércoles, 30 de marzo de 2016

La vieja verdad / Por Jorge Arturo Díaz Reyes.


Foto: Juan Pelegrín, www.las-ventas.com


"...La corrida, rito-espectáculo, se ha hecho un asunto comercial, una empresa, la dirige un empresario y debe ser rentable o no ser. Hay que meter en ella los que pagan todo; montaje, ganaderías, toreros, promoción, impuestos, la propia plaza, profesionales y negocios conexos. Captar espectadores. No digamos aficionados que también cotizan pero son especie minoritaria, poco apreciada y en vía de extinción. Como tantos bizarros encastes. Como el honor mismo..."


La vieja verdad

Jorge Arturo Díaz Reyes
Cali, 29 de marzo 2016
Entre las muchas preocupaciones de un productor taurino (como dicen ahora), vender las entradas es quizá la mayor. De ahí pende todo. Sin taquilla fluyente la fiesta es inconcebible. No hay tal que el toro es el rey. Ahora el rey es el dinero.

La corrida, rito-espectáculo, se ha hecho un asunto comercial, una empresa, la dirige un empresario y debe ser rentable o no ser. Hay que meter en ella los que pagan todo; montaje, ganaderías, toreros, promoción, impuestos, la propia plaza, profesionales y negocios conexos. Captar espectadores. No digamos aficionados que también cotizan pero son especie minoritaria, poco apreciada y en vía de extinción. Como tantos bizarros encastes. Como el honor mismo.

¿Y quién atrae la clientela? Igual que en todo mercado, la marca, la materia prima del marketing, el nombre del artista. Lo demás es lo de menos, está demostrado, pues a despecho del animal y las otras ventajas que imponen Fulanito “inventor de toros”, Menganito “enfermero milagroso” y Zutanito “especialista sublime del toro bobo” pueden colgar el cartel de “No hay billetes”, dejar a la parroquia con tres cuartas de narices, y repetir. Lo saben. Lo sabemos.

Claro, no solo pasa en lo taurino. Pasa en todo. La imagen suplanta la realidad. La idea el objeto. Lo que nos dicen a lo que vemos. La publicidad es la vara mágica que trastoca.

Posmodernismo llaman los doctos esta era de impostura. Hay que ver los mamarrachos que se venden por fortunas en las galerías de arte. Las idolatrías masivas a políticos impresentables. O las millonadas astronómicas que recaudan por doquier cuatro esperpentos tutankamónicos aullando y gesticulando disfrazados de niños rebeldes.

Es lógico. Este mundo virtual, prefabricado, psicodélico, encuentra intolerable la autenticidad de la corrida, y presiona sobre sus anacrónicos valores y códigos --¡Vamos! Entreguémoslos a cambio de la bolsa-- dicen muchos, y parecen ganar. Sin embargo, aun de tarde en tarde, un torero y un toro se salen de la fila y vuelven a reivindicar en el ruedo la vieja y esencial verdad. La que más allá del dinero ha mantenido el culto.

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