domingo, 27 de noviembre de 2016

La victoria de la impunidad / por Ramón Pérez-Maura


Los que esta semana han dicho tantas infamias de Rita Barberá y sus 1.000 euros guardaban ayer un cauto silencio ante el cadáver del sátrapa que se adueñó de Cuba


Ramón Pérez-Maura
El dictador murió en la cama. Y está siendo elogiado en medio mundo. Los que esta semana han dicho tantas infamias de Rita Barberá y sus 1.000 euros guardaban ayer un cauto silencio ante el cadáver del sátrapa que se adueñó de Cuba y arruinó la isla que incluso bajo la dictadura de Batista fue un lugar razonablemente próspero y no el ejemplo de indignidad prostibularia que es hogaño. Castro marcó la Historia del hemisferio americano. Cómo negarlo. Pero la marcó para mal e incluso para peor. Creó miseria allá dónde propagó sus ideas. Deja la isla en la ruina más absoluta. Pero todo ello no ha sido suficiente para impedir su victoria. Porque venció a la democracia más fuerte del mundo. Logró ver cómo el presidente de los Estados Unidos se rendía ante Cuba. Porque Fidel Castro ha muerto habiendo visto a Barack Obama pasearse por La Habana con sus hijas sin que su régimen haya hecho ni la más mínima concesión. Estados Unidos ha rendido su política de medio siglo sin que el comunismo de los hermanos Castro cediera un centímetro. ¿O acaso alguien se atreve a sostener que la situación política en la isla ha cambiado siquiera un ápice en el último año?

La muerte de Fidel en su cama es el ejemplo máximo de la impunidad de la que ha gozado la tiranía de los Castro. Impunidad sólo matizada por el hecho de que no se atrevía a salir de su país. Aunque podía estar tranquilo porque los Baltasar Garzón del mundo entero nunca perseguirían a un tirano como Fidel Castro. Para ellos la sangre que corrió por sus manos era una sangre justificada. Ya sabemos que hay muchas varas de medir. Los miles de adversarios a los que fusiló no merecen justicia. Los presos políticos tampoco. Los homosexuales cubanos son de peor categoría que los del resto del mundo porque la represión a la que les sometió Fidel nunca fue denunciada por la izquierda europea.

Su falta de ética le llevó a aliarse hasta con la teocracia iraní de los ayatolas. Eso después de haber defendido la invasión soviética que acabó con la Primavera de Praga y antes de ser el último amigo de la satrapía norcoreana. ¡Qué remedio! Después de dedicar los mejores años de su vida a promover revoluciones por el mundo, ha muerto conformándose con la manutención -por la mínima y no por mucho tiempo- de la dictadura chavista en Venezuela. Pero ha muerto impune por sus muchos crímenes y dejando un país mucho peor que el que le recibió aclamándolo como libertador. Su impunidad física ya no tiene marcha atrás. Esperemos que su impunidad política no sea eterna.

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