martes, 6 de septiembre de 2016

José Tomás no es torero de época. Sí es quien gana mucho más dinero que nadie sin serlo / por J.A. del Moral




"...La época más persistentemente duradera de todos los tiempos está a punto de ser la de Enrique Ponce Martínez. Pues este año ha superado el récord de Lagartijo en número de toros matados y el año que viene superará en cifras nada menos que a Pedro Romero: en toros matados, en corridas toreadas y en años consecutivos en la cima. El caso de Ponce es, por tanto, verdaderamente impresionante..."

  • “El Dios de Piedra de Galapagar” es como le llama el crítico taurino del diario “El Mundo”. Y ayer mismo en “El País”, el columnista Rubén Amón, empleó todos los adjetivos encomiásticos imaginables, incluido el de nombrarle “torero de época” . De la época que estamos viviendo, nanay de la China, querido Rubén…

José Tomás no es torero de época. Sí es quien gana mucho más dinero que nadie sin serlo

J.A. del Moral · 05/09/2016
Esto viene a cuento de su participación en la corrida homenaje a Víctor Barrio en Valladolid y de los exageradísimos elogios y desproporcionadas valoraciones e infinidad de menciones que se han publicado en todos los medios como cada vez que aparece – reaparece dicen siempre por lo poco que torea – en una plaza de toros. Siempre se canta que es el mejor torero de la historia, por supuesto que la máxima figura y que se trata del único torero de época en ejercicio. Se supone que se refieren a la actual. Sí, sí, seguro, a la actual… Pero la época actual no es la suya de ninguna de las maneras se mire por donde se mire su particularísima carrera profesional que dista mucho de lo que se viene en denominar “torero de época”.

La única época que seguimos viviendo es de Enrique Ponce. Y es que la ilimitada gran época de Ponce alberga épocas y epoquitas más o menos duraderas e intermitentes de sus coetáneos. Entre otros, José Tomás aunque con notorias singularidades.
Toreros de época han habido muy pocos, poquísimos a lo largo de la historia. Los diestros coetáneos de sus respectivos reinados han durado cual virreyes bastante menos años que los reyes en solitario. Entre los virreinatos han existido de tres clases: los perennes, los compartidos y los “guadianescos” más o menos resistentes.
La época más persistentemente duradera de todos los tiempos está a punto de ser la de Enrique Ponce Martínez. Pues este año ha superado el récord de Lagartijo en número de toros matados y el año que viene superará en cifras nada menos que a Pedro Romero: en toros matados, en corridas toreadas y en años consecutivos en la cima. El caso de Ponce es, por tanto, verdaderamente impresionante. Y no solo por números, también por permanencia arriba sin interrupciones y en continuo progreso artístico sin decadencias… cada año que pasa, mejor…

No hay quien haya sido tan prolífico y tan duradero sin que se pueda adivinar su techo. Teniendo en cuenta, además, que todo en el Ponce profesional han sido y son hechos constantes y sonantes. No dichos por muy encomiables que hayan sido, así como los elogios y la importancia de los que lo han dicho y lo continúan diciendo sobre la carrera de otros toreros. Sobre todo de José Tomás.

Porque si hablamos de dichos, ahora mismo hay en efecto el caso insólito de José Tomás. Torero inconsistente donde los haya además de guadianesco. La genialidad de sus seis primeros años como matador de toros quedó en entredicho profesionalmente hablando en su primera decadencia que le obligó a retirarse hasta que reapareció seis años después. Curiosamente, hasta 2016 por ahora. La verdad es que apenas toreó en muy escasas actuaciones. No más de 10 tardes por temporada y en la mayoría sin llegar a esta cifra.

Pero lo más insólito de su caso es que, precisamente en estos últimos años, es cuando más se ha dicho de Tomás que es un torero de época. Y lo ha sido y sigue siendo por dichos. No por hechos. Y ello sin entrar en las ganaderías elegidas para sus actuaciones ni en la categoría de las plazas donde compareció y comparece, ni en la importancia de sus compañeros de cartel salvo pocas excepciones.

El torero más elogiado últimamente por la mayor parte de los medios, por la crítica especializada y por los escritos de muchos ilustres más o menos espontáneamente con gran diferencia sobre todos los demás ha sido y es José Tomás. Le basta asomar la cabeza sin ni siquiera decir nada para que nos caigan encima cataratas de incienso, de oro y de mirra en las que siempre se le trata como si fuera la maximísima figura del toreo de todos los tiempos y como si fuera poco más o menos que un dios mortal.
“El Dios de Piedra de Galapagar” es como le llama el crítico taurino del diario “El Mundo”. Y ayer mismo en “El País”, el columnista Rubén Amón, empleó todos los adjetivos encomiásticos imaginables, incluido el de nombrarle “torero de época” . De la época que estamos viviendo, nanay de la China, querido Rubén…

Y no señores, no. De ninguna manera aunque sea el que lleva más publico a las plazas donde comparece con notabilísima diferencia. Y el que, por consiguiente, gana más dinero con muchísimas menos actuaciones que los demás. Y eso es verdad. Pero ¿por qué?
Pues porque los que dirigen la orquesta de su imagen, de su propaganda, esa inaudita campaña publicitaria que es como se dice en castellano lo que últimamente llaman algunos adverticing son unos fuera de serie. Jamás nadie en el toreo gozó ni de lejos de tal plan de marquéting. Esto en primer lugar. Después, que, basándose en lo anterior, el negarse cerrilmente a que sus actuaciones sean televisadas en directo, tampoco en diferido, le conviene mucho. Primero para que el común de los aficionados que no estén presentes en las plazas se suman contagiados a la algarabía triunfalista que le acompaña aunque por televisión pueden distinguirse todos los defectos del “genio” que los tiene y muchos. Y, segundo, para que el prefabricado misterio que hay en su torno, continúe intacto y creciente. Y, finalmente, por extralimitar el número de sus actuaciones hasta lo irrisorio si lo comparamos con la cantidad de corridas que suelen sumar las grandes figuras en cada campaña.

¿Qué ocurriría si las demás figuras hicieran lo mismo que JT? Que no habría posibilidad de organizar las temporadas tal y como las conocemos. Que los públicos desertarían. Y, en definitiva, que la Fiesta podría caer herida de muerte.

Y es que como a José Tomás le salen tan bien las cuentas gracias a su política de torear lo menos posible, ganando el máximo dinero posible y frente a un ganado lo menos agresivo posible, la mayoría de los grandes coletudos le envidian. Y hasta le respetan…Lo cual es de vergüenza ajena.

Bueno, pues tal enormidad incluida y a pesar de los dinerales que gana y genera este misterioso y artificialmente “mudo” caballero, en absoluto se puede calificar su comportamiento como algo propio de una máxima figura y, mucho menos de un “torero de época”.

De ninguna de las maneras, se pongan como se pongan sus idólatras adoradores – lo que hace tiempo di en llamar “tomatosis” – entre espontáneos y convenientemente “engrasados” por usar una palabra más discreta que la que define a los que escriben elogios a tanto la palabra, bien sea en dinero o en especie.

Bastante más merece ser calificado El Juli de torero de época aunque también la suya está inmersa en la irrepetible y quien sabe hasta cuando durará, la de Enrique Ponce. Razón principal del odio cuasi mortal que Tomás profesa al valenciano.

Lo mejor que podría regalar el señor de Galapagar a los no contagiados por la tomatosis es desaparecer del mapa profesional y que descansara para siempre en sus casas de España y de México junto a sus familiares. Así disfrutaría mucho más de los millones de Euros amasados sin padecer depresiones ni arrepentimientos por las maldades que prodiga. Y nosotros, nos libraríamos de tan descomunal tabarra.

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