miércoles, 1 de marzo de 2017

Colombia. ¡Antitaurinos! / Por Jorge Arturo Díaz Reyes.


Quema de prendas arrancadas a los aficionados 
el 22 de enero en la Santamaría


El odio ha sido el combustible, la palabra el detonante y la dignidad humana la víctima. Lo claman el reguero de heridos y el cadáver de Albeiro Garibello que dejaron tirados los dos domingos de violencia bestial. Terribles ambos. El de la reapertura de la plaza y el igualmente atroz de su nuevo cierre.

¡Antitaurinos! 

Cali, 28 de febrero 2017
Un comunicado de la organización guerrillera Ejército de Liberación Nacional ELN confiesa el atentado criminal del domingo 19 en la Santamaría, y confirma de paso la presunción inicial (inmediata) del alcalde de Bogotá respecto a la autoría del hecho. Dio en la diana el señor Peñalosa, se le abona, pero eso no refuta las críticas a su apresuramiento en eximir sin investigación ni pruebas a todos los antitaurinos.

¿Acaso no lo son también estos terroristas, aparte de la sigla subversiva que los marca? ¿No fue un acto, de implicación, intención y repercusiones antiaturinas, independientemente de la filiación política, religiosa, futbolística, sexual… que profesan quienes lo perpetraron? ¿Excluye lo uno a lo otro?

Si el blanco específico era la fuerza pública, como aduce la proclama, por qué a cambio de una guarnición, un cuartel, una comisaría escogieron el día de la corrida, la hora del sorteo, el sitio junto a la plaza, tanto como permitía la barrera policial de protección que su ferocidad había obligado a levantar. Apuntando a la guardia que los mantenían a raya y les había repelido el 22 de enero anterior, cuando atacaron al público por todos los costados durante más de seis horas, usando entre otras armas papas explosivas. ¿No hacen hilo ambas acciones? Además celebraron las dos en las redes sociales. Hay que leerlos.

La minimización de tales hechos, los eufemismos y las exoneraciones a priori no alcanzan a tapar la coincidencia de los estallidos de brutalidad con el discurso de políticos como Petro (exalcalde), Peñalosa (alcalde), García (senador), Cristo (ministro del interior)…

Discurso que humaniza los toros (de lidia, no los otros) al tiempo que deshumaniza los aficionados, demonizándolos, rotulándolos “enemigos de la vida, la paz y la cultura” (Ver proyecto de ley prohibicionista gubernamental), acusándolos como “personas que disfrutan con el sufrimiento de seres indefensos”.

El odio ha sido el combustible, la palabra el detonante y la dignidad humana la víctima. Lo claman el reguero de heridos y el cadáver de Albeiro Garibello que dejaron tirados los dos domingos de violencia bestial. Terribles ambos. El de la reapertura de la plaza y el igualmente atroz de su nuevo cierre.

Dos manchas infames en la historia de Bogotá. Escarnios de lo que sucede cuando se pervierten las leyes de la naturaleza, y el humano en lugar de serlo con los animales, los humaniza poniéndose a su nivel o bajo él, animalizándose a sí mismo y agrediendo a sus congéneres como una fiera racional que pretexta causas “justas”.

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