viernes, 27 de mayo de 2016

Corrida del Corpus en Toledo. De otra galaxia / por J. A. del Moral




"...Lo que hizo el valenciano ayer en Toledo nos lleva a afirmar que ha roto sus propios e inalcanzables esquemas y logrado que su toreo haya progresado en tan altísima medida, que bien podemos calificarlo de pertenecer a alguien de otra galaxia. No hay posible parangón ni posibilidad alguna de que cualquiera de los mejores toreros del pasado y de la actualidad ni de lejos hubiera podido acercarse a las maneras con las que ayer vimos a un Ponce sobrenatural..."

Brillante, resplandeciente, hermosa y egregia lucía la Custodia de Arfe en su día más pomposo. Corpus Cristi toledano


Corrida del Corpus en Toledo. De otra galaxia

J. A. del Moral· 27/05/2016
Fotos de Manu de Alba

PRÓLOGO DE ÁNGEL CONEJO TENORIO

Brillante, resplandeciente, hermosa y egregia lucía la Custodia de Arfe en su día más pomposo. Corpus Cristi toledano

Tras ser restaurada con el mayor mimo y temple por los orfebres en estos últimos meses,su majestuosidad y grandeza inundaban las calles históricas del Toledo mas señorial y enjundioso. Su paso solemnísimo en su devenir procesional matutino nos embarga de emoción a los toledanos y foráneos contemplando, absortos, un espectáculo sin parangón. Esencia imperial. Potencia castellana. Tradición y arraigo. Acervo cultural. Patrimonio sublime de una ciudad histórica con señera identidad y sobria entidad. Corpus en Toledo. Su día GRANDE. Culto y fervor en una fecha emblemática que liga su sentido religioso con el festivo en tandas de mano baja y trazo exquisito, con la celebración de la corrida de toros vespertina.

Fecha relevante durante múltiples años en el calendario taurino, orillada durante un interregno de su categoría cartelera, y rescatada en los últimos tres años con el regreso perdido de su fuste y brillo. Y este año con el acento especial del aniversario de Mendigorria. 150 años. Más que una vida. Toda una efeméride.

Siglo y medio de vivencias. De triunfos y glorias toreras y ganaderas. De cogidas y fracasos. De silencios y broncas. De oles y ays. De épicas y líricas. Desde su alumbramiento con Cayetano Sanz, Antonio Fuentes y Frascuelo, pasando por todas las generaciones doradas del toreo. Y varias con su sello toledano. Sobrios, austeros, clásicos, ortodoxos y con puros conceptos. Desde Domingo Ortega, adalid de la EDAD DE PLATA, hasta el neoclásico y profundo artista Alvaro Lorenzo.

En el sendero, múltiples e ilustres nombres. Pablo Lozano, Gregorio Sánchez, Morenito de Talavera, Domingo Dominguín, Luis Miguel, el grandioso picador Rubio de Quismondo, Eugenio de Mora, etc…

150 años de HISTORIA. 150 años como referente patrimonial toledano y español. Toledo y Mendigorria. Mendigorria y Toledo. Arraigo eterno. Simbiosis pluscuamperfecta. Para la eternidad. ¡¡¡GLORIOSA TOLEDO…¡¡¡




Enlazando con la maravillosa orfebrería de la Custodia toledana que evoca el prólogo que antecede a nuestro comentario, decir que ayer asistimos ciertamente asombrados y felices a una corrida de toros con resultados cuasi redondos porque salieron a hombros tras lidiar y matar una corrida de Garcigrande, Enrique Ponce que cortó cuatro orejas y debieron darle el rabo del cuarto toro, El Juli que cortó una de su primer toro y otra del quinto, y Álvaro Lorenzo que sumó tres, dos de ellas tras matar divinamente al tercer toro.


Ponce estuvo magnifico desde la A hasta la Z con el que abrió plaza y sencillamente genial con el cuarto. El Juli muy entregado en su lote que fue el que llegó menos lucido al último tercio por culpa de una suerte de varas mal administrada. Y el nuevo diestro de la tierra, Álvaro Lorenzo, mostró más que sobradas virtudes que nos anunciaron un muy brillante y duradero porvenir.


Hasta lo aquí simplemente apuntado, podemos afirmar que la corrida resultó estupenda en su conjunto. Está visto que hay que salir de Madrid para gozar de una tarde completa y feliz. Los toros en tipo y con pesos idóneos suelen dar muchísimo mejor juego que las enormes reses que se lidian en Las Ventas.


Pero ayer, ¡señores qué lujo¡, asistimos ciertamente embelesados y hasta extasiados a una de las obras de arte taurinas más brillantemente singulares que hayamos visto en nuestra larga vida de aficionados. Fue la inenarrable y grandiosa faena que Enrique Ponce llevó a cabo frente al estupendo cuarto toro de la tarde. Describir como fue esta faena no es tarea fácil porque de seguro que no hallaremos palabras suficientes ni adecuadas al portento poncista.


Cerciorados de que Ponce está atravesando un momento sensacional por todos los conceptos, ayer tuvo lugar en la Ciudad Imperial el más brillante acontecimiento de su vida artísticamente hablando.
Añadido, no como colofón, sino como el anuncio de una novísima época a sus más recientes actuaciones en La Real Maestranza de Sevilla dentro de su Feria de Abril y a la de hace muy pocos días en Las Ventas de Madrid.


Lo que hizo el valenciano ayer en Toledo nos lleva a afirmar que ha roto sus propios e inalcanzables esquemas y logrado que su toreo haya progresado en tan altísima medida, que bien podemos calificarlo de pertenecer a alguien de otra galaxia. No hay posible parangón ni posibilidad alguna de que cualquiera de los mejores toreros del pasado y de la actualidad ni de lejos hubiera podido acercarse a las maneras con las que ayer vimos a un Ponce sobrenatural y voy a intentar explicarlo.

El cuarto toro de Garcigrande tuvo unas hechuras de embestir absolutamente ideales y Ponce sabía que eran así porque nos lo dijo antes de que el animal saliera a la arena a cuantos ocupábamos las barreras, justo encima del burladero de matadores: “El mío que va a salir ahora va a ser un tacazo de toro. No puede fallar”.


Y que vaya esta frase del gran maestro por delante para que nadie crea que esta obra fue la mejor de entre de las centenares de faenas mandonas que lleva cosechadas como nadie ha logrado a lo largo de la historia.

Un toro de nombre “Aguafiestas”, apelativo que, por sugerencias negativas, nos llevó a recordar el nombre de otro histórico de la ganadería de Torrestrella del que Enrique cortó un rabo en El Puerto de Santamaría llamado “Malapata”. Recuerdo de aquella tarde veraniega que el residente sacó sus tres pañuelos a la vez y que los espectadores se volvieron hacia el palco para aplaudirle el gesto de aficionado sabio y cabal.

Si lo que ayer hizo Ponce en Toledo lo hubiera hecho en Sevilla, o en cualquier otra plaza de la baja Andalucía, no puedo ni imaginar los que habría sucedido. Una locura colectiva se habría extendido por entero en estos pueblos y ciudades

A mi lado se sentó ayer el grandísimo aficionado inglés e íntimo además de queridísimo amigo, Michael Wigram, que es el seguidor más fiel de Ponce y el que más tardes le ha visto porque hasta yo mismo no le he visto tantas veces aunque, muy posiblemente, sea un servidor quien más ha gozado de sus triunfos en las plazas de todo el mundo. Tanto Michael como yo teníamos sobradas razones para creer a pie juntillas que lo afirmado por Enrique como antesala premonitoria de lo estaba por llegar de inmediato iba a ser una absoluta realidad.
Real como la vida misma, si. Pero irreal por su inaudita belleza. Y así fue para nuestra suerte y para la de cuantos estaban en la antiquísima plaza de toros de Toledo.

Este magnífico animal tuvo una característica muy singular: que en la faena no fue de los que repiten y repiten como lo había hecho en el recibo por verónicas rodilla en tierra una vez fijado tras sus iniciales huidas y, sobre todo, en un preciosísimo quite por chicuelinas de manos muy bajas, sino de esos que esperan entre muletazo y muletazo.
Esperó en efecto largos segundos entre pases y ello lo aprovechó Ponce no solo para recrear maravillosamente cada una de las distintas suertes – todas las fundamentales y las más exquisitas de adorno – que compusieron su grandiosa obra, también para llenar los muchos huecos del genial trasteo con ese saber y ese poder que le distingue hasta llegar a parecer un virtuoso del gran ballet en la puesta en escena del portento.

Mise en scène propia de los más grandes intérpretes de la danza porque Enrique Ponce no solo es un gran torero, sino a la vez un gran actor capaz de introducir en sus obras muleteras las más sublimes maneras de lo que en el arte del toreo hay de representación escénica. Tanto es así que, cuando ambas cosas acontecen gracias a la bondad de las embestidas de un gran toro, el público deja de atender al animal para fijarse solamente en el torero. Es decir, “desaparece” el toro y solamente vemos al torero, por completo dueño y señor de ese escenario que, al fin y al cabo, es el mismísimo ruedo. 

Solemos o solían decir los críticos de antaño aquello de que en una gran faena debían acontecer suertes muleteras de todas las marcas entre las fundamentales – naturales y contrarias – y las de adorno. De todas estas hubo en el faenón que Ponce nos regaló ayer en la cálida tarde toledana. Pero con características especialísimas porque en cada muletazo y en cada ir o venir pareció que el mismísimo Miguel Ángel Buonarotti había bajado a la arena para esculpirlos y para dejarlos en nuestras retinas, en nuestras mentes y en nuestros corazones como algo imperecedero. Como un sueño milagroso hecho realidad.
Ese sueño hecho realidad es, muy precisamente, en lo que Enrique Ponce anda últimamente tan empeñado que, si llega la ocasión ideal de encontrarse con un ejemplar como el de ayer de Garcigrande, la obra cobra tintes de enorme e inolvidable acontecimiento.

La plaza, entera, asistió al suceso tan extasiada que en muchos momentos no se oyó ni el vuelo de una mosca. ¿Qué estaba pasando?, ¿Cuál fue razón de tamaña hipnosis colectiva? ¿Por qué nadie gritó ni apenas se subscribieron con ovaciones las rondas como acontece a en casi todas las corridas triunfales?
Porque no hubo rondas sino bellísimas esculturas vivientes talladas en mármol de Carrara o plasmadas en bajorrelieves imperecederos.
Una estocada contundente nos devolvió a la vida más real y fue entonces cuando se desató la pasión, cuando resucitamos todos los presentes del sueño vivido, cuando nos abrazamos unos a otros para celebrar cuanto habíamos tenido la inmensa suerte de ser testigos directos de la obra cumbre de un torero cumbre. Del torero más grande de la historia. Por eso, cuando Enrique terminó de dar la vuelta al ruedo hasta que llegó a los medios para saludar, el público puestos todos en pie le tributó una ovación tan larga en el tiempo como el que tardó en recorrer el anillo. Una ovación tan clamorosa que le compensó del increíble robo del rabo.

Y es que los trofeos que le concedió un estúpido e insensible presidente fueron los mismos que ya le había dado al mismo Ponce tras matar a su primer toro, los mismos que dio merecidamente al joven Álvaro Lorenzo tras matar a su primer enemigo. Y no, no se concedió el rabo que todos pedimos con ansiedad para Ponce. Pero después de lo sucedido, ya solo hubo orejas solitarias. Al menos numéricamente se marcaron las diferencias.

El Juli hizo un esfuerzo sobre humano con el quinto toro tratando inútilmente de epatar a Ponce. Lo mismo que con el segundo aunque todavía no había sucedido el sueño torero de Ponce. Le fue materialmente imposible conseguir su apasionado propósito. Y al final se le vio en la cara un gesto de resignación.
Y Álvaro Lorenzo por su felicísima parte tras cuajar una ilusionante, premonitoria y completa actuación con el capote por excelentísimas verónicas y una faena de muleta cuasi perfecta con el estupendo tercer toro, tuvo que vérselas con el el peor con mucho del envió y hasta sufrió una espeluznante cogida de puro milagro sin consecuencias.
Y a los tres se los llevaron a hombros hasta la calle abarrotada de público y tratando como fuera de acercarse a los toreros. Era ya casi de noche. La luz solar se igualó con la de los faroles y Toledo, el Toledo Imperial, lo fue como en los años en que Carlos I de España y V de Alemania paseó por su Alcázar gozando de la puesta solar.

Hoy no quiero o, mejor dicho, no puedo escribir más sobre lo sucedido en Toledo. Y pido perdón a mis lectores por no haber logrado redondear ni estar a la altura de Enrique en esta crónica que, eso sí, acabo de escribir en mi ordenador hecho corazón. Corazón partío como nunca. Corazón que ayer se me partió en mil pedazos. Gracias, Enrique. Muchas gracias. Jamás podremos pagarte por tanta maravilla.

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