domingo, 28 de mayo de 2017

Esto se va al carajo / Por Paco Mora




Hay que aceptar que lo de Juan Pedro está podrido, lo mismo si sale bajo mínimos, como el encierro de Córdoba, como si le echan al lomo seiscientos y pico kilos como el de hace pocos días en Madrid. Y no digamos el de Zalduendo del día anterior en la tierra de Lagartijo, Guerrita y Manolete. Los responsables de ambos hierros deberían, por ética ganadera elemental, hacer un alto en el camino, anular todos sus compromisos, apuntillar toda la camada y reconstruir la ganadería sobre las cenizas de los “cenizos” que envían a las plazas hoy por hoy.

Esto se va al carajo

Acabo de regresar de Córdoba. ¡Puff...! Y no sólo por el calor, que eso por sabido se calla. Me he prometido a mí mismo no volver a viajar para ver toros a ninguna capital de provincia, si en los carteles no veo anunciados toros de Fuente Ymbro, Alcurrucén, Victorino, Adolfo Martín, Jandilla o Cuadri. Con toros -es un decir- de Juan Pedro Domecq no me vuelven a sacar de mi casa ni Joselito, Belmonte o Manolete que resucitaran.

Y no sólo porque la del sábado día 27 en el coso de Los Califas fuera una corrida “anovillada”, más aún “abecerrada”, sino porque el encierro carecía de la fuerza y vitalidad necesarias para aguantarse en pie. Y, además, sin un atisbo de casta. Hasta el punto que dudo que los animalitos hubieran pasado el reconocimiento ni como novillada en los corrales de cualquier plaza seria de segunda como Albacete o Logroño, pongamos por caso. Hay que aceptar que lo de Juan Pedro está podrido, lo mismo si sale bajo mínimos, como el encierro de Córdoba, como si le echan al lomo seiscientos y pico kilos como el de hace pocos días en Madrid. Y no digamos el de Zalduendo del día anterior en la tierra de Lagartijo, Guerrita y Manolete. Los responsables de ambos hierros deberían, por ética ganadera elemental, hacer un alto en el camino, anular todos sus compromisos, apuntillar toda la camada y reconstruir la ganadería sobre las cenizas de los “cenizos” que envían a las plazas hoy por hoy.

Es cierto que el sábado en Cordobita la llana, Enrique Ponce, “el resucitador”, le cortó las orejas al cuarto de la tarde, en una faena aterciopelada, de auténtico enfermero, llena de mimo y sabiduría torera que consiguió que el animalejo no se desplomara víctima de un infarto de miocardio, como le ocurrió al sexto de la tarde, que no aguantó ni el primer galope y falleció cristianamente -limpio de todo pecado- antes de enfrentarse a los caballos. Pero es que Ponce no hay más que uno y para darle al toro sus tiempos, sus distancias, y llevarlo a media altura para que no se le rompiera en mil pedazos, como un vaso de cristal de Bohemia, es un auténtico privilegiado. Y claro, como lo bien hecho bien hecho está, y visto como transcurría la tarde, el público cordobés -santo, santo, santo- decidió divertirse con lo que había, que era bueno y pletórico de profesionalidad y gusto.

Pero la Fiesta no es eso. La Fiesta, y sobre todo en manos de Enrique I “El Grande” es, y deber ser, mucho más. El de Chiva se merecía un toro bravo y encastado, y eso hoy por hoy no se lo puede dar el hierro de Juan Pedro, que ha cambiado “el toro artista” por el muerto que anda. Al Fino de Córdoba, tan torero, tan poderoso y con tanta necesidad de un triunfo grande, sus dos toros no le sirvieron ni para aperitivo. En cuanto a Cayetano, entre los “olé los toreros guapos” y demás exudaciones de las revistas de la entrepierna, se hizo con una oreja perfectamente descriptible en su importancia.

Si Manolete hubiera levantado la cabeza, probablemente no habría agradecido ni poco ni nada, el homenaje que pretendía ser la feria de este año en su ciudad de nacimiento.

O las pocas empresas que mandan hoy en el espectáculo taurino, los cuatro o cinco matadores en situación de exigir y los ganaderos que sirven su material a las figuras, se deciden a arreglar el estado de cosas en que fenece a borbotones la Fiesta de los Toros, o esto se va al carajo en cuatro días con pasado mañana.

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