Pedro Sánchez se va, bueno, lo han echado aunque él diga otra cosa. Como español y como aficionado, le deseo un largo rechinar de dientes recordando lo que pudo haber sido y no fue. Que tanta gloria se lleve como descanso deja. Y la Fiesta sigue…
Y la Fiesta sigue...
Pedro Sánchez ya es historia pasada. Se estrenó tirándose de espontáneo vía telefónica en el programa más cutre del espectro televisivo español, ahora ha cavado su fosa política con otro exabrupto en la caja tonta. Al comienzo su llamada tuvo por objeto dejar claro que ni se había sentado ni se sentaría jamás en un tendido de una plaza de toros. Toda una declaración de intenciones que avisaba sobre lo que podíamos esperar del menda. En la despedida, cuando ni está ni se le espera en ningún sitio, para poner pingando a lo más valioso del partido que intentó utilizar para hacer realidad sus infantiles sueños de grandeza. Todo eso, después del daño que ha hecho a este país, inoculando un odio salvaje contra el centro derecha democrático y a su propio partido, dividiéndolo entre buenos y malos y engañando y mintiendo hasta extremos realmente insufribles, lo invalida no solo para su ambicionada presidencia, sino incluso para formar parte de cualquier colectivo que exija un mínimo de decencia.
Y es que, para presidir este país, que es un gran país pese a gente como él, hacen falta otros mimbres que están muy lejos de su exacerbada petulancia, su chulería y sus ansias de asegurarse la vida viviendo del presupuesto, y si fuera posible enriquecerse. Que no sería el primero. Ni posiblemente el último.
Desde aquella innecesaria y torpe llamada telefónica al programa de la entrepierna de Belén Esteban y , donde tanta cancha se les dio a los mercenarios que actuaban previo pago de su importe, utilizando la Fiesta de los Toros como arma arrojadiza contra la España que tanto odian los que les pagaban, con dinero seguramente dimanante de mangancias y trapicheos tan reales como la vida misma, ha llovido mucho y ha pasado mucha agua bajo los puentes.
A estas alturas, Pedro Sánchez pinta ya menos en política que chafachorras en Madrid, y aquellos Mosterín, Rahola y el latinoché que iba para obispo y se quedó en monaguillo, están más “missing” que el gato montés del pasodoble. Quizá la internacional económico-bancaria europea del antitaurinismo haya comprobado que estaba tirando el dinero para que se dieran la gran vida cuatro golfantes, que lo único que conseguían era afirmarnos más a los aficionados en la necesidad de hacer piña en defensa de la Fiesta de los Toros, así como de que los que gritaban, insultaban o se tiraban a toro muerto a las plazas, eran un puñado de desarrapados que se buscaban el chusco contra los toros en vez de dedicarse al tironeo, al tocomocho y al asalto de gasolineras.
Pedro Sánchez se va, bueno, lo han echado aunque él diga otra cosa. Y lo han zapeado sus propios compañeros de partido para que deje de hacerle daño a un partido con más de ciento treinta años de honrada entrega al país y algunos mártires de la libertad en su hoja de servicios. Como español y como aficionado, le deseo un largo rechinar de dientes recordando lo que pudo haber sido y no fue. Que tanta gloria se lleve como descanso deja. Y la Fiesta sigue…
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