domingo, 11 de septiembre de 2016

Continúa imparable la inagotable y asombrosa creatividad de Enrique Ponce en su muy tardío debut de Navaluenga / por J.A. del Moral.



"...ando a punto de dar las gracias al malvado José Tomás por su fechoría vallisoletana contra Ponce que, por cierto, viendo el video de su “apoteosis” en el coso del Paseo Zorrila, hasta da vergüenza leer a no pocos colegas. Pero, oigan, ¿cómo se puede mentir tanto? ¿Cómo se pueden decir cosas que nada tuvieron que ver con la funesta realidad?..." Y, encima, igualándole con un Manzanares tan genial como en Las Ventas isidriles…


Continúa imparable la inagotable y asombrosa creatividad de Enrique Ponce en su muy tardío debut de Navaluenga. 

J.A. del Moral 11/09/2016
Perdido y bien hallado este pueblo de la provincia de Ávila que descubrimos muy crecido en habitantes en este final del veraneo y en fiestas – de 2000 a 20000, en este cierra del caluroso solsticio -, tras dormir en un lugar ciertamente singular por todo, “Posada Real de El Linar del Zaire” que se halla en otro pueblito muy cercano al de la cita. Sitos ambos en el precioso valle del río Alberche que rodea la sierra de Gredos a 40 kilómetros de la capital y a 100 de Madrid y, sin embargo, con una grata sensación de placentera lejanía. Como si hubiéramos descubierto un pequeño y a la vez gratísimo oasis.

Anteanoche viajamos en el comodísimo furgón Mercedes de la cuadrilla del maestro y un servidor sin dormir apenas aunque silentemente admirado de la habilísima pericia de José Luis Maza, el segundo chofer de Enrique y hermano de Julio, el primero. Éste, además de magnífico conductor –ambos los son -, fabuloso fotógrafo por simple afición que le ha convertido en experto profesional del reporterismo. José Luis se sabía los recónditos caminos tan bien, que parecía haberlos recorrido mil veces, siendo la primera. Los dos hermanos son un manantial de inteligente simpatía. Como toda la muy hermanada y fraternal cuadrilla. ¡Qué hombres más expertos!, maestros en lo suyo, y más abiertos a esa amistad que solamente prodigan las auténticas gentes de bien. Pareciera que copian milimétricamente al matador. Y así funcionan cada tarde de lidia en todas partes.

Ayer destacó el picador José Palomares en un soberbio puyazo con posterior derribo y perfecta caída en pie del joven gran varilarguero con un toro netamente murubeño de Castillo de Huebra, tanto para bien como para mal porque no cesó de huir y de mirar desde que salió hasta morir como miran los toros de Murube – mucho más que los de otras vacadas – tras casi todos los embroques, lo que obligó al maestro a extremar el sentido de las distancias, de las alturas, del temple y, ojo, también del valor, gracias a lo cual pudo reeditar una de sus impresionantes a la vez que melodiosas faenas que estos días prodiga en inagotable progreso – cada tarde mejor que la anterior y peor que la siguiente siendo también fabulosas -, que hasta parece que estamos soñando en vez de viviendo la realidad torera más prolífica y brillante de todos los tiempos.


Estoy tan feliz siendo testigo directo de cuanto les cuento escribiendo en cada madrugada, que hasta ando a punto de dar las gracias al malvado José Tomás por su fechoría vallisoletana contra Ponce que, por cierto, viendo el video de su “apoteosis” en el coso del Paseo Zorrila, hasta da vergüenza leer a no pocos colegas. Pero, oigan, ¿cómo se puede mentir tanto? ¿Cómo se pueden decir cosas que nada tuvieron que ver con la funesta realidad? Y, encima, igualándole con un Manzanares tan genial como en Las Ventas isidriles… Lo dicho: Que gracias a la fechoría del galapagarino, estoy disfrutando más que nunca en mis 51 años recorriendo el mundo viendo toros. Gracias, tío y que Dios te siga confundiendo…


Suave calor en la placita casi llena de Navaluenga. Un recinto postmodernista, pues la solanera conserva parte de lo viejo en antiguas piedras y añade la arquitectura del hormigón con visera en sombra. Brisa incesante que impidió torear en los medios. Y una corrida realmente interesante de esas que hay que ponerles toda la atención porque, hasta los buenos toros que deparó tuvieron no pocos intríngulis para corregir.


Lo consiguió Ponce como solamente lo sabe hacer él ante dos toros distintos. Muy arisco el que abrió plaza que no cesó de pegar cabezazos. Y noble aunque siempre huidizo el cuarto. Con ambos anduvo cumbre cual capacísimo lidiador que es y en grandioso artista como anda últimamente. Cuatro orejas cuatro e intento peticionario de rabo tras matar como está matando este año Ponce. También mejor que nunca.


Me detengo ahora en la segunda faena – de nuevo tan grandiosa como las de Mérida, Albacete y Villanueva del Arzobispo – y no solo por cómo fue, también como por cómo la ambientó la banda de música que ayer se esmeró voluntariamente y sin previo recado en interpretar las melodías que este año han subrayado las fantásticas creaciones de Enrique en Istres y en la clamorosa tarde de Santander, como las del año pasado en Nimes y en Mont de Marsan. Y que tanto irritan a algunos como nos satisfacen a todos los demás… Serán imbéciles…


Por lo que se refiere a la parte técnica, ese no quitar nunca la muleta de la cara del burel tuvo dos efectos. Que no se fuera, prendido el burel en el señuelo de la flámula hasta ligar tres rondas diestras de cinco muletazos tan cosidos uno a otro que parecieron uno solo. Y que, angustiado el animal por el imán poncista, se fuera mientras el gran torero le iba pegando muy bien templados pases – con ambas manos – al paso de sus huidas. Combinación que resultó perfecta además de preciosa y ciertamente original. Y sin una sola duda ni un solo alarde de esos tan en fea boga. Otro faenón pues y estos días van….


En la parte melodiosa de su colección de portentos, el de ayer sumó una singularidad muy especial porque, si durante la primera y más costosa faena la banda interpretó “La Misión” sin que aquello lograra combinar del todo dados los brutales cabezazos del animal, en la segunda escuchamos tanto el torero como los espectadores y cuantos, asombrados, estábamos en el callejón, la marcha procesional de paso de palio “Caridad del Guadalquivir”, gracias a lo cual, lo que estaba sucediendo en una placita de pueblo en Ávila, pareció que estaba recreándose en la mismísima Maestranza de Sevilla. Y si apuro mi imaginación, como si en vez de toreo sobre el albero maestrante, la obra torera semejara la entrada en la calle Sierpes desde la Campana del paso de palio de la Macarena o de la Esperanza de Triana. En cada amago de irse y de venirse el toro, de querer entrar y en arrepentirse al compás de la música, vimos como movía Ponce su muleta con tanta sintonía visual y tan sonora como suenan los varales de los pasos mientras se mecen en su lento bamboleo al compás de la marcha. Y esa maravilla que en la Madrugá dura horas, con Ponce ante este cuarto toro duró lo justo, exactamente lo justo para que el animal no lograra desentenderse del todo de las maravillosamente consumadas intenciones del gran maestro.

Y muchos nos pellizcamos los brazos para creer que lo que allí estaba ocurriendo era una purísima realidad desde esa inmensa cuna de éxitos que Enrique Ponce está logrando, no de vez en cuando, sino todas las tardes. A diario.

En compañía de Ponce, también debutó el peruano Joaquín Galdós que, por lo que le vi ayer por mi primera vez, creo que también va a ser – ya lo es – otro que va para figura desde El Perú. Muy en clásico, por su fácil y muy naturalmente recreado toreo de capa y de muleta, cortó tres orejas y acompañó al gran maestro en la salida a hombros. Su primer toro, segundo del envío, fue el mejor. Y no tanto en sexto.

Los peores se los llevo el siempre valiente y recientemente herido en una pierna, Saúl Jiménez Fortes que se fue de vacío, sobre todo por sus fallos con la espada. Otra vez será.

Y vámonos para Murcia… Despacito y buena letra hasta la tarde del lunes… Señores, ¡qué lujo!

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