sábado, 3 de junio de 2017

23ª de San Isidro en Madrid. Ponce se alzó galáctico en Las Ventas / por J.A. del Moral · 03/06/2017


Alfonso Enrique Ponce Martínez es un torero español nacido en Chiva (Valencia) el 8 de diciembre de 1971

FOTOS DE JULIO MAZA

Por tanto, con 46 años de edad y con nada menos que 28 en la cumbre del toreo en continuo progreso y sin que todavía podamos adivinar cual y cómo será su techo. Su tarde de ayer en Las Ventas fue más que histórica porque Ponce resumió frente a dos enormes toros de muy distinta condición y exagerado trapío, cuantas cualidades posee desde cualquier punto de vista. El valor, sobre todas las demás porque torear como toreó a sus dos oponentes de la imponentísima corrida de Domingo Hernández, no creo que nadie más que Enrique sea capaz de hacerlo. Al noble segundo de la tarde, con infinita calma, extrema lentitud y formas celestiales. Y al espantoso e incierto cuarto, que fue el animal más agresivamente encornado que hayamos visto en una corrida de campanillas, con tanta verdad y tan descomunal entrega como nunca he visto a nadie en mi larguísima vida profesional. Sus fallos a espadas dejaron el resultado de cuanto llevó a cabo en una oreja de cada uno de sus oponentes. Hubiera cortado tres o acaso cuatro. Pero es igual. Los dos trofeos se pidieron con frenesí por la inmensa mayoría de los espectadores que abarrotaron los tendidos para verle en su máxima sazón y en compañía de un joven de Castellón, Varea, que confirmó su alternativa y de un no tan joven toledano, David Mora, ambos imagino que apabullados por los prodigios del maestro de maestros. Ambos contaron en sus respectivos lotes con los toros más bravos, más nobles y más encastados del envío, tercero y sexto, mostrándose incapaces de aprovechar tan lujosa oportunidad. No quiero ni imaginar lo que hubiera hecho Ponce con estos fantásticos bureles. De ahí que no resultara extraño que la tarde quedara totalmente eclipsada para los compañeros de terna del valenciano. Ni una sola palabra más voy a dedicarles en esta crónica, salvo en la ficha, porque entrar en detalles sobre las carencias de ambos la ensuciarían.

 
Ponce se alzó galáctico en Las Ventas

J.A. del Moral · 03/06/2017  
Madrid. Plaza de Las Ventas. Viernes 2 de junio de 2017. Vigésimo tercera de feria. Tarde nublada con viento y lleno absoluto.

Seis toros de Domingo Hernández cuyo hierro adquirió ayer antigüedad. De enormes proporciones y astifinas cornamentas, sobresaliendo por su muy ofensiva testa cuasi alirada el corrido en cuarto lugar. Manejable y con poco brío el primero, Muy noble por el lado derecho el no tan noble por el izquierdo segundo. Bravo y muy noble en la muleta el tercero pese a que, en su salida, se acostó en el recibo con el capote. Insumiso aunque con un buen fondo por el lado derecho el flojo y feísimo de cuerna el cuarto. Simplemente manejable el quinto. Y extraordinario el sexto que fue, con mucho, el mejor del envío.
Enrique Ponce (carmelita y oro): Metisaca accidental en los bajos y estoconazo, oreja. Pinchazo arriba y media estocada tendida, aviso y oreja con discrepancias de la minoría de los reventadores. Clamorosa salida a hombros.
David Mora (tabaco y oro): Bajonazo, aviso y saludos. Estoconazo de entrega saliendo cogido y dos descabellos, aviso y saludos.
Varea (marfil y oro con remates negros): Estocada ligeramente atravesada y nueve descabellos, silencio. Pinchazo y estocada, aviso y palmas de despedida.

PARTE MÉDICO DAVID MORA
  • Puntazo corrido en cara interna del muslo izquierdo que contusiona la musculatura aductora. Pronóstico leve que no le impide continuar la lidia.
Sobresalió en banderillas Ángel Otero. Bien en pares sueltos Mariano de la Viña, Jaime Padilla, Jocho, Antoñares y Diego Valladar. De la Viña, Jocho y Otero destacaron en la brega. Y a caballo, Manuel Quinta y Puchano.
Asistió al festejo desde los abonos de la Casa Real sobre toriles, S. A. La Infanta Elena acompañada por sus hijos Froilán y Cristina Federica



En todo y por todo, la tarde fue enteramente de Enrique Ponce. Hasta tuvimos la sensación de que, tras matar al segundo toro, se había acabado la función. Y lo mismo tras matar al cuarto. En parecidas circunstancias, muchas veces ocurrió igual con Antonio Ordóñez en sus tardes triunfales. Pero lo de Ponce ayer fue aún más notorio dadas la inferiores categorías de sus alternantes. Sobre todo el llamado Varea que no supo qué hacer ni en donde meterse. Eso sí: apoyado por los muchos paisanos que acudieron a verle en su confirmación de alternativa.



La postrera fuerza taquillera de Enrique Ponce al reclamo de su triunfal actuación en Las Ventas el pasado San Isidro y del campañón que hizo a lo largo de la temporada 2016, quedó plasmada en el entradón que abarrotó la monumental. Y esto a los 28 años de su alternativa. Las gentes, actualmente convencidas en pos del excepcional caso de Enrique, tras no pocos años con muchos aficionados y, no digamos, con gran parte de la crítica a la contra, vivieron la tarde madrileña del maestro de maestros con inusitada pasión, sin que faltaran los eternos discrepantes que tienen la particularidad de odiar a los mejores toreros y de perdonar y hasta admirar a los peores. Me dan pena.


¿Cuántas veces hemos dicho lo mismo que antier Enrique en una jugosa entrevista sobre que en Madrid todavía no habían visto una de las muchas grandes faenas? Pues digo yo que todavía no, pese a que la de ayer ante el segundo toro, el mejor de su lote aunque no fácil, fue la que descubrió para muchos de los asistentes al más enjundioso Ponce de estos últimos años. Ciertamente: El recital con el capote de Ponce en el recibo por excelsas y templadísimas verónicas y en el quite por preciosas chicuelinas de manos bajas, mas los bellísimos remates para colocar al toro ante el caballo, de ole y ole y ole…, fueron algo de “otro mundo”. Y su faena, muy especialmente sobre la mano derecha porque el toro no se prestó por el izquierdo, su más actual toreo en el que a la portentosa ligazón de las rondas en las que los muletazos parecen uno solo de tan cosidos cual pespunte de seda china, añade una calma de mar en calma, una lentitud tan pasmosa como sabrosa, un relajo sideral, un abandono de su propio cuerpo haciendo realidad el sueño de las maravillas que, al verle torear así, parece que torear es la cosa más fácil del mundo. Esta famosa facilidad torera de Ponce – siempre hizo fácil lo más difícil -, ha ido adquiriendo tales proporciones que, en vez de torear sobre los arenosos ruedos, parece que lo hace sobre las nubes. Su proverbial naturalidad ha ido adquiriendo altos grados de prodigio y hasta de milagro. Lo que el mismo Ponce llama hacer del sueño una portentosa realidad. Máximo ejemplo de lo que digo sus poncinas. Invento del valenciano mientras lo soñó que quedó plasmada en fantástica realidad, creo que por primera vez en Las Ventas. No fue de chocar que muchos gritaran jubilosos por el descubrimiento.


Pero no acabó ahí la cosa, porque con el cuarto toro, bellísimo de capa – cárdeno salpicado -, largo como un delfín, hondo como una ballena, armado con largos, veletos y cornivueltos pitones que daba miedo verlos, poco faltó para que fuera devuelto a los corrales por su manifiesta falta de fuerza. Razón por la que el imponente burel se defendiera punteando por arriba al final de sus en principio cortos viajes que Ponce fue convirtiendo en largos y hasta en profundos, con muletazos bajando mucho la mano sin descomponerse ni inquietarse lo más mínimo hasta llegar a adueñarse por completo del animal cuando finalizó la obra metido entre sus tremebundos pitones. Ponce quintaesenció su derroche de valor, logrando facilitar lo más difícil del toreo ante el asombro de los allí presentes. Muchos puestos en pie al borde del delirio. Como ya había ocurrido en varios tramos de su primera gran faena.


¿Por qué algunos se negaron a aceptar tanto prodigio? Sin que lo supieran, para hacerlo realidad mortal. Porque no era un ángel quien esta toreando, era un hombre ya mayor de edad con cuerpo de joven intacto, con cabeza de sabio, con brazos de inverosímil elasticidad, con cintura de bailarín de ballet, con manos milagrosas, con piernas de lentos movimientos…
¡Dios te guarde, maestro de maestros!

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