miércoles, 26 de abril de 2017

Utrera Molina in memoriam / por Juan Manuel de Prada



..y entre esos tesoros ocupa un lugar preponderante el conocimiento de Utrera Molina, que es el epítome del hombre bueno en el sentido esencial de la palabra: honrado a machamartillo, de una gallardía estoica y una bondad aquietada por la sabiduría. Caballero humanísimo, compasivo ante la desgracia ajena, dotado de una fina sensibilidad, hondamente religioso y leal a sus convicciones.




ABC / Publicado el Sábado, 06-12-08

HACE algunos años, Manuel Alcántara me presentó a don José Utrera Molina, con quien le unía una entrañable amistad desde la juventud. De Manuel Alcántara, que a sus ochenta años sigue amarrado a su Olivetti, regalando a manos llenas su genio irónico en la tribuna volandera de los periódicos, uno ha recibido muchos tesoros de magisterio vital y literario; y entre esos tesoros ocupa un lugar preponderante el conocimiento de Utrera Molina, que es el epítome del hombre bueno en el sentido esencial de la palabra: honrado a machamartillo, de una gallardía estoica y una bondad aquietada por la sabiduría. Caballero humanísimo, compasivo ante la desgracia ajena, dotado de una fina sensibilidad, hondamente religioso y leal a sus convicciones, Utrera Molina es un hombre que puede sentirse orgulloso de muchas cosas, pero de ninguna hace ostentación; porque es rasgo de nobleza no encumbrarse ante los dones que recibimos, como lo es no enfangarse en el rencor cuando la adversidad nos lanza su zarpazo.

Utrera Molina fue ministro de Franco. Antes fue gobernador civil en varias provincias españolas, y siendo aún muy joven ostentó la subjefatura provincial del Movimiento en Málaga, la ciudad que lo alumbró y a la que siempre ha encomendado sus desvelos. Los malagueños no excesivamente perjudicados por la «amnesia histórica» que los apóstoles del odio están propagando recordarán que fruto de esos desvelos es el impulso de la Seguridad Social en su provincia, la fundación de residencias de ancianos, la lucha contra el chabolismo, la institución de una Universidad Laboral. Durante décadas, muchos malagueños desfilaron por los despachos que Utrera Molina ocupó; y a todos los atendió con diligencia, la misma que empleó en el desempeño de sus funciones. Porque Utrera Molina entendió siempre sus responsabilidades políticas como una vocación de servicio; y en años difíciles, cuando España tenía que alzarse sobre los escombros de una guerra crudelísima, sirvió al Estado y a los españoles abnegadamente, sin otro afán que mejorarles la vida. Desde la atalaya de sus ochenta y dos años, desgastados en el servicio de sus compatriotas, Utrera Molina puede contemplar con legítimo orgullo su existencia. Porque lo que define el sentido de una vida, lo que define una vida con sentido, es la lealtad a lo que uno ha sido.

Hace unos días, unos politiquillos miserables acordaron despojar a Utrera Molina del título de Hijo Predilecto de la ciudad de Málaga, amparándose en la aplicación de la Ley de (Des)Memoria Histórica. Ocurrió este episodio abyecto en el pleno de la Diputación Provincial de Málaga, con el voto favorable de los profesionales del odio y la inhibición de los representantes de la derecha, que una vez más vuelven a demostrar que son un hatajo de pusilánimes. Naturalmente, el aspaviento de unos politiquillos miserables en nada ultraja el honor de Utrera Molina, de quien podemos decir, como en aquel poema de Cernuda, que nunca buscó la consideración mundana, sino la ocasión de ser fiel consigo y unos pocos, aunque el desvío «siempre es razón mejor ante la grey». Y aun me atrevería a añadir que, del mismo modo que Cernuda nos aconsejaba interpretar como «formas amargas del elogio» los sarcasmos que los miserables nos arrojan, Utrera Molina debe interpretar este episodio de vileza como un timbre de gloria; porque el odio y la pusilanimidad de los viles no hacen sino enaltecernos.

En la reedición reciente de las memorias de Utrera Molina, Sin cambiar de bandera, se incluye una carta de su nieto Rodrigo, en la que podemos leer: «Tú guiabas cuando otros sólo seguían, por eso intentaron marginarte en el pretérito, exiliarte en el presente y desahuciarte del futuro. Tu lealtad te supuso conocer el sabor de la traición, pero fue exactamente eso lo que dio tanta importancia a tu fidelidad... Es el motivo por el que en mi voz, cuando hablo de ti con mis amigos, se puede denotar orgullo de ser tu nieto. Orgullo y gratitud...». En la lectura de estas líneas preñadas de verdad y emoción hallará consuelo don José Utrera Molina en este trance, mientras los apóstoles del odio y los pusilánimes se refocilan en sus mezquindades. Pero las mezquindades de los miserables no logran sino aquilatar el honor de los hombres buenos.

www.juanmanueldeprada.com

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