miércoles, 6 de septiembre de 2017

Carta al presidente del Gobierno / por Albert Boadella


SEAN MACKAOUI

Desde los primeros signos de este motín, el Estado ha venido haciendo dejación de su responsabilidad en la protección de la igualdad de sus ciudadanos. Ante ello, me dirijo a usted, señor presidente, con inquietud y lo hago porque llegados a lo que considero una emergencia nacional creo intuir sus intenciones al respecto. Basándome en su actitud pretérita, sospecho que seguirá confiando en su buena estrella y en las virtudes del venerado Tancredo que tan buenos resultados le ha producido hasta hoy en otros ámbitos.


Señor presidente:


Dentro de un breve plazo de tiempo deberá usted tomar una decisión que me afecta como ciudadano español residente en Cataluña. De esta decisión no soy el único afectado sino que las consecuencias de su proceder, por activa o por pasiva, tendrán una repercusión trascendental en el devenir futuro de nuestra nación. A pesar de su tancredismo en situaciones anteriores que requerían una actuación tajante en este tema, sigo confiando en sus innatas habilidades de excelente autista político. Merece usted toda mi confianza porque, además, es hombre de gran suerte y, en este sentido, me permitirá que le aplique con el mayor respeto y cordialidad el dicho popular "ha nacido con la flor en el culo".

Lo descubrí hace ya muchos años en la Iglesia de San Martín Pinario de Santiago durante la entrega de medallas de las Bellas Artes. Sumergidos en la penumbra de aquella joya del barroco, los discursos del alcalde de Santiago, del presidente Fraga y del propio Monarca, no gozaron del rayo solar que, cual efecto divino proyectado desde el cimborio, iluminó exclusivamente a aquel Mariano Rajoy, ministro de Cultura, justo el tiempo exacto de su parlamento. Después volvió la penumbra. Quizá me recuerde usted completamente atónito comentándoselo más tarde en el aperitivo oficial.

Esta primera percepción ha sido plenamente ratificada por los acontecimientos posteriores. Unos años después, y contra todo pronóstico, fue escogido candidato a la Presidencia frente a un Rodrigo Rato en sus horas altas. Aquí la suerte no sólo le acompañó a usted por ser el designado sino que, indirectamente, la irradió sobre el propio Partido Popular, visto lo sucedido después con Rato. También, contra todo pronóstico, tuvo la fortuna de perder las elecciones frente a Rodríguez Zapatero. El asalto de la izquierda al día de reflexión le eximió durante unos años de cualquier responsabilidad posterior en la gestión de la fatídica crisis que asoló nuestro continente. Gracias a la incompetente Administración Zapatero para manejar la crisis y a la destreza que desplegó en crear ocurrencias desatinadas, dispuso usted del camino allanado para su nueva aparición como la sola alternativa sensata ante la ruina inminente. No tuvo que hacer nada. Sólo esperar.

Una vez en la Presidencia, el único brío ineludible era acallar periódicamente a los socialistas recordándoles el estropicio que habían perpetrado. Como por arte de magia, los críticos internos iban desapareciendo de su entorno, mientras que el principal partido de la oposición se hacía el harakiri nombrando candidato a Pedro Sánchez y contribuyendo así de nuevo a su buena estrella.

En todo el recorrido posterior, esta proverbial suerte sigue dejándome atónito. Ha sobrevivido con relativo desgaste a la patología anti PP que afecta una parte sustancial de la ciudadanía española. La oposición le regala además al pupilo Rivera y, para asustar a media España, un viejo Fantomas con coleta junto a un séquito de mocosos trasnochados. Cuando parecía que el PSOE levantaba cabeza con la juiciosa figura de Javier Fernández vuelve el destroyer Sánchez para rematar el partido... y usted viéndolas pasar ejerciendo de preceptor desde su escaño en el parvulario de la Carrera de San Jerónimo. Explayándose con un miserable rufián que parece colocado allí para servir de pasatiempo después de una tediosa sesión.

Comprendo que, en estas circunstancias, no le interese la política y prefiera un buen partido de fútbol. ¿Con tan propicia fortuna, por qué contaminarse en la política? ¿Por qué tomar decisiones de alto riesgo? Le envidio, señor Rajoy, ya que la felicidad consiste precisamente en conformarse con la suerte. Exactamente como usted. Con semejante buena estrella soy incapaz de imaginarme donde hubiéramos llegado en el caso de tomar decisiones osadas. No digo que su inmutable asueto no aporte aspectos positivos a la gobernabilidad de la nación. El estatismo ante Cataluña ha servido indirectamente para que los ciudadanos españoles y muchos extranjeros hayan asistido día a día al patético espectáculo de la degradación de una comunidad que años ha fue ejemplo de sensatez. Una degradación con escasos anticuerpos, y los pocos, repudiados como traidores. Este sosiego tan suyo sin intervenir en el delirio regional nos ha permitido ver episodios jamás imaginados. Episodios de auténtica república bananera con ímpetus totalitarios.

Editoriales conjuntos de todos los medios catalanes en defensa del nacionalismo. Padres de la patria enriqueciendo a sus retoños con el dinero público. Adoctrinamiento desde el jardín de infancia en el odio a lo español. Obispos cómplices y adeptos al mensaje disgregador e insolidario. Una burguesía pusilánime contribuyendo a que sus hijos vayan chuleando en camiseta por el Parlamento. Apología del incumplimiento de la ley en los medios de comunicación autonómicos. Colocación en la cúpula de la policía a quien comparte tales intenciones inconstitucionales y un gobierno lanzado en una demente huida hacia delante bordeando el abismo financiero y social. Eso sí, con un Tapies presidiendo la sala de los disparates para acomplejar al resto de españoles sobre la modernidad de Cataluña. En definitiva, una grotesca y falaz forma de proceder en la que planean destellos evocando la memoria del franquismo.

Todo esto ha sucedido impunemente. En las propias narices del Gobierno y las instituciones de la nación y sin que la dignidad de sus integrantes se haya sentido vulnerada por el escarnio constante a la soberanía nacional y al Estado de Derecho. Obviamente, ha sucedido porque se ha tolerado. Usted también. Unas veces por intereses inconfesables. Otras por la innoble actitud de una izquierda que siempre ha visto en esos intentos desmembradores la oportunidad de alcanzar el poder con demagogias de libertades al por mayor.

Desde los primeros signos de este motín, el Estado ha venido haciendo dejación de su responsabilidad en la protección de la igualdad de sus ciudadanos. Ante ello, me dirijo a usted, señor presidente, con inquietud y lo hago porque llegados a lo que considero una emergencia nacional creo intuir sus intenciones al respecto. Basándome en su actitud pretérita, sospecho que seguirá confiando en su buena estrella y en las virtudes del venerado Tancredo que tan buenos resultados le ha producido hasta hoy en otros ámbitos.

Seguirá en esta senda presuponiendo quizá que la creciente degradación política de los protagonistas desembocará en la putrefacción total del invento autodestruyéndose por sí mismo. Sin embargo, los acontecimientos demuestran que esta política ha significado un rotundo fracaso. El desvarío ha seguido aumentando, a pesar de la mensajera de la paz que envió hace escasamente un año y la tomaron por el pito del sereno. A pesar de los dictámenes judiciales.

Ahora el tema adquiere proporciones delirantes en la misma proporción que la debilidad del Estado se ha hecho cada vez más ostensible por no atajar precisamente el desafío a tiempo. Que son desleales, insolidarios y xenófobos, a estas alturas lo saben hoy todos los españoles. Por eso su política ha creado una sensación de impotencia a la ciudadanía ante la constante amenaza de sedición sin respuesta. Espero que su indiscutible sensatez le haga ver en esta ocasión trascendental la necesidad de confiar también en su buena estrella precisamente para tomar una decisión ejemplarizante. De lo contrario, en muy pocos años el secesionismo se convertirá en el auténtico hecho diferencial de los habitantes de esta península y usted, en el Cameron del sur.

Albert Boadella
Dramaturgo

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