lunes, 19 de junio de 2017

Algunas lecciones que nos dejó el abono de Madrid,



El desarrollo del ciclo más amplio y diverso de toda la geografía taurina, nos ha dejado algunas lecciones a tener en cuenta. Además de deshacer las interrogantes que había acerca de si Simón Casas podría o no dar una feria acorde con Madrid, la primera es una interrogante: si su dimensión actual es acorde con los tiempos y la economía que vivimos. La segunda no es menos importante: si el escalafón de toreros y ganaderos, los intereses de cada uno, da para responder a los deseos del aficionado durante tantos festejos. Y nos deja una duda de futuro: si será viable o no ofrecer un ciclo de 10 espectáculos para el abono de otoño.


Algunas lecciones que nos dejó el abono de Madrid


El largo abono de San Isidro, con el epílogo de la Beneficencia y la Cultura, ha formado el serial más amplio de cuantos hasta la fecha se han organizado en toda la geografía taurina. Lo ha sido en su largo metraje, no tanto en acontecimientos cruciales, que en el toreo se dan de forma muy aleatoria. Es el caso, sin ir más lejos, del golpe encima de la mesa que ha dado Ginés Marín, o la sorpresa que ha supuesto la corrida lidiada por la ganadería de Rehuelga. Pero la parte alta del escalafón sigue tal como estaba antes de comenzar el ciclo; como mucho, se ha anotado la baja --es de desear que transitoria-- de López Simón, en una de esas crisis de identidad que sufren los toreros.

Pero este abono nos ha dejado varias lecciones a tener en cuenta. Y la primera de ellas radica en deshacer los temores a la gestión del atípico Simón Casas; pero también ha desbaratado el propio concepto de atipicidad del empresario: al final, no aporta al negocio taurino conceptos muy diferentes a los de sus demás colegas. Pero ha sacado adelante la prolongada feria con dignidad, sin que se haya echado en falta a ningún otro organizador, que no es poco. Le pierde, eso sí, la charlatanería, que luego se vuelve contra él a la hora de los balances. Claro que sin tanto hablar no sería Simón.

Sin embargo, para tener una idea cabal de lo que ha sido su gestión en esta primera experiencia madrileña nos falta lo principal: conocer el estado de las cuentas y conocer, claro está, la situación de los pagos, que en el toreo desde que se inventaron los pagarés constituyen un enigma hasta para los propios protagonistas, que nunca saben a ciencia cierta cuánto y cuándo van a cobrar en la práctica.

Una segunda lección, que más bien es una duda, se centra en la capacidad de asimilación que Madrid tiene para tan amplio número de espectáculos. En cifras matizadas por la diferencia del número de los festejos anunciados, la estadística nos dice que la entrada media registrada en Las Ventas se ha reducido en 3,5 puntos porcentuales con respecto al año anterior.

Cuando se ha desarrollado una política de marketing --uno de los aciertos que debe concederse a Casas y a sus socios-- mucho más activa que en temporadas anteriores, se suscita la duda de si estamos en el límite de lo posible. Hace ya más de 50 años el mítico don Livinio Stuyck soñó con la posibilidad de que el abono principal de Madrid se prolongara durante un mes; luego lo fue ampliando, pero nunca hasta tal dimensión. En los tiempos modernos, en cambio, ya se llevan varias temporadas prácticamente a mes completo.

Sin embargo, la experiencia nos dice que con el actual estado del toreo y de las economías domésticas y empresariales, el sostenimiento de este tipo de abonos constituye toda una aventura. Cuando las figuras miden al milímetro su presencia en los carteles, ausentes siempre de gestos verdaderamente relevantes; cuando la coyuntura ganadera, abocada al toro predecible, depara pocas sorpresas, entre otras cosas porque quienes deben lidiarlos imponen sus preferencias; cuando el dinero disponible en las familias para el ocio se redistribuye entre otras muchas opciones… Cuando todo eso concurre a la vez, de modo necesario surgen los interrogantes.

La prueba del 9 de si esta situación resulta o no sostenible, nos la dará el abono de otoño. Frente a los 4 festejos de otros años, se propone Casas ofrecer en 2017 a los aficionados otras 10 tardes continuadas de toros. El órdago es como para ganar la mano de mus, o para darse un trastazo de mucho cuidado. ¿Estará las figuras por semejante apuesta, o continuarán pensado que venir a Madrid a fin de temporada encierra demasiados riesgos y pocas ventajas? Pero, sobre todo, ¿las carteras de lo aficionados permitirán esos excesos? Son dos dudas bastante razonables que hasta que pase el verano no se despejarán.

Junto a estos elementos, el abono también ha dejado claro que otro toro es posible y deseable. Con los lógico e inevitables lunares que se producen cuando por los chiqueros tienen que salir del orden de 200 reses, con lo visto en San Isidro se comprueba que es posible abandonar la tesis de “el toro grande, ande o no ande” sin bajar por ello los niveles exigibles del trapío propio de Madrid.

En el fondo, lo que se ha podido comprobar en la práctica es que lo importante no radica en el peso, sino en la casta brava. Pero este factor decisivo, para Madrid o para cualquier otra plaza, resulta más complicado de encontrar hoy en las dehesas, donde sobreabunda el toro que no molesta. Y así, por ejemplo, no deja de ser significativo que el encaste de Santa Coloma haya sido colocado definitivamente entre las llamadas corridas duras. Por eso tienen toda la razón quienes sostienen que la verdadera regeneración de la Tauromaquia, también en el siglo XXI, pasa en primer término por devolver toda su integridad y autenticidad al toro de lidia, sin necesidad de pedir permiso para ello a quienes mandan en el escalafón.

Sin pretensiones de realizar un análisis exhaustivo, la otra gran cuestión que remarca el pasado abono se centra en las dificultades de la economía taurina para adaptarse a las realidades actuales. Parece como si los principales actores no estuvieran por la reducción de los costos del espectáculo; en paralelo, tampoco bajan los precios de la localidades, que hoy se mueven en los niveles altos de un espectáculo de lujo.

A mayor abundamiento, junto a esos altos precios se da otro elemento importante que juega a la contra: en la inmensa mayoría de las plazas no se ofrece al menos unos niveles mínimos de confort para los espectadores, que sufren las mismas condiciones con las que convivían nuestros antepasados en el siglo XIX. Pagar a precio de lujo una incomodidad, no entra en los cálculos modernos, cuando de lo que se trata primordialmente es de atraer a un nuevo público, a unas nuevas generaciones. Al clásico “sol y moscas” ya se le pasó su tiempo. Pero en el mundo del toro aun da la impresión que no nos hemos enterado.

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