jueves, 4 de agosto de 2016

Curro Díaz, poesía y jondura / por Paco March



Cumplirá Curro Díaz veinte años como matador de toros la próxima temporada y o el taurinismo está muy ciego o va estar en todas las ferias. El toreo, en estos tiempos negados a la belleza y el misterio, precisa de un torero como él.

Curro Díaz, poesía y jondura

Hace ya cinco años , Miguel Vega publicó en Edicions Bellaterra (¿dónde si no?) un hermoso libro: "Curro Díaz, torero lorquiano" que, claro, pasó desapercibido. Vega es profesor de literatura y nació en Linares, como Curro Díaz (como Curro Vázquez, como José Fuentes…). El autor justifica el título escribiendo: "Desde sus inicios Curro Díaz siempre me evocó la poesía jonda de Federico García Lorca".

Y más: " He vuelto al "Poema del cante Jondo"… y a esos versos lorquianos, tan flamencos, tan misteriosos, tan trágicos, porque he visto torear a Curro Díaz y porque intuyo que su toreo se emparenta con aquella poesía de Lorca".

Lo escribía Vega hace un lustro y ahora, hoy, ayer en Azpeitia, hace tres días en Calasparra, la tarde de luto y llanto en Teruel, en marzo en Madrid… es más evidente que nunca.

Cumplirá Curro Díaz veinte años como matador de toros la próxima temporada y o el taurinismo está muy ciego o va estar en todas las ferias. El toreo, en estos tiempos negados a la belleza y el misterio, precisa de un torero como él.

A Curro Díaz, durante años, le han negado muchos de quienes hoy abren los ojos (nunca es tarde), y ya no podrán cerrarlos a la evidencia de una forma de hacer y decir el toreo (Bergamín) en el que este se revela como conjunción de lo hermoso y lo trágico y, a través del artista, el torero, atrapa a quien lo contempla. Y es que el toreo de Curro establece una íntima conexión con el espectador.

Muletazo corto, decían y ese parapeto estilístico ya les valía para desdeñarlo. Quizás tuvieran razón pero, aún así, ya en ese tiempo de negación y ausencia, Curro era puro aroma, sutileza, compostura y eso tan indefinible como tan evidente cuando se tiene: torería.

Pero volvamos al ahora. Un ahora en el que hace apenas veinte días que Curro Díaz recogió de la arena de la plaza de toros de Teruel a su compañero Víctor Barrio ya herido de muerte. Ahogó su llanto, mató a ese toro que, al mirarle frente a frente, quizás le decía yo no quise y la tarde siguiente toreó en Pamplona. 

Un ahora en el que la faena de Azpeitia a su primer toro de Pedraza de Yeltes se engrandece aún más conforme pasan las horas. Menos de diez minutos duró una obra para el recuerdo, una sucesión de instantes encadenados por el hilván del misterio y el embrujo, la jondura y la gracia. Azpeitia, en el corazón de Euskadi, fue luz del sur, perfume de la marisma y en los repletos tendidos sus recias gentes y los llegados de otros lugares (un malagueño entre ellos, doy fe) levantaban acta mientras se dejaban llevar por la prodigiosa llamarada del toreo más hermoso.

El citado libro de Miguel Vega acaba así: " Un torero que apenas le dejen un poquito acabará escribiendo las más hermosas página del toreo: Curro Díaz".

En ello está.

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