jueves, 22 de junio de 2017

SOBRE LA MUERTE DE UN TORERO... / por Dr. Crespo




Maestro Iván Fandiño, yo sé que Dios ya te tiene a su lado. Pídele que proteja a tus hermanos de lentejuelas y seda y que asista a los médicos de las plazas de toros cuando caigan heridos. Porque estos hombres, los doctores Gouffrant, Scheiner, Giraud, Chambres, Mau, Darracq.. Al igual que quienes ejercemos la cirugía taurina en España, no son, no somos dioses ni ángeles de la guarda. Como ha dicho el Dr. Octavio Mulet hace poco “no nos consideramos nada de eso; somos unos profesionales que procuramos hacer bien nuestro trabajo y por eso exigimos medios y personal. La vida solo la salva Dios”.


SOBRE LA MUERTE DE UN TORERO...

Me llamo Enrique Crespo Rubio*, soy cirujano de plazas de toros y, exclusivamente como tal, trazo estas consideraciones porque cuanto he visto, leído o escuchado –en todos los sentidos- a raíz de la muerte en el ruedo de un torero, de mi amigo Iván Fandiño, me desconcierta, me remueve e incluso me ruboriza… Reitero que lo hago como Enrique aficionado a los toros y como Dr. Crespo facultativo de plazas con más de 36 años de ejercicio.

Han sido incontables las muestras de cariño, las palabras de admiración y las condolencias sinceras, que se han difundido hacia la figura del torero orduñés. Pero también, tristemente, como sucede últimamente en España con otras tantas circunstancias, se han desaguado comentarios irreverentes, toscos, infames, sobre su agonía y su muerte. La realidad incuestionable es que el día 17 de junio Fandiño resultaba herido en Aire-sur-l'Adour y fallecía en Mont de Marsan, a consecuencia –nadie lo olvide- de la embestida de un toro bravo.

Esta es mi primera consideración: no se deben buscar más responsables en esta tragedia, que ha marchitado para siempre la vida de un hombre, que ese animal. El toro, una “bestia” de soberbia belleza, es criado para mantener con el hombre una contienda –en el ruedo, en las calles- a vida o a muerte, cuyo desenlace la mayoría de las ocasiones permite alcanzar –al torero, al mozo- la gloria. Pero no siempre. Y cuando “el desenlace” provoca la tragedia en el ser humano, en cualquiera, a todos nosotros se nos quiebra el sentimiento y tardamos en aceptar el drama. Seguramente porque nos hemos acostumbrado a que en las carreras de los encierros y en la arena de las plazas ya no contemplamos la muerte en el testuz de los toros. Pero la fiesta de los toros lleva implícita, tarde o temprano, la sangre de sus partícipes; esa es una realidad dolorosa que nunca debemos olvidar y todos tenemos que aceptar. Si, el toro como animal temible es capaz de hacer sentir al hombre las emociones más fuertes pero también, como fiera agresiva, puede dañar, puede herir, puede matar.

Pocas horas después de la inmolación (del verbo inmolar: dar la vida en honor de algo) de Iván Fandiño en Aire-sur-l´Adour, el Maestro Luis Francisco Esplá, ciertamente emocionado, manifestaba que “el toro está hecho para herir; es su condición y sabe emplearla, sabe herir. El vulnerable es el ser humano; el toro es el vulnerante…” 
Y eso sucedió aquella maldita tarde. El toro, de nombre Provechito, hirió brutalmente al hombre, de nombre Iván, causándole unas lesiones tan severas que a la postre resultaron críticas y acabaron con la vida del héroe. Las lesiones originadas por el asta del toro afectaron a varios órganos vitales aunque, finalmente, serían los desgarros de las venas suprahepáticas los que determinarían el fatal desenlace.

Mucho se ha especulado sobre la asistencia que, en la Enfermería de la Plaza de Toros de Aire-sur-l´Adour, recibió el maestro Fandiño. Hasta es probable, sin duda por la desinformación de las primeras horas, que surgieran muchas dudas entre las gentes del toro e incluso en aquellas ajenas a él. No he querido, intencionadamente, pronunciarme hasta ahora sobre aquellas tremendas circunstancias.
Conozco lo suficiente la filosofía de trabajo de los profesionales médicos y las condiciones sanitarias en las plazas de toros de Francia. Ninguna es equiparable a las de España. Entre otros motivos porque la configuración y la ordenación sanitaria estatal son diferentes, incluso me atrevo a decir que, racionalmente, es más coherente la del país vecino. Sin embargo, desde mi punto de vista, la asistencia médico-sanitaria en las plazas de toros es mucho más adecuada y evolucionada en España, probablemente porque nuestro bagaje, en cuanto a la cantidad y a la gravedad de las heridas, sea infinitamente más numeroso.

La doctrina de trabajo, y por tanto la dotación e infraestructuras sanitarias en las Enfermerías, de los médicos españoles difiere en gran medida de la de los colegas franceses. Entre otras razones porque “nuestra cirugía taurina” se asienta en la tradición que nos transmitieron nuestros maestros cuya escuela, enraizada en los orígenes del arte quirúrgico y argumentada con los resultados en las heridas por asta de toro, nos enseña a proceder, ante una cornada, ante cualquier cornada, de forma inmediata y radical, aún cuando las circunstancias del entorno no sean todo lo favorables que deseáramos.

En los últimos días me han preguntado, privadamente o a través de las redes sociales, que pensaba y que hubiera hecho yo ante una herida como la de Iván Fandiño... Hasta ahora no me había expresado públicamente. Entendí desde el primer momento que la herida era tremenda, de una gravedad inusitada y por tanto crítica para la supervivencia del torero; y más cuando se confirmó el verdadero alcance de la cornada: las lesiones eran irreparables, eran letales. Ninguno de nosotros, de tantos como se han nombrado que podrían haberle salvado, lo hubiéramos hecho. 

Pero también voy a decir que mi forma de entender la cirugía taurina, mi filosofía, mi doctrina de trabajo en las plazas de toros, me habría empujado a operarle in situ, en la misma Enfermería, aunque el desenlace habría sido el mismo. Es la única cuestión en la que puede existir alguna divergencia a la hora de afrontar en la plaza de toros esa herida tan incierta, en cuanto a la supervivencia del herido. Desgraciadamente, repito, la cornada era mortal. Estoy convencido que el Dr. Darracq y su equipo hicieron no solo todo cuanto estaba en sus manos por evitarlo sino todo aquello que su ética profesional les aconsejaba en esos terribles momentos.

Los médicos de plazas de toros, de España y de Francia, de Portugal y de Hispanoamérica, tenemos que seguir trabajando para mejorar las condiciones médico-sanitarias de todas las Enfermerías e implicándonos en la formación de los jóvenes que un día nos sustituirán en esos burladeros que hoy ocupamos nosotros…. Con el solo objetivo de disminuir las consecuencias que acarrean las cornadas y las lesiones causadas por los toros. Pero, del mismo modo, somos conscientes que siempre habrá que lamentar tragedias como la de Iván Fandiño. Claro que estas no se producirían si estos héroes del presente, estos “Aquiles” modernos, estos dioses terrenales vestidos de oro y gloria, no hubieran elegido hacer de su vida la más bella ocupación del mundo. 

Maestro Iván Fandiño, yo sé que Dios ya te tiene a su lado. Pídele que proteja a tus hermanos de lentejuelas y seda y que asista a los médicos de las plazas de toros cuando caigan heridos. Porque estos hombres, los doctores Gouffrant, Scheiner, Giraud, Chambres, Mau, Darracq.. Al igual que quienes ejercemos la cirugía taurina en España, no son, no somos dioses ni ángeles de la guarda. Como ha dicho el Dr. Octavio Mulet hace poco “no nos consideramos nada de eso; somos unos profesionales que procuramos hacer bien nuestro trabajo y por eso exigimos medios y personal. La vida solo la salva Dios”.
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*Enrique Crespo Rubio es Secretario Gral. de la Sociedad Española de Cirugía Taurina.

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