lunes, 28 de agosto de 2017

LINARES: 70 AÑOS DESPUÉS DE LA TRAGEDIA / por José María Sánchez Martínez-Rivero



Imagen del cartel original y único

LINARES: 70 AÑOS DESPUÉS DE LA TRAGEDIA.


La semana de pasión del diestro Manuel Rodríguez, Manolete, comenzó el domingo 24 de agosto de 1947 en Gijón donde estoqueó toros de Luís Ramos al lado de Gitanillo de Triana y Parrita. Actuó el martes 26 en Santander con toros de Rogelio M. Del Corral junto a Belmonte y Rovira. Obtiene en sus toros, ovación y vuelta al ruedo, respectivamente.
En este modesto ensayo nos vamos a interesar por la opinión de las personas que estuvieron a su lado y que conocieron los hechos de primera mano. Solo nos interesa el lado humano del torero y como vivieron los acontecimientos sus amigos e íntimos.

El miércoles 27 de agosto de 1947, en las primeras horas de la noche viaja Manolete a Linares. Va en su coche, Buick azul matrícula M-75.545, acompañado de su apoderado, don José Flores Camará; don Antonio Bellón, periodista y amigo del Monstruo, y su mozo de espadas Guillermo. La pluma de don Antonio Bellón nos relata el viaje:

... El viaje hacia su muerte gloriosa lo hizo Manolete desde Madrid, pálido, preocupado, con su fiel mozo de espadas Guillermo –el visitante diario a su tumba- al volante, y en el asiento de atrás Camará preocupado, y yo cronista taurino de “Pueblo”, que procuré distraer con mi charla a los viajeros. Cenamos en Manzanares. Durante la cena planteé el siempre eterno tema de la rivalidad entre Joselito y Belmonte. Camará, entusiasta de su padrino de alternativa, Joselito “El Gallo”, replicaba a mi belmontismo. Manolete ironizaba. Terminó la cena, satírico Camará y diplomático el cronista. Manolete se puso al volante; atrás, pronto se durmieron Camará y Guillermo.
En aquél último viaje, Manolete, -Manzanares en el kilómetro 173, Linares a más de 300- me habló de sus amarguras y contrariadas ilusiones. Su plan era terminar la temporada y, pese a todo, casarse.
Terminar como torero, dándolo todo, solo o en conveniente competencia y buscar su íntima felicidad que oscura, y tormentosa se le ofrecía.
Llegamos a Linares. Al pasar junto al hospital donde moriría, en la noche del siguiente día, recordó que anterior feria, su coche atropelló a una chiquilla a la que llevó, abrazada a él a que la curasen sus lesiones dolorosas en el hospital. No se olvidó de aquél cariñoso ir abrazado a la muchachilla, Manolete, el soñador de paternidades tranquilas.
El hotel Cervantes. Saludos, abrazos. El cariño diplomático, del clan de amigos de Luís Miguel. Manolete con sueño, demacrado, molesto de prisas intestinales. Al fin el silencio y Manolete en su último sueño. Apartado mañanero de la miurada, que estuvo destinada, y perfilada para Murcia. Dominguín padre, sapiente, hábil, cordial con Camará. “Gracias Pepe por estar Miguel en esta corrida”. “Va a estar en más, Domingo”. Y los dos hombres fuertes y duros del toreo miran y remiran a “Islero” y sus hermanos, Camará habla, indica, sugiere en el apartado. Dominguín calla y otorga. Dos sabios poderosos de los intereses difíciles por dentro del toreo y taurinismo. Ya estaba hecho el sorteo. “Islero” - ¡ay, dicen que no hay quinto malo!- saldrá el penúltimo.
Manolete, aliviado de sus retortijones, recibe entusiastas visitas. Los de Dominguín le desean suerte. Los fieles Chimo y Guillermo, le visten de rosa y oro. El firme pulso de Manolete enciende la mariposa, que parpadea ante las protectoras; reza fervoroso, y ordena de vuelta a lo mundano, que al volver de la corrida se le tenga preparada una conferencia con un balneario granadino donde está la que, en días, será su esposa. Y... ¡a la plaza!

Por las declaraciones hechas por don José Flores, Camará, al periodista Tico Medina en el programa de TVE, “Así fue”, emitido en 1973, nos aclara, el apoderado, los enigmas y equivocaciones que, para muchos aficionados, todavía existen en cuanto al cambio de toros y otras.
  • Don José Flores, “Camará”, como apoderado de Manolete entonces, me quiere usted decir que prometió no volver a Linares desde el día en que murió Manolete.
  • Prometerlo no lo prometí. Lo que he hecho es no ir.
  • Usted estaba en el cuarto aquél día en se vistió Manolete ¿no es cierto?
  • Si, señor.
  • Don José, ¿notó usted algo raro a la hora de vestirse el torero?
  • No, nada.
  • ¿No había ningún presentimiento?
  • No, que yo notara nada. Estaba tan tranquilo como siempre.
  • Usted volvió y habló con Manolete y le contó que había estado en el sorteo ¿no es así?
  • Sí, sí.
  • ¿Qué pasó en el sorteo ?
  • Pues verás, Tico, en el sorteo pasó lo siguiente: la corrida de toros era una de las llamadas terciadas y a él le tocó un toro chico y un toro mayor, que fue el mayor de la corrida que fue “Islero” y entonces yo, cambié el toro chico a Gitanillo por uno mayor que fue el primero que mató Manolete.
  • O sea, que no fue en ningún caso el toro “Islero” el que usted cambió.
  • No, no, de ninguna manera, ese le tocó a él en su primera hora y lo mató.
  • Don José, dígame una cosa que yo quiero saber, ¿el toro estaba afeitado?
  • Afeitado no estaba el toro, te lo puedo pero jurar, que no estaba el toro afeitado. Manolete ha sido de los toreros que, desde su época para acá, ha sido el que menos toros afeitados a toreado, porque tenía la manía de que los toros afeitados le punteaban la muleta.
  • ¿Cuánto cobró Manolete aquella tarde?
  • Doscientas mil pesetas.
  • ¿Era mucho o era poco?
  • Hombre, para aquella época era mucho.
Manuel Rodríguez, Manolete, se refería al afeitado de algunos de sus toros: ¿Creen que voy a cobrar ese dineral que cobro si a mis toros hubiera que cortarle tres dedos de los pitones en cada corrida?
Don José Flores, relata los hechos tal como sucedieron y queda claro que el toro Islero ni estaba afeitado ni fue cambiado. Le tocó en suerte.

Otros de los testigos de aquella corrida fue Luís Miguel Dominguín. Cuenta a Tico Medina, en relación con el ambiente previo de este corrida, lo siguiente:
  • Luis Miguel, ¿notaste algo especial en Manolete aquella tarde?
  • Yo al cabo del tiempo lo que creo es que, si me lo preguntan antes hubiera dicho que no, pero después de la cornada pienso que este hombre quería morirse. Fue muy extraño. Estábamos en un pequeño hotel, muy pequeñito. No me acuerdo como se llamaba, creo que el hotel Cervantes o algo así ¿no?
Yo estaba en una habitación cerca del único baño que había en nuestro piso y él tenía que pasar por la habitación para ir al baño. Pasó, normalmente, como cualquiera puede pasar en estos momentos y entonces, al volver, entró en la habitación donde estaban una buena cantidad de sus “titulares partidarios”. Me pareció, después; después, te digo, no antes, que había notado un rictus de amargura, de desesperación, no sé, en fin, muy lógico dentro del tipo de vida que nosotros tenemos. Que se siente uno un poco molesto cuando una serie de seguidores de hace mucho tiempo y de pronto te sientes un poco como traicionado, como si dijéramos, engañado porque estén tus partidarios con otro. No quiero decir con esto nada, en fin; no quiero decir con esto nada para molestarlos a ellos, que ellos saben muy bien quienes eran. Lo que si quiero decir es que este hombre estaba un poquito desesperado. Estaba un poco fuera de ambiente y dijo: “Que ganas tengo de terminar, que ganas tengo de que acabe la temporada”. Dijo algo más que me hacía hasta gracia y se lo dije: “Pero, Manolo, pero por Dios, si la temporada está muy cerca” con esa ingenuidad propia de la juventud. Me dijo: “Ya llegarás a notarlo”. Yo creía que aquello no podía llegar. Y la verdad, es que también ha llegado para mí.”

Ese era el aire que se respiraba y que testigos de la tragedia captaron ese día antes de la celebración de la corrida.

Manolete, vestido de rosa palo y oro, está a las 17,25 horas del día 28 de agosto de 1947, en la puerta de cuadrillas para hacer su último paseíllo.
Antes de salir, se hace una foto con el cabo de la entonces Policía Armada, Juan Sánchez, amigo suyo, y que luego tendría un protagonismo importante a la hora de las transfusiones de sangre después de la cogida.

El periodista Tico Medina le preguntó al cabo:
  • Dígame usted una cosa, Sr. Sánchez, ¿Cómo le encontró aquél día?
  • Perfectamente y hasta optimista.
  • ¿Incluso sonreía?
  • Si señor.
A las 17,30 en punto hace sale al ruedo Manolete y hace el paseíllo en el lado izquierdo, visto desde la Presidencia, en el centro Luís Miguel Dominguín y en el lado derecho, Gitanillo de Triana.
Terminado el paseíllo, saludan los matadores al publico que entusiasmado les ovaciona. Manolete, majestuoso, -no encontramos otra palabra-, se adelanta y entre sol y sombra, saluda. Pies juntos, mano izquierda caída cogiendo el capote que en parte descansa en el ruedo. Mano derecha: montera, pegada al muslo derecho, tomada por tres dedos y pulgar, el índice extendido sobre ella. La cabeza girada hacía el lado derecho algo inclinada. Media sonrisa. Parece decir: ¡Aquí está Manolete!

Don Antonio Bellón, crítico taurino y amigo de Manolete nos relata en 1973:
Me llamo Antonio Bellón y soy redactor y crítico taurino, ahora en este mismo sitio donde vi la corrida puedo recordar algunos detalles de ella.
La corrida era de Miura y no salió lo que llaman los toreros agradable.
Gitanillo de Triana, en el primer toro, estuvo bien, pero sin pena ni gloria.
Manolete, al que al salir le habían chillado bastante porque no había toreado en Córdoba principalmente y luego después le hicieron saludar desde aquí, desde el tercio. Manolete en el primero pues, lo que llaman también técnicamente mató al toro.
Luís Miguel Dominguín, con el público a favor, además que estuvo bien, cortó una oreja.
En el cuarto toro volvió Gitanillo de Triana volvió a estar, lo que se llama bien, sin ninguna cosa destacada.
Y ya salió “Islero” y Manolete salió desde su burladero y salió con verdaderas ganas y toreó de capa muy bien y el público empezó a entregársele. Y después a la hora de la faena de muleta toreó hacía la puerta de cuadrillas que era donde había el núcleo que más le chillaba; dio unos naturales como daba a todos los toros, dio sus redondos y ya cuando la faena estaba para terminarse y el público cesaba de pitar, quiso adornarse por los toriles tocando el pitón al toro, lo que no hacía frecuentemente porque no era lo suyo y ya para terminar la faena se fue a la puerta de cuadrillas y dio las clásicas manoletinas suyas con el pecho dándoselo a los pitones, un adorno; pero un pase en el caso de Manolete. Y después salió un poquito hacia fuera y ya entró a matar y fue cuando el momento de la tremenda desgracia que nos privó de aquél gran torero.”

El picador de Manolete, Barajas, más conocido por “Pimpi”, estuvo hasta el último momento al lado del Monstruo. Comentó:

Estuve a su lado hasta que expiró. No me separé de su lado un solo instante. Las cinco transfusiones de sangre las soportó con todos sus sentidos. Se quejaba, eso sí. Y me decía:” Pimpi no te vayas. Dios te pagará cuanto haces por mí”. ¡Una tragedia! Yo, la verdad, en un principio no creí que la cornada pudiera costar la vida a nuestro gran torero.”

El testimonio de Guillermo, su mozo de espadas, que junto con Cantimplas lo trasladó a la enfermería es desgarrador:

A unos metros de Manolo, entre barreras, estaba yo. Perfecta cuenta me di del peligro que corría el torero. Al Pelu (Cantimplas) y a Pinturas les dije, varias veces, que anduvieran con cuidado. Y a Manolo cuando montó el estoque, no pude contener un grito. Fue éste ¡aligera y con el brazo por delante!
Manolo quiso hacer la suerte con toda honradez y sobrevino el percance. Fui el primero en llegar a recoger al torero. Creo que con Cantimplas, Camará, Sevillano y algún otro, le llevamos a la enfermería. Yo no pude, no quise entrar. Me atenazaba la congoja. Y preferí no verlo -¡hasta verlo muerto!-, a dar un mal rato a quien tanto quise... No tuve valor para soportar tan cruel momento”.

Primo hermano y banderillero de Manolete, Rafael Saco, Cantimplas, relata así los momentos dramáticos de la cogida:

Fuera de la barrera estaba yo, en terrenos de chiqueros, siguiendo el trasteo de muleta con tanto interés como impaciencia. El toro era manso, echaba la cara arriba y abajo y en cada pase veía cogido a mi matador. Después de la cogida yo fui el primero que entró al quite. Tomé a Manolete en brazos, y ayudado por no sé quien o quienes, lo llevamos a la enfermería. Me salí después. Era tan tremenda la herida que me dio miedo....”

En 1973 Tico Media, entrevista a la madre de Manolete en su chalet de la Avenida de Cervantes en Córdoba.

- Hablamos con doña Angustias, la madre de Manolete, a sus 92 años para 93 en el salón de su hermosa casa que hace aproximadamente 30 años le regalara su hijo.
- ¿Cuándo se enteró de la cornada de su hijo en Linares? ¿Dónde estaba usted?
- Iba a cenar y entonces sonó el teléfono...
- Pero usted estaba en San Sebastián.
- En San Sebastián y como yo esperaba noticias de la corrida, pues, entonces dijeron que estaba un poco herido pero que, en fin, que me darían más noticias. Pero yo no esperé y me fui en seguida a la salita de estar y digo: yo voy a oír la radio porque tiene que dar la corrida y cuando oí aquello empecé a pegar gritos ¡Ay, niña que la cogida de tito Manolo es muy mala! ¡Ay, que está muy grave!
Y luego me trajeron para aquí, para Córdoba. Cuando yo llegué ya estaba él de cuerpo presente. Estaba metido en la caja en esta misma habitación.
- Desde entonces hasta ahora, ¿ha llorado usted mucho?
- ¡Ay, si señor, yo a mi hijo lo quería muchísimo. Él no se iba nunca sin entrar en la cocina y decirme: “Adiós, madre”. Con que ganas me decía: ¡Adiós madre!

Después de la declaraciones de su madre conviene sacar a la luz -70 años después-, las manifestaciones extractadas – Revista Semana de fecha 2 de septiembre de 1947, número 393- de la impresión que produjo la muerte del diestro en la mujer que amó con locura; la artista de cine Lupe Sino y, que dado el puritanismo de la época, quedó en la sombra en su relación con Manolete.

Habla Lupe Sino:

Pérdida de sentido de su vida como artista:
Mi pasión por mi arte como artista de cine, perdió sentido a su lado. Hasta mi juventud dejó de interesarme, valía más la suya, tan heroica y, sobre todo, tan buena; porque Manolete era, sobre todo, bueno.
Feliz al lado de Manolete:
Más que nadie en el mundo. Por él me di cuenta de que el mundo era diferente. En él deposité todos mis amores, y le entregué el caudal íntegro de mis sentimientos y mis sentidos.
Llanto por Manolete:
Yo le he visto muerto al acabar de entregar su alma a Dios. Se ha quedado como si fuera un niño, dormido con la bondad del alma reflejada en su último gesto. Mis lagrimas han sido las primeras caídas sobre su cuerpo sin vida, y mis besos...
Lupe Sino, nos dice como se enteró de la mortal cornada:
Estaba en Lanjarón, y a última hora de la noche recibí un telegrama de Chimo el buenísimo segundo mozo de espadas de Manolo; y en el acto me fui a Linares.

No refiere, Lupe Sino, lo que pasó cuando ella llegó al hospital donde Manolete era atendido. Por manifestaciones de testigos del caso se sabe que amigos íntimos de Manolete la recibieron y le comunicaron que a Manolete no se le podía ver para evitar emociones inútiles y perjudiciales para su estado gravísimo. Uno de ellos manifestó: Si Manolete te llama tú estás dentro; pero si Manolete no te llama..., ahí no entras.

El diestro de Córdoba no la llamó porque nunca después de una cogida había hecho semejante cosa. Y, además, Manolete tenía una cornada de muslo y no se esperaba, -ni él mismo-, que muriera tan pronto. El cordobés solo se acordó de su madre al decir: ¡Que disgusto más grande le voy a dar a mi madre cuando se entere. Esto no me pasa más que a mí por tonto que he sido!
...¡por tonto que he sido! Se refería el diestro que tenía que haber dejado de torear; pero que no lo hizo por presiones empresariales y de otra índole.

Continúa Lupe Sino:

¿Cómo era Manolete en la intimidad?
Era un chiquillo completo; reía como los chicos, se divertía con las cosas de la vida de hogar. La casa era su pasión; pero una casa íntima, recogida, sin alardes, cómoda. Era un hombre familiar. Todo lo que suponía una alegría familiar le encantaba. Yo, muchas veces, me embelesaba viendo como un hombre tan valiente, tan hombre, con un corazón de héroe, se entregaba a las más suaves emociones.
¿Porqué seguía toreando si ya no lo necesitaba?
Porque era su sino. Él quiso retirarse el año pasado –1946-, no torear este años más que dos o tres corridas benéficas; pero ruegos de los empresarios, el aliento de miles de admiradores..., le hicieron seguir. ¡Qué sé yo! ¡Que era su destino!
El dinero de Manolete:
Ese es un tema que no abordé jamás. Desde luego, si seguía toreando, por ambición no era; Siempre le oí decir que había conseguido más de lo que soñara cuando en su infancia carecía de casi todo.

Sobre el pundonor de Manolete:

Toreaba en México- el día de su presentación- cuando fue empitonado por el segundo toro. Le entrevistó un periodista inglés y le preguntó:

  • ¿Porqué no se apartó? ¿No veía que le iba a coger?

  • Me quedé allí porque para eso cobro lo que cobro; para eso soy Manolete.

Contesta así con sinceridad como si la herida que le tenía tumbado en la cama del hospital fuera el deber que tenía que cumplir. Percibió el peligro, pero no se quitó.

M. Alcón pregunta al publico de la época:

¿Qué precio le pone usted ahora a la última estocada de Manolete? ¿Un cortijo? Menguada recompensa. Desde la perdiz que se limpia el pico en la arenisca, a la zagala, hija del guarda, que ya sepultó su esperanza de conocer al nuevo y famoso amo, cualquier ser de cuantos se mueven entre los lindes de ese cortijo recién adquirido, es más dueño que Manolete de la tierra que pisan.
Tantas fanegas... para quien ya solo reclama unos metros de tierra...
M. Halcón (La última estocada. 1947)

La muerte llega a su hora, en el momento marcado por el signo que nos acompaña desde el nacer. Ese: ¡era inevitable!, ¡era un predestinado!, de que están llenas las elegías a Manolete refleja ese convencimiento de que nada es firme frente a la gran Verdad. Sea ella para el gran torero muerto -ahora hace 70 años- tan misericordiosa como luminosa y radiante fue su vida de ídolo de multitudes.

A Iván Fandiño In Memoriam.

Agosto de 2017 en Collado-Villalba.
José María Sánchez Martínez-Rivero.

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