viernes, 6 de mayo de 2016

RETAZOS TAURINOS (XI) / por EDUARDO SOTO



"...para el negocio no es muy conveniente el aficionado por su conocimiento, capacidad crítica y exigir más autenticidad en el espectáculo. Al negocio taurino le conviene un público que entienda poco de las condiciones del toro, del arte y valor de los toreros..."

RETAZOS TAURINOS (XI)

EDUARDO SOTO
Mérida-Venezuela, 06/05/2016
Hay una obra de Don Juan Pedro Domecq Solís, perteneciente a una conocida familia dedicada por generaciones a la cría de reses bravas, en que trata de distinguir entre bravura y toreabilidad. Señala que bravura es la capacidad de luchar hasta la muerte, por lo que para poder juzgarla y calificar al toro, debe observarse su comportamiento en todos los tercios de la lidia y no solamente en la suerte de varas. En cambio, la toreabilidad es que el toro persiga el capote o muleta y es más fácil de conseguir cuando es menos fiero o tiene menos casta. Pero entonces, a tal toreabilidad le faltaría el componente esencial de la emoción y es mucho más difícil lograr el equilibrio entre toreabilidad y casta, objetivo que debería perseguir el criador de toros de lidia.

Estas opiniones de tan connotada figura de la Fiesta Brava, ponen de manifiesto, una vez más, la complejidad de la crianza y selección del toro bravo y las dificultades para acertar en la búsqueda del objetivo, a pesar de los refinados estudios genéticos y las avanzadas técnicas computarizadas de selección que puedan utilizarse. El distinguido Ingeniero Agrónomo, cuyo libro se llama Del toreo a la Bravura, falleció en un accidente automovilístico en 2011.

Hace poco tropecé con un escrito, que calzaba la firma de Javier Bustamante, autor que no conocía, quien hace una serie de planteamientos interesantes y trataré de resumir, a mi modo, la esencia de alguno de ellos.

Se trata de la metamorfosis de las corridas de toros de rito ancestral a mero negocio, con lo cual, no es de extrañar, que los aspectos económicos tiendan a predominar sobre la calidad del espectáculo. Se espera que el torero repita triunfos tarde tras tarde, para satisfacer la expectativa de quien paga por ver el espectáculo, pero al ser la tauromaquia un arte, el torero, por su condición de artista, no siempre es capaz de sentir inspiración, crear belleza y emoción en momentos predeterminados, es decir cuando le toca lidiar su toro.

Para facilitar el problema y tratar de garantizar una cierta regularidad en su impulso creador, al torero le ponen delante un toro comercial, soso, que no molesta, con mucha nobleza y poca casta, que a veces ni siquiera permite apreciar las cualidades del diestro.

En tales circunstancias, para el negocio no es muy conveniente el aficionado por su conocimiento, capacidad crítica y exigir más autenticidad en el espectáculo. Al negocio taurino le conviene un público que entienda poco de las condiciones del toro, del arte y valor de los toreros y que se conforme con ver actuar a un diestro del que ha oído hablar, pues las técnicas de mercadotecnia especializada se han encargado de popularizar su nombre, aunque la faena haya podido ser un sin fin de fruslerías.

Así las cosas, la plaza ha dejado de ser terreno para dirimir rivalidades taurinas y donde había que destacarse para lograr el siguiente contrato. Un buen desempeño ya no es suficiente, pues ahora los carteles se determinan en cónclaves, según la conveniencia de empresas, toreros, apoderados, ganaderos, con una que otra participación de padrinos influyentes, todos actuando como corporación en función del negocio taurino.

Este cúmulo de circunstancias ayudaría a explicar el paulatino deterioro del espectáculo, por lo que se impone la recuperación de la emoción y de la leal competencia en la Fiesta Brava. Buena vara, don Javier.

Mariano de Cavia, distinguido cronista zaragozano, quien bautizó Califa a Lagartijo, era reconocido periodista y catedrático, a tal punto que existe un prestigioso premio que lleva su nombre. En cierta ocasión, en una corrida en extremo aburrida, donde habían desfilado por la arena cinco auténticos bueyes, salió por fin un toro bravo y codicioso. Todo el mundo se deshizo en alabanzas para con este último de la tarde y pareció olvidarse de los anteriores, lo que dio pie para que Don Mariano hiciera gala de su fino sentido del humor y comentara con un dejo de ironía: El toro es el animal más noble de la tierra... si se exceptúa al aficionado. ¿No les parece?

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