martes, 2 de mayo de 2017

JUAN BELMONTE EN 1917 / por José María Sánchez Martínez-Rivero



El maestro Corrochano terminaba la reseña del triunfo de Juan Belmonte con un: Después de esto nada. No hay más allá...”; pero sí lo hubo, lo hay y lo habrá, el Arte del Toreo no tiene límites.


JUAN BELMONTE EN 1917

José María Sánchez Martínez-Rivero
Abril de 2017, en Collado Villalba.
Puede decirse, sin temor a equivocarnos, que 1917 fue el año de Juan Belmonte. Toreó 97 corridas de toros -mató 206 ejemplares- y casi todas las tardes fueron triunfales. 

Comenzó su temporada el 11 de marzo en Barcelona alternando con Pacomio Peribáñez y Fortuna. Actuó en la Monumental barcelonesa en cuatro tardes. La ya mencionada del día 11 y las del 18, 19 y 26 de marzo. En abril lo hizo el día 1 con toros de Concha y Sierra – cuatro- y dos de Lama.

Alternó con lo más destacado del escalafón taurino de la época: Gallo, Gallito, Fortuna y Ballesteros con toros de Santa Coloma, Gamero Cívico, Saltillo, Vicente Martínez y Concha y Sierra, respectivamente.

La tarde del 15 de abril –en Madrid- es empitonado por un toro de Murube sufriendo una cogida que le privaría de torear en la Feria de Sevilla de ese año. Alternaba con Rafael el Gallo y Rodolfo Gaona.

Juan Belmonte, al igual que su rival Joselito, no temía actuar en la plaza de Madrid, y así lo hizo en 14 corridas. ¡Cómo las figuras de hoy! ¡Claro que eran otros tiempos taurinos y Belmonte, único!

La primera tarde fue la del 15 de abril, ya mencionada, y la última la del 7 de octubre con toros de Gamero Cívico alternando con Celita y Saleri.

Mes de julio y en Valencia: cinco corridas de toros. Compañeros de terna: Gallo, Gallito, Flores y Saleri. Las ganaderías “cómodas” como lo fueron Murube, Concha y Sierra, Miura, Pablo Romero y Esteban Hernández. 

Sigue su temporada triunfal y así actúa en Santander, tres tardes. San Sebastián, cinco tardes. Linares, dos. Sevilla en septiembre tres tardes. Zaragoza, cuatro corridas. Despide la temporada en Barcelona, día 21 de octubre, alternando con Gaona y Torquito con ganado de Concha y Sierra.


“El año de Belmonte”. 
Así se dijo de la temporada de 1917. Se dio la circunstancia que críticos y revisteros “gallistas”, como Don Quijote, Bonnat y Barbadillo, en sus escritos, elogiaron a Belmonte con gran entusiasmo. 

Su rival Joselito el Gallo, toreó 101 tardes y Belmonte las ya dichas 97. 

  • Refiriéndose a Joselito, un revistero decía:

Se necesita tener para esto una resistencia física enorme y, sobre todos, una seguridad grande con los toros. Quizá efecto de esto mismo los públicos se van acostumbrando a verle sin emocionarse, por creer lejos de él todo peligro. Y no es esto: son sus portentosas facultades y sus grandes conocimientos de los terrenos que pisa y de las condiciones de los toros lo que hacen que estos no lo cojan a menudo. Sin embargo, a pesar de torear cerquísima y estar tan valiente como el primero, se le tilda de ventajista y habilidoso.


Es evidente que distanciado Belmonte de Joselito en solo cuatro corridas, no era menor la resistencia física del trianero aunque tuviera sus problemas físicos.

De éxito inenarrable puede calificarse la actuación de Juan Belmonte en Madrid con motivo de la corrida del Montepío, celebrada el 21 de junio de 1917, en la que alternó con Rodolfo Gaona y Joselito con toros de Concha y Sierra y uno de Gregorio Campos.

La crítica, Don Pío en El Liberal con el título de: Terremoto o la universidad del toreo; Claridades, el Barquero, Corrochano, y Barbadillo titularon: ¡La mejor faena de Belmonte! Se llenaron páginas enteras del maravilloso toreo de Belmonte y de la lidia que dio al último toro de la corrida.

  • Don José Díaz de Quijano, escritor y revistero taurino, escribió de esta corrida:
...Él surgió entonces. Gigantesco, sublime (¡Oportuno ese toro!) Surgió Belmonte, el toreo, el estilo de Belmonte, quintaesenciado, depurado. Era el de 1913; el del2 de mayo; el de la corrida de Beneficencia; pero mucho más grande, mucho más artista aún.

Esta faena ha sido la más belmontina, la más suya, la más inolvidable de sus grandes faenas. Pases naturales de no soñada belleza; pases de pecho –tan olvidados- imponderables; pases altos..., todo el toreo clásico, todo el toreo básico, sublimado hasta un punto de belleza, de sencillez, de naturalidad inverosímiles, según el arte nuevo –nuevo y viejísimo- de este revolucionador del toreo.

Y por contera, sus molinetes emocionantes, sus gallardías, su magnífica bravura. Y completando al torero, el matador, el buen matador.

Y el público, que lo había anulado en el toro anterior –“¡Solos los dos!” ¡Joselito y Gaona!- salió de la plaza enloquecido, lívido, hecho guiñapos. Como se queda –únicamente- después de una de estas faenas únicas, del mismo, del auténtico Fenómeno.

¡Y eso que Díaz de Quijano era gallista! Uno de estos que presenció la corrida se dice que comentó al salir de la plaza: ¡Hoy sí, hoy me ha convencido!, refiriéndose a Belmonte.


  • De magistral -ejemplo de crítica taurina-, ha de calificarse la reseña de esta misma corrida debida a la pluma de don Gregorio Corrochano que en resumen decía:

Confieso mi flaqueza. Yo me tenía por un hombre sereno, frío, inmutable a esa oleada de entusiasmos y rencores que sube del ruedo al tendido y baja barriendo como un mar de resaca del tendido al ruedo...

Confieso mi flaqueza: ayer Belmonte me hizo perder la serenidad. Por primera vez en mi vida he sido uno de tantos en el tendido. Yo, que tantas veces conseguí dominarme, ayer, en un supremo esfuerzo, se me saltaron los tendones y los nervios, y, perdido ya el dominio sobre mí, caí como un guiñapo en el tendido, y fui, uno más, a dar gritos, a llevarme las manos a la cabeza, a perder la serenidad...

Vamos a hacer el milagro de narrar lo inenarrable.

Juan Belmonte no es un torero. Es un símbolo. No se le puede definir. No se le puede catalogar...

A los toreros modernos, para juzgarlos se les ha buscado como patrón medida. Lagartijo y Guerrita, que han llenado dos épocas del toreo. Y así decimos, aceptando una graciosa hipérbole, muy gráfica y expresiva: la estatura de Joselito es la de tres guerritas empalmados y Lagartijo por montera. ¿Y a Belmonte, con quien se le compara? ¿Cuál es la medida tipo para calcular su estatura taurina? ¿Cuántos guerritas tiene? ¿Y si no llega a él, que parte alícuota le corresponde? Es inútil que os canséis de pensarlo; tan inútil como si quisierais agrupar cantidades heterogéneas. Belmonte no tiene más patrón que Belmonte. No tiene precedentes a él mismo, pues, tenéis que recurrir para su estudio comparativo, y como nosotros somos los primeros convencidos, a él recurriremos para juzgarle en la tarde de ayer.

Llegó la tarde del 21 de junio. Fue su tarde de más angustia y de más júbilo; nunca le vi tan cerca del fracaso ni subir con más aceleración la cumbre del éxito. Cuando salió el sexto toro Belmonte estaba despachado de la plaza de Madrid. ¿Cómo el Gallo? Peor que el Gallo. Sin odios sin rencores, sin pasión; con algo peor, con indiferencia. El público había prescindido de él en el tercio de banderillas del quinto toro; al calor de unos pases de Joselito y Gaona nacía una nueva competencia de la que se apartaba a Belmonte como cosa gastada, de la que ya no se esperaba nada.

Y salió el sexto toro, y hubo quites divinos. Belmonte dio sus mejores recortes. Gaona su mejor lance con el capote a la espalda. José dos lances suaves, lentos, largos, interminables, todavía mejor que sus compañeros. Y allá va Belmonte, pobre torero, descartado de las grandes combinaciones, repudiado por el gran público de Madrid.

Se fue al toro, dolorido, sangrante, comiéndose las lágrimas, y crispando los puños.

- ¿Pero es que yo no soy nadie? ¿No tengo ya historia? ¿No he hecho nada en el toreo? 

Pero sí, sí. Belmonte el sobrenatural Belmonte, con los pies clavados, la cintura rota, extendido el brazo izquierdo, del que pendía la muleta, toreó a aquel toro como yo nunca había visto torear. 

Hizo la faena justa, precisa, como lo soñaran los grandes maestros. El toro noble y suave, se prestaba a ello; no digo esto para restar méritos, sino para completar los elementos de juicio, que siempre creímos que en estas cosas tanto debe poner el torero como el toro, y todos los toreros no saben aprovechar los toros; si alguien lo duda, lo remitimos al primero de esta misma corrida. Aquí fue cuando perdimos la serenidad. Nunca sentimos emoción igual. No emoción en el sentido de tener un percance, no; cuando se torea así, el primer deslumbrado y el primer sometido es el toro. Dio un gran pinchazo y media estocada superior, entrando a matar con estilo. ¡Muérete, torito, muérete ya! ¿Qué esperas? Mira que después de esto, no debes admitir un pase más, que desde que hubo toros ninguno alcanzó honor igual al que acabas de alcanzar. Anda, muérete Pero no se quiso morir, y en vista de esto, Belmonte lo descabelló.

Los que antes gritaban a Gaona y Joselito, descartando a Belmonte: “Los dos solos, los dos solos”, se echaron al ruedo y le dieron una vuelta en hombros. La gente hablaba, hablaba, hablaba, no podía ni aplaudir, ni pedir la oreja; ni nada; aquello se había salido de lo corriente, y de lo corriente se salía también la forma de admiración y de entusiasmo. 

Belmonte, transfigurándose, cambiando de estatura, de silueta, hasta de color, se borró a sí mismo. Nunca vi arte más puro, más valentía natural, más dominio, más estética. No hubo oropel, relumbrón falso, comicidad. No toreaba para el público, aficionado al efectismo, sino para el toro y para él. NI siquiera creo que toreara para nadie. Me pareció más bien que puso el punto y final a la brillante historia de la tauromaquia. Después de esto nada. No hay más allá...”

Este toro de triunfo se llamaba Barbero y tenía el número 17. Se comentaba –en los círculos taurinos sevillanos- que el diestro cada vez que pasaba por la calle Sierpes de Sevilla, donde los ganaderos de Concha y Sierra tenían su domicilio, se quitaba el sombrero cordobés –que siempre lucía- en homenaje a la ganadera por el triunfo rotundo que le dio un toro de su ganadería. Esta, de prestigio sobrado, fue comprada por don Fernando de la Concha y Sierra, que falleció en 1887, dejándola en manos de su señora doña Celsa Fontfrede que, a partir de entonces, fue conocida como la Viuda y cuyos ejemplares se lidiaban a nombre de la viuda de Concha y Sierra. Esta ganadería se situó, rápidamente, en los primeros puestos ganaderos siendo preferida por las figuras del toreo de entonces, entre ellos, Belmonte.

Juan Belmonte siguió su temporada triunfal finalizándola el 12 de octubre en Barcelona como ya sabemos.



Después del apretado resumen de la crónica del maestro Corrochano, -fallecido en 1961 -, al hilo de una gran faena, nos viene a la memoria que, el 6 de julio de 1944 y, en la plaza de las Ventas, tuvo ocasión de presenciar otra de las faenas que figuran en la Historia del Toreo. La realizada por el diestro cordobés Manuel Rodríguez, Manolete, al toro Ratón, de la ganadería de Pinto Barreiro, sobrero de la corrida de la Prensa.

Otro ilustre periodista, Federico Alcázar en ABC titulo:

La tarde cumbre de Manolete en Madrid. ¡Así no ha toreado nadie! ¡¡Nadie!!

Alto, espigado y pálido, como un candelabro de oro macizo calado y esbelto, Manolete se planta ante el toro con la roja franela en la mano torera. Silencio en la plaza. Calma en el ruedo. Nada turba el solemne momento. Hasta el viento, que toda la tarde corría molesto empieza a aquietarse y remansa su vuelo. Ahí está el hombre. Va a surgir el torero...

Salta al ruedo un toro, sobrero, de Pinto Barreiro, bien presentado, de nombre “Ratón” que sale huyendo de los capotes. Manolete le sale al encuentro y le plasma una serie de formidables verónicas rematadas con media. Gran ovación. Otra media portentosa que hace que Manolete tenga que saludar montera en mano. Caen sombreros a la arena. Dos varas, pidiendo el cambio el cordobés. Quite con cuatro verónicas rematadas con media que hace que el público le ovacione. Par y medio. Manolete, brinda al respetable desde el centro de la plaza. Se le oye decir: “fuera gente”. Queda solo en el ruedo. Un pase por alto muy quieto. Enseguida se echa la muleta a la mano izquierda. Seis pases naturales. Liga con el de pecho y empalma toda la faena en un mismo terreno. Ovación. La gente está en pié aclamando a Manolete. Caen sombreros a la arena. Unos pases por alto muy quieto. Tres naturales y, seguidamente, cuatro más, en perfecta ligazón. Vienen luego cuatro pases en redondo, en los que Manolete mira al público, en tanto que, con perfecto dominio, hace pasar y repasar al toro embebido en la muleta. (Entusiasmo y gritos de asombro; al ruedo caen muchas prendas de vestir) Manoletinas y pases cambiados y otro por delante, jugando suavemente con el toro. Desarme. Alejándose del toro muy toreramente. En el tendido uno se perfila y, despacio, recreándose en la suerte deja una estocada hasta la mano en todo lo alto del morrillo. Descabello a pulso.

Enorme ovación. El máximo premio presidencial, de acuerdo con el dictamen del público entusiasmado. Nadie piensa en abandonar la plaza, y solamente cuando Manolete da tres vueltas al ruedo, a hombros de un grupo de entusiastas y sale en triunfo por la puerta de Madrid, la gente empieza a abandonar la plaza, comentando la corrida.

ABC, 7 de julio de 1944.


En 1998, el 28 de mayo, José Tomás Román Martín –también en corrida de la Prensa-, ejecutó una faena magistral al toro Pitufo, de la ganadería de El Torreón al que le cortó las dos orejas, pudiendo, esta faena –a nuestro modesto juicio- aproximarse a las ya referidas como históricas porque al culminarla triunfalmente, nació un torero.

Veamos que pasó en crónica original escrita a la antigua usanza, en 1998, por el autor:

Madrid, 28 de mayo de 1998, corrida de la Asociación de la Prensa. Seis toros de diferentes ganaderías, para Manuel Caballero, Vicente Barrera y José Tomás. Preside el Sr. Lamarca acertadísimo en su labor al mantener en el ruedo a un toro de triunfo cuya devolución pedía la mayoría de la plaza. Sexto de la ganadería de El Torreón, de nombre “Pitufo”, número 17, de 568 kilos, negro mulato, pisa el ruedo con alegría rematando en burladeros. José Tomás sale a su encuentro dándole una verónica a pies juntos extraordinaria. Otra verónica en el mismo sitio, una tercera saliéndose al centro del ruedo, una cuarta muy ceñida, al igual que la quinta y sexta. Otra más y remate con media de frente a pies juntos. Gran ovación.

Pica “El legionario”, José Tomás lo lleva muy toreramente al caballo dejándolo enfrentado con una tijerilla. Una vara empujando poco. Sale flojeando. Segunda vara sin apretar el picador. Cambio de tercio. Quite de Manuel Caballero. Brega excepcionalmente Luciano Núñez. Dos pares de banderillas. Cambio de tercio.

Brindis al público desde el centro del ruedo. Cuatro estatuarios sin mover las zapatillas; otro adelantando la pierna, pase del “desdén” y de pecho resultando desarmado. ¡Manolete, al final de su faena, también fue desarmado, igualdad de destino en el triunfo!

Tira del toro hacia fuera. En la plaza se oye el “run-run” de las grandes ocasiones. Silencio.

Cita y liga cuatro derechazos llenos de temple y majestuosidad rematados con el de pecho, alejándose muy toreramente del toro. Sigue con la mano diestra, en los medios, ejecutando cuatro pases ligados con el de pecho, dado muy despacio, como a cámara lenta. El público de pone en pié.

Mano izquierda, su fuerte, como la de Manolete, gran expectación.

Adelanta la pierna contraria; cita: dos naturales muy lentos llevando al del Torreón embebido en la muleta. Otro más, quedándose el toro en mitad de la suerte, aguantando el torero lo máximo posible; pasa el toro, el público respira, duró aquello demasiado. Dos naturales más y pase de pecho, sin espada. Se adorna al recogerla del ruedo. Gran ovación. Unanimidad total. “¡Cómo lo mate!”, se oía.

Toma la espada de matar y esculpe tres naturales soberbios ligados con el de pecho. Cuadra al toro. Entra recto y con verdad. Pinchazo en todo lo alto. ¡No importa! En lo alto se ovacionaban antes los pinchazos y aquí y ahora también. Gran estocada volcándose. El toro tarda en caer 13 segundos. Petición unánime de trofeos: dos orejas. Vuelta al ruedo triunfal acompañada de gran ovación con el público en pie. Salió a hombros por la Puerta Grande.

Hemos de tener en cuenta que eran diferentes épocas del toreo, con toros diferentes y con públicos distintos; pero el Arte del Toreo no tiene épocas, es Arte siempre. 

¿Han existido otras faenas históricas desde el triunfo de Belmonte y Manolete?

Naturalmente. Julio Aparicio en 1962 con un toro de Atanasio; Antoñete con Atrevido; Ordóñez, toreando bajo la lluvia en Madrid en 1960; El Viti, en Sevilla con el toro de Samuel al que mató recibiendo varias veces; Camino y un toro de El Jaral en Madrid; Antonio Bienvenida; Curro Romero, Robles, Paquirri, Capea etc. etc.; pero no tenemos espacio para relatarlas en este modesto ensayo.

El maestro Corrochano terminaba la reseña del triunfo de Juan Belmonte con un: Después de esto nada. No hay más allá...”; pero sí lo hubo, lo hay y lo habrá, el Arte del Toreo no tiene límites.



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