Con la generalización del indulto, nos acercamos a la llamada "Fiesta incruenta", es decir, a una corrida de toros "light", adulterada, con menos sangre, menos muerte y menos dureza. De cara a la sociedad, el indulto sirve para demostrar que "el aficionado es buena gente" porque ama al toro, y de hecho, le perdona la vida. También aligera ese pesado complejo de que el aficionado a los toros tiene instintos violentos o sanguinarios.
El lado oscuro del indulto
Hemos comenzado la temporada 2017 con una fuerte corriente "indultadora". En apenas una semana, se le ha perdonado la vida a un toro en Illescas (por decisión unilateral de su teórico matador, José María Manzanares) y otro en Valencia, plaza de primera categoría. De entre la algarabía, además del pañuelo naranja, asoma otra cuestión más oscura que merece la reflexión del aficionado.
En los últimos años, estamos convirtiendo el indulto en algo ordinario, cuando siempre ha sido un hecho extraordinario. ¿Cuáles son los motivos que subyacen tras esta tendencia de perdonarle la vida a cualquier toro bravo, o semibravo, que salta a un ruedo? Algunos complejos, una justificación social y cierta mentalidad infantil. Con la generalización del indulto, nos acercamos a la llamada "Fiesta incruenta", es decir, a una corrida de toros "light", adulterada, con menos sangre, menos muerte y menos dureza. De cara a la sociedad, el indulto sirve para demostrar que "el aficionado es buena gente" porque ama al toro, y de hecho, le perdona la vida. También aligera ese pesado complejo de que el aficionado a los toros tiene instintos violentos o sanguinarios.
Resulta desconcertante que, recientemente, cierto sector del público que acude a las plazas sale de ellas con mayor grado de satisfacción si ha provocado un indulto. Es decir, que el público se siente mejor y con la moral más reconfortada si pide que se le salve la vida a un toro bravo... o no tan bravo. Ante el aire de los tiempos, parece más ético y sublime ver cómo el toro regresa feliz al campo que contemplar a un torero jugándose la vida para matarlo a carta cabal con su espada y su muleta. Por tanto, el tradicional efecto catártico de la corrida de toros ha cambiado: con el indulto, se acerca peligrosamente a una catarsis vía animal, en vez de humana, pues el público siente más empatía por la vida del toro, en vez de por el valor y hombría del torero. En esto consiste el lado oscuro del indulto que, poco a poco, va carcomiendo la base ética de la corrida que, a la postre, es (y debería seguir siendo) un enfrentamiento feroz entre el toro y el torero, entre el caos y el orden, entre la sombra y la luz.
Uno lee las actuales reseñas taurinas y encuentra más toros indultados que premiados con la vuelta al ruedo, emocionante reconocimiento póstumo a los ejemplares más encastados. Porque no existe mayor gloria para un toro bravo que morir en la plaza ante un público estremecido que siempre guardará su nombre y divisa en la memoria.
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