lunes, 5 de septiembre de 2016

EL FRAUDE DEL TORO NOS HACE DÉBILES / por Lázaro Echegaray



"...El toro de Bilbao ha desaparecido, literalmente, en beneficio de toreros que buscan sobrevivir a las tropecientas que torean todos los años. También por la complicidad de la empresa que permite haber llegado a semejante situación. Curiosamente, la caída del toro ha sido directamente proporcional a la caída del público..."

EL FRAUDE DEL TORO NOS HACE DÉBILES

Una vez que ha terminado la Aste Nagusia en Bilbao, se han terminado las ferias del País Vasco, aunque en Zestoa todavía faltan las tradicionales novilladas, que este año tendrá un cartel muy especial por la celebración del 350 aniversario de la plaza. Llega el momento de hacer un pequeño balance sobre lo que ha acontecido este verano. De San Sebastián ya hemos hablado, todo pequeño, aburrido, con movilidad, sin transmisión. Figuras que los piden, que los defienden, que piden a sus delegados de prensa -¿cuántos son en total?- que defiendan ese toro, que loen sus virtudes, aunque tengan que volver a inventar el agua caliente para salir del paso. Y aún así, con toros por debajo del medio pelo y figurones de los mejores de todos los tiempos (sic), el número de éxitos de una feria se puede contar con los dedos de una mano, y te sobra el pulgar. Llegamos a la conclusión de que esto del toro ‘amigo’ no se da por ambición de éxitos sino por instinto de supervivencia. Me lo decía un gran aficionado el otro día, cuando hay miedo y dinero de por medio, trampa asegurada.

Lo de Bilbao ha sido peor si cabe que lo de Donostia. Sobre todo porque Bilbao, como todo el mundo sabe, ha presumido siempre del trapío de sus toros. En esta ocasión no ha sido posible presumir. El toro de Bilbao ha desaparecido, literalmente, en beneficio de toreros que buscan sobrevivir a las tropecientas que torean todos los años. También por la complicidad de la empresa que permite haber llegado a semejante situación. Curiosamente, la caída del toro ha sido directamente proporcional a la caída del público. Quizás sea porque nueve corridas son demasiadas hoy en día, incluso para Bilbao. Quizás también sea porque la gente ya no se siente seducida por un espectáculo fundamentado antes en el hombre que en el animal y donde éste último ha pasado a ser el garabato de la pantomima. 

Lo que ha quedado más que claro es que las figuras no llenan las plazas. Surge entonces la pregunta: ¿Si las figuras no llenan las plazas, siguen siendo figuras? ¿Se es figura del toreo simplemente por estar anunciado en todas las ferias, aunque la figura en cuestión despierte cada vez menos interés? Si una figura es aquel que llena las plazas, aquí sólo existe uno que por cierto es un bálsamo de tranquilidad para el empresario que logra contratarlo. Pero como de estos temas ya nos hemos hartado de hablar y no le damos solución, o al menos no desde el punto de vista del aficionado (el profesional sigue empecinado), plantearemos otra pregunta ¿Es justo que se les siga consintiendo a las llamadas figuras las exigencias que tienen conforme al tipo de toro que quieren matar cuando no son capaces de cubrir más de media entrada en cada festejo? 

Cuando un tendido no se llena surgen muchos problemas, sobre todo de índole económica. No obstante, hoy en día y en según qué sitios más todavía, cuando una feria languidece, otros se fortalecen por ella y Bilbao es un claro ejemplo. Porque esta es la comidilla de Bilbao, lo flojas y desesperantes que han sido las Corridas Generales, el aburrimiento en la plaza, la falta de emoción, y estas comidillas no se escuchan entre aficionados del Botxo, no, se escuchan entre público ocasional. Así que detrás hay otros que se alegran de nuestra debilidad, de nuestros fracasos, de la poca asistencia, y lo usan con fines propios. 

Mientras tanto, todos esos que dicen que van a salvar la fiesta (¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde?), se preocupan por mermar al toro, por romper la idiosincrasia de cada feria y de cada ciudad que la acoge a la vez que se excusan con la crisis económica. Pues no, la gente no va porque aburre, porque se aburren ellos mismos delante del torito tonto y chico, porque no se emocionan, porque este espectáculo es excesivamente caro como para hacer fraude de su columna vertebral que es el toro. 

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