"...Aunque cuando vimos anunciada en los carteles esta corrida nos temimos lo peor, cualquier previsión negativa fue superada con tantas creces que puedo afirmar haber sido testigo de una de las más peligrosas en mi ya muy larga vida de aficionado..."
Aceite de ricino para desengrasar con una peligrosa moruchada de matadero
J.A. del Moral · 01/06/2016
Madrid. Plaza de Las Ventas. Martes 31 de junio de 2016. Vigésimo sexta de feria. Tarde medio veraniega con dos tercios de entrada muy repartidos.
Seis toros de Saltillo, presentados en el tipo y pelaje cárdeno característicos de su encaste con algunos asardinados por estrechos y otros avacados por sus cornamentas. Dieron juego parejo en mayor o menor grado de mansedumbre y peligrosidad. El peor fue el tercero que fue devuelto a los corrales tras sonar los tres avisos. El cuarto fue un manso pregonao. Y el menos malo el sexto.
Sánchez Vara (verde y oro): Estocada muy tendida, silencio. Sablazo habilidoso, palmas.
Alberto Aguilar (berenjena y oro) Tres pinchazos y estocada corta baja, dos aviso y palmas. Pinchazo, estocada perpendicular trasera y descabello, silencio.
José Carlos Venegas (blanco y oro): Estocada corta atravesada, pinchazo y estocada al borde de los tres avisos que sonaron, siendo devuelto el toro a los corrales, palmas. Dos pinchazos y estocada, silencio.
César del Puerto destacó en su heroica brega con el quinto. Y en banderillas, anduvo enorme David Adalid que fue el más largamente ovacionado de la tarde. También merece mención el rehiletero José Carlos Tirado.
Aunque cuando vimos anunciada en los carteles esta corrida nos temimos lo peor, cualquier previsión negativa fue superada con tantas creces que puedo afirmar haber sido testigo de una de las más peligrosas en mi ya muy larga vida de aficionado. Y sobre todo alguno de los seis toros que se lidiaron en inabarcable peligro para cuantos intervinieron.
Posiblemente habrá quienes disfrutaron viendo semejante moruchada y hasta lo pasaron en grande cuando en muchos momentos faltó muy poco para que la tragedia tomase carta de naturaleza. Si no ocurrió fue por la gracia de Dios. Por eso no caben hoy censuras ni recriminaciones a los que estuvieron en el ruedo haciendo lo posible, y hasta lo imposible, en su intención de que aquello que pretendieron les saliera, no digo bien porque fue lograrlo una quimera, sino simplemente liberador de muchísimas situaciones de altísimo riesgo.
No hay dinero suficiente en el mundo que pueda compensar lo que, tanto los matadores como no pocos miembros de las cuadrillas, tuvieron que soportar desde la inexperiencia haciendo de tripas corazón. Fue como para salir corriendo de la plaza y no volver jamás a ponerse delante de un toro. Estoy seguro que muchos de entre los toreros que no tuvieron más remedio que afrontar semejantes situaciones, sufrirán terribles pesadillas en sus sueños.
Pero ¿por culpa de quien o de quienes ocurrió esta guerra sin cuarteles? Pues en primer lugar por los criadores de estos fieros es decir muy poco y prácticamente incontrolables animales que más parecieron protagonistas de una película de tiranosaurios que de lo que se entiende por reses de lidia. Y en segundo lugar por los que programaron el festejo porque si un servidor se temió lo peor, imagino que los que compraron esta corrida sabían de antemano lo que podría suceder y, encima, con tres jefes de cuadrillas que apenas torean, como sin ir más lejos el tercer espada, José Carlos Venegas, que el año pasado solamente había actuado en tres ocasiones. Fue llevarles al matadero cuando los que debían haber sido sacrificados fueron los toros bastante antes de ser vendidos.
No sé ni me importa saber con qué criterios fueron seleccionadas y criadas estas reses que, desde luego, no fueron para la lidia en el más moderno sentido de la palabra. Habrá unos cuantos que intentarán describir lo sucedido como propio de tiempos lejanos, más que decimonónicos o deciochescos, cuasi antidiluvianos. Pero un servidor no puede admitirlo de ninguna manera.
Fue tan mala esta corrida que hasta resultó entretenida pese a lo poquísimo bueno que pudimos ver salvo algunas intervenciones de algún peón en la brega como fue el caso de César del Puerto durante la lidia del quinto toro previa a la suerte de varas. Admirable es decir poco porque cada capotazo que pegó fue netamente heroico. O como los sensacionales pares de banderillas que puso David Adalid en los segundos tercios del tercer toro y del sexto. Pocas veces hemos visto ovacionar con más fuerza y más duración a ningún peón como al señalado para su satisfacción y gloria.
Comparar lo que hicieron Cesar del Puerto con el capote y David Adalid con los palitroques respecto a lo que intentaron los demás lidiadores ayer, fue tarea imposible. Loor y gloria a ambos maestros por capaces de superar lo insuperable en medio de una batalla sin posibilidad alguna de llevar a cabo algo que se pareciera al toreo meramente formal que actualmente se practica.
Sánchez Vara al menos pudo estirarse un poquito con la derecha en su frustrado intento de faenar al primer toro que, de salida, cantó su condición de morucho. Pero con el cuarto todo fue materialmente imposible por su pregonada mansedumbre y por su terrible peligro en banderillas – todos fueron desarmados durante este tercio – y, no digamos, en la muleta. Y menos mal que dobló tras la estocada. Verle muerto produjo una general satisfacción de alivio.
Alberto Aguilar por ser el más toreado de la terna, al menos pudo estirarse y hasta sentirse al natural en contados pases durante la faena del también muy manso segundo al que, por cierto, masacraron en varas con razón. Pero el quinto pareció bueno al lado del anterior. La eficaz, firme y valentísima brega ya mencionada con la que Cesar del Puerto trató de domeñar la furia y la feroz manera de comportarse en varas, fue admirable. Como también el picador José Carlos Sánchez y el matador Aguilar estirándose lo mejor que pudo por redondos diestros en su faena de muleta.
Pero el peor librado fue el tercer espada, José Carlos Venegas. El tercer toro se picó a la carambola por su incesante huir. Sin embargo, el tercio de banderillas que cubrieron David Adalid y José Carlos Tirado fue el momento más brillante y más celebrado del festejo. Sensacionales ambos con los palos. La ovación que recibieron fue colosal. En el inicio de la faena, Venegas fue cruelmente desarmado con un sorpresivo hachazos del animal que, luego, se dejo por el pitón izquierdo permitiendo unos cuantos naturales desmayados del matador para después pasar las de Caín tras rematar los intentos con la muleta mediante un macheteo que terminó enredadísimo. Una estocada muy mal colocada y muy difícil de extraer aumentó las dificultades para descabellar. El tiempo fue pasando inmisericorde dando lugar a dos avisos. Una vez extraído el estoque que impedía descabellar medianamente bien, Venegas volvió a entrar a matar al mismo borde de los tres avisos. El tercero sonó inmediatamente de haber enterrado la espada. Pero como el toro seguía vivo, los cabestros se lo llevaron a los corrales. No lo tomó en cuenta el público que trató de compensar del tremendo disgusto a Venegas con cariñosas palmas.
En la lidia del sexto y último, David Adalid fue el más feliz protagonista de cuando aconteció hasta los meros intentos de pasar al animal por el lado derecho que fue el menos malo de su lote. Porque con la izquierda volvió a ser violentamente desarmado. Con dos pinchazos y estocada terminó esta infernal corrida que puso a todos de acuerdo en valorarla como una desastrosa calamidad.
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