lunes, 4 de septiembre de 2017

Ortega Cano, gran torero / Por Juan Miguel Núñez



Lo que quiero con estas líneas es ensalzar por enésima vez la figura, el estilo y la personalidad torera de un hombre que ha pasado por todas en la carrera o profesión de torero. Que firmó una bonita y muy brillante etapa, con todos los reconocimientos y plácemes, en la década de los ochenta y primera mitad de los noventa. Pero antes y después tuvo que crecerse y superar muchas adversidades.


Ortega Cano, gran torero

Juan Miguel Núñez
Periodista
Ortega Cano se ha cortado la coleta de torero, una vez más, en señal de despedida de los ruedos. 

No es la primera vez que lo hace, aunque ahora suponemos que ésta será la retirada definitiva, pues son varias las circunstancias, principalmente la edad y algún problemilla de salud -concretamente coronario- , las que aconsejan que así sea.

Ortega tuvo una primera retirada -vamos a decir que formal, puesto que parecía que no había intención de volver- en octubre de 1998, en Jaén. Pero a los tres años de aquella regresó, y desde entonces no ha parado de ir y venir.

En Vista Alegre (Madrid) celebró un nuevo corte de coleta. Y luego se le han visto actuaciones esporádicas no sólo en festivales, si no incluso vestido de luces, como una en Benidorm -el año pasado en el mes de julio- y ahora ésta del último sábado del pasado agosto en su pueblo de adopción, San Sebastián de los Reyes, donde reside.

Y bien ¿saben o han escuchado, o leído, que Ortega Cano, toreó esta última vez como en sus mejores tiempos? 

Algo muy serio esto de los mejores tiempos de Ortega. Pues se trata de un torero de una pureza y maestría inigualables. Y Ortega, aunque todavía hay quien pretende ponerle objeciones porque la faena tuvo algunas lagunas por falta de unidad, o de interrumpido ritmo, sin embargo, hubo pasajes -en los dos toros, nada de algo aislado- que encandilaron, y de qué manera pueda. Ortega no toreó bien, no, toreó colosal. Pero que muy requetebién.

Yo no estuve en la plaza, tengo que confesar, y no porque no creyera en él, si no porque otras tareas profesionales me obligaban a seguir en directo las Corridas Generales de la Feria de Bilbao, que coincidían con la fecha.

No estuve en San Sebastián de los Reyes, pero me han contado. Y además he visto los vídeos.

Y ahora, desde una perspectiva desapasionada -después de reconocer que a priori nadie o muy pocos aficionados y críticos apostaban ya por él- resulta que Ortega ha toreado como los mismos ángeles. Y, claro, ha tapado muchas bocas.

Aunque no pretendo con este comentario censurar actitudes injustas acerca de comportamientos ajenos en el trato al torero de Cartagena.

Lo que quiero con estas líneas es ensalzar por enésima vez la figura, el estilo y la personalidad torera de un hombre que ha pasado por todas en la carrera o profesión de torero. Que firmó una bonita y muy brillante etapa, con todos los reconocimientos y plácemes, en la década de los ochenta y primera mitad de los noventa. Pero antes y después tuvo que crecerse y superar muchas adversidades.

Un dato suelto de su biografía torera: en los tres primeros años de alternativa sumó apenas 15 corridas. Y naturalmente tuvo que luchar hasta con su propio y lógico desánimo para salvar algún momento de duda para continuar.

Aguantó lo que no hay en los escritos. Digamos que a dentelladas logró abrirse paso, hasta que despegó y tomó vuelo su carrera un 14 de septiembre de 1984, en Las Ventas, con un toro de Pilar Población. 

Desde entonces fue y ha sido torero de muy alta cotización. Ortega Cano ha merecido entre los profesionales el más preciado apelativo, reservado para muy pocos privilegiados: torero de toreros.

Por su voluntad de hierro y oficio muy bien aprendido, por sus arrestos y singularidad en las formas, por el encanto y la hondura de su estilo y concepto, y por tantas y tantas virtudes como atesora, pasará mucho tiempo para encontrar uno que como él esté entre los quince o veinte primeros de la historia, que se dice pronto.

Auténtico como pocos. Puro y sincero, y absolutamente comprometido con las reglas y cánones, Ortega ha sido el torero que más se ha cruzado y más ha bajado la mano, de cuantos yo he conocido.

Y, bueno, el hombre también ha tenido sus traspiés fuera del ruedo. Lo que una prensa cruel, a veces incluso la mal llamada "del corazón", ha querido hacer de él blanco de unas críticas despiadadas. Paradójicamente algunos de esos medios han sacado mucha rentabilidad de su figura, y hasta de su familia. De modo que hasta en los momentos que correspondían aplausos y elogios, como es el caso de esta última actuación que ha cumplido en San Sebastián de los Reyes, han pretendido pasarle unas facturas que no venían a cuento.

A los dos que hicieron esa tarde el paseíllo junto a él -Perera y Talavante- no les voy a poner pegas por su capacidad y méritos en sus respectivas carreras, pero convendría que alguien les recordara que cuando un torero de la dimensión de Ortega se va, hay que comportarse como manda la liturgia.

Y sí, ya sé que estaba lo de Dámaso González, fallecido esa madrugada.

Pero precisamente hay quien entiende que esa salida por la Puerta Grande de Ortega Cano, a hombros de los demás toreros, hubiese sido el mejor homenaje al torero coetáneo de cuerpo presente. El gran reconocimiento a una época en la que ambos, Dámaso y Ortega, escribieron páginas gloriosas. 

La prensa independiente no ha tenido más remedio que reconocer ahora el mérito y el triunfo de Ortega Cano en esta corrida de su adiós en San Sebastián de los Reyes. 

Los buenos aficionados, también. Pero tengo la impresión de que los elogios se quedan todavía cortos. Por eso, este comentario para enaltecer más su figura. Mi aplauso y reconocimiento.

Larga vida, maestro.

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