viernes, 9 de junio de 2017

A VUELTAS CON LA “TAUROMAQUIA” / por José María Moreno Bermejo


Obra de Juan Barjola

De siempre “Tauromaquia” se ha identificado como el conjunto de juegos y luchas entre el hombre y el toro; como el arte de lidiar toros, en su significado más taurino y ecléctico. Pienso que aplicamos adecuadamente la palabra Tauromaquia cuando nos referimos a ese  conjunto de juegos: toreo a pie, toreo a caballo, tentaderos, toros populares, recortes…; en fin, a lo que siempre se definió como “juegos con el toro”


A VUELTAS CON LA “TAUROMAQUIA”

José María Moreno Bermejo
Madrid, San Isidro 2017

            De siempre ha repercutido en el hablar hispano los dimes y diretes que se propalan por el léxico taurino. Son muchas las palabras y dichos que traspasan el mundo de lo taurómaco para alojarse, por siempre, en la jerga popular enriqueciéndola tras hacerla más amena y reconocible. Nuestra Fiesta: “… hija de la íntima fuente, popular y espontánea  de un grupo humano, que encuentra ahí la expresión inconfundible de su “carácter”…”, como expresaba Eugenio D´ors el 6/06/1943, en el suplemento semanal del diario “Arriba” para definir el por qué se llama a los Toros “Fiesta Nacional”.

            Es pues loable el que el “habla de los toros” participe de las formas de expresión del lenguaje coloquial de los hispanoparlantes, aunque debemos cuidarnos de huir de los esnobismos injustificables y de las acepciones inadecuadas. Amo la lengua española por rica y viva, y aunque no sea un filólogo, en absoluto, procuro aplicar mi lenguaje y escritura de forma ortodoxa, en cuánto esté capacitado por mi nivel cultural, no tan elevado como deseo.
            Viene a cuento este preludio para poder expresar ahora mi alarma, limitada, por el derrotero que toma hoy el hablar taurino en boca y pluma de algunos comunicadores que, a mi manera de ver, están abusando de sus púlpitos divulgativos para transferirnos frases y vocablos vanos, inadecuados e incluso contradictorios con la realidad de nuestra Fiesta Nacional.

            Empecemos por lo de “Fiesta Nacional”. Algunos hablan de Fiesta Internacional porque la celebran varias naciones. A mi modo de ver no debería ser así. No solo porque no se adecua a la definición tan acertada que nos regaló Eugenio D´ors en su citado artículo: “Estética y Tauromaquia” del diario “Arriba”, sino porque la celebración de los festejos de toros en otros países se deriva de un sentimiento transferido por el hispano, verdadero dueño de los valores que depara esa gallarda lid nacida de las virtudes, y taras, de un determinado grupo humano. Si a finales del siglo XVIII Jovellanos y Vargas Ponce ponían en solfa la citada denominación de Fiesta Nacional, viene de antiguo, era porque pretendían liberarla de un protagonismo que consideraban inadecuado para el desarrollo de la formación cultural de los españoles que ellos pregonaban. Era pues un estigma del hispano, por lo que lo de Fiesta Nacional debe ser denominación particular e intraspasable de él.

            Sigamos con la acepción: “Tauromaquia”. De siempre “Tauromaquia” se ha identificado como el conjunto de juegos y luchas entre el hombre y el toro; como el arte de lidiar toros, en su significado más taurino y ecléctico. Pienso que aplicamos adecuadamente la palabra Tauromaquia cuando nos referimos a ese  conjunto de juegos: toreo a pie, toreo a caballo, tentaderos, toros populares, recortes…; en fin, a lo que siempre se definió como “juegos con el toro”. Nuestra añeja biblioteca nos proporciona múltiples ejemplos de lo que decimos; los antiguos cronistas taurinos, escritores varios, periodistas y aficionados no utilizaban ese vocablo como particular definición de las capacidades lidiadoras de un torero, de un picador o de un banderillero. Para eso está la palabra: “toreo”. Así podemos definir como aguerrido el toreo de Antonio Ferrera, y no la valiente tauromaquia del extremeño nacido en Ibiza. Hoy, sin embargo, se habla en múltiples foros de la tauromaquia de Pepito torero, de Fulanito picador e incluso de la que ofrece un toro.

            Una acepción infrautilizada por exceso de aplicación es la de: “maestro”. Para aquellos que en verdad lo sean debe ser comparativamente ofensivo que se utilice un apelativo tan selecto y definitorio a profesionales que no han enseñado nada nunca, ni lo harán, y que sólo por llevar años en el sector son tratados con tamaña e inadecuada gentileza. Volvemos al “antes” para aclarar que nunca se utilizó de forma tan desmesurada y aleatoria dicho adjetivo. Éste debería aplicarse exclusivamente a aquellos que destacan por su importancia en el arte del toreo; o a personas muy diestras y con profundos conocimientos sobre la lidia; o a aquellos que enseñan su arte a otros. Hoy, por desgracia, cualquier torero de más de cinco años de profesión es citado como maestro. ¿Por qué esa injusta generosidad?

            Confieso que tras los muchos berrinches que me llevaba al oír los comentarios que se vertían en las corridas televisadas decidí prescindir de la voz. No era por soberbia al estilo calderoniano (creer uno solo saber más que todos), no, era irritación por soportar charla vana, errática, cuyo sentido primordial era el de no estar callado se dijera lo que se dijera. Hubo en el tiempo pasado excepciones que por su magisterio taurino y cultural, el de verdad, y por el decir bien, apasionado en medida y oportunidad, merecían ser escuchados y bendecidos. Hoy no es así, por desgracia. Frases hechas, estereotipadas o vulgarizadas aparecen en las peroratas de los transmisores de la corrida que las más de las veces te llenan de estupor, sino de rabia. También se desfogan con los intervinientes haciéndoles preguntas de manera tal que en ellas van las respuestas que los toreros han de dar; es curioso; no suelen tener desperdicio esas preguntas. Los del callejón memorizan los comentarios de los “maestros” de la transmisión y los repiten como loritos ante el entrevistado que acaba de matar al toro y que, en ese momento, no sabe bien qué es lo que le ha pasado. Ejemplo: “Maestro, el toro se vino abajo y aunque usted estuvo intentándolo siempre no había nada que hacer. Quizás por el izquierdo iba mejor, pero por el derecho ni uno. El viento…” Y el “maestros responde”: “La verdad es que sí; el toro se apagó, y aunque lo intenté no pude sacarle nada; y por el derecho menos. Y luego el viento…”. Creo que mejor sería poner un anuncio en la tele, de verdad. A propósito de los genios del micrófono de callejón, ¿han observado ustedes que van sin corbata en las transmisiones de las novilladas? Me refiero a los de Movistar+. Parece que el público de esos festejos, o los noveles aspirantes a toreros no merecen el sacrificio del cuello apretado…

            Por ser amante de la Suerte de varas me topo continuamente con frases hechas inadecuadas que muestran una falta de conocimientos desmesurada por parte de los que se presume que deben instruirnos. No esperen que alguna vez les digan los transmisores de las corridas que el toro cabeza y puntea los engaños al final de la embestida porque las dos varas que le puso el que se sube al caballo de picar, a muchos de los cuales llaman injustamente picadores, fueron traseras y caídas. No. Antes bien el pobre ganadero tendrá que apechugar con el estigma de haber mandado un toro descastado, sin fijeza, sin continuidad en la embestida, aunque estén viendo que el pobre burel no apoya la mano izquierda porque le han afectado con las varas los músculos locomotores de ese miembro (el noventa por ciento de los bureles se pican en el lomo izquierdo con varas traseras), las culpas no serán del que está sobre el caballo, sino del pobre toro que no se puede defender. Igual pasará si el toro no humilla, las culpas para él; no tiene importancia que la vara trasera no haya ahormado la embestida, ¡qué va!, la culpa es del “callao”, del de negro. Y cuando hablan, lo bordan. “Va a picar “El Chuli”; y el varilarguero que guarda la puerta es “Brazo Fuerte”. Pues no, en las corridas de hoy día no hay varilargueros. Estos desaparecieron de la corrida en el último tercio del siglo XVIII cuando empezaron a actuar los picadores con varas de detener para adaptar la lidia a la nueva corrida que emergía gracias a los Pedro Romero, “Costillares” y “Pepe-Hillo”. Y eran los varilargueros los que guardaban la puerta. Entonces los toros eran menos bravos y tenían tendencia a volver por su querencia; dos varilargueros, normalmente, se colocaban a cada lado de la salida y hostigaban a los toros que querían refugiarse allí. Prestos estaban a colaborar con los otros montados en plaza que cuidaban del desarrollo de la lidia para que no hubiera heridos, función que les era encomendada. La misión primordial del varilarguero era cuidar de la seguridad del resto de los intervinientes, hasta que llegó el picador con vara corta para detener al toro y ahormar su embestida. O sea: ni hay que guardar puerta alguna ni hay varilargueros hoy. Y picar “arriba” no es picar bien; además se ha de picar sin afectar a los músculos que se entroncan en la cruz, o sea: en el morrillo.

            El nuevo verbo del taurineo expresa situaciones viejas que siempre fueron definidas de forma natural, sin ese esnobismo rayano en la cursilería que se utiliza hoy. <El torero está “abriéndole los caminos” al toro…>; <el toro “se ha agarrado al piso” (herencia azteca)…>; <el toro suelta la cara>; <“tiene la cara lavada (y recién pintada)>… Podríamos seguir escribiendo muchas más frases de la nueva forma de transmitir corridas de toros puesto que hay muchas más. Y en la mayoría de ellas se emplea la “Tauromaquia” como coletilla o estribillo gozoso. Hay un cierto relajo en el periodismo actual,  también en el modo de expresarse el aficionado, a la hora de definir lo acontecido en el ruedo. Un relajo que no es equilibrado con el deseo de perfeccionamiento literario (¡oh, Joaquín Vidal!) sino todo lo contrario: llamar la atención con una expresión esnob, chocante y, a ser posible identificativa de un nuevo modo particular de comunicación. El resultado es que uno no se entera de nada de lo que de verdad ha sucedido en la plaza por lo enrevesado de la prosa del comunicador. <“Con sobriedad impropia de los albores de una carrera taurina, el niño Gómez toreo para la afición enmendando al enemigo como un maestro”>, decía el gacetillero de la revista “The kon Leche” del 16/06/1912 tras la actuación de Gallito Chico el día de su debut en Madrid. Nada de abrirle los caminos ni parecidas zarandajas.

            Se me antoja deplorable no disfrutar de definiciones de las características de los toros adecuadas a la realidad de lo que sale por chiqueros. Hay un condicionante importante en la aparición del cartelón de los pesos que aturde más que ilustra sobre la parte del trapío que corresponde a la masa muscular del cornúpeto. La realidad es que puede aparecer en la tabla un peso de 610 kgs para un toro que realmente pasa de los 640 kgs, o uno de 508 kgs para un Victorino que podría llegar a los 480 “raspaos” (por cierto: fue excelente). Pero en la definición de las características del toro los gacetilleros de hoy no derrochan adjetivos apropiados, certeros, definitorios de la fisonomía y virtudes del burel. Y recuerdo con nostalgia cómo lo hacía Quevedo con el toro que mató Felipe IV en las fiestas agonales de 1631: <… y entonces saltó a la plaza un jarameño luzbel / con dos apodos buidos / con mal maridada sien /  con apóstrofes de hueso coronado el capitel / de ojos más escondidos que bolsa de mercader; / muy barrendero de manos / muy azogado de pies. / lo bragado ya se entiende / lo osco no es menester…>. Retrataba así el vate ilustre a un toro de la vega del Jarama muy astifino, bizco, corniveleto, con mucha fijeza, pronto y encastado, con poder, osco y bragado. Como ahora…

            La Tauromaquia es ecléctica, bella y plena de unos valores que han encandilado a todo un grupo humano: el hispano. No es reducible a la corrida ni a las capacidades técnicas de un artista. Una de sus principales virtudes ha sido la de facilitar el entendimiento de los hispanoparlantes enriqueciendo su vocabulario con palabras y frases de exactitud definitoria. No lo estropeemos con esnobismos febles o inadecuados que poco aportan al rico léxico de la “Fiesta más nacional” que gozamos, como declarara el Conde de las Navas en su inmarcesible tratado taurómaco de título homónimo.
                        

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