domingo, 10 de septiembre de 2017

Última de feria en Valladolid. La inmensidad de Ponce y la clase de Manolo Sánchez / por J.A. del Moral




Con una desigual corrida de Miranda y Moreno, en general noble y desrazada en distintos grados, Enrique Ponce dio tres recitales. En el súmun de la maestría y del arte, cuajó tres grandes y variadas faenas que acontecieron de menor a muy mayor entusiasmo. Bien es verdad que por pinchar al primero antes de la estocada, el hasta ese momento frío publico demandó una oreja que se concedió. Fue faena de dos. Como también la del tercero, asimismo premiada con una solitaria oreja. El gran triunfo del valenciano se remató con otro faenón que esta vez caló del todo en el público, logrando por fin los dobles trofeos. Enrique, además de torear con la elegantisima facilidad que le caracteriza en un derroche de exquisita despaciosidad y sin igual enjundia, sobresalió en portentosas tandas al natural en su concierto in-crescendo como las óperas de Rosini. las monumentales estocadas con que mató al tercero y al quinto, nos mostraron hacer la suerte suprema en su mejor esplendor. Ponce continúa arrasando, pues, y está que se sale en un suma y sigue imparable y clamoroso. Salió de la plaza en hombros junto a Manolo Sánchez por cortar éste las dos orejas del sexto. El vallisoletano celebró así el XXV aniversario de su alternativa en esta misma plaza. Con sus dos primeros toros, alternó momentos felices con otros no tanto. En lo positivo, mostró estar muy preparado para la ocasión. Y en lo negativo, su inacabable tardanza en descabellar al cuarto tras recetar una estocada muy defectuosa de nulos efectos, llegando a escuchar los tres avisos aunque el animal dobló antes de que se consumara el escarnio. No obstante, Manolo Sánchez exhibió su toreo de gran clase tanto con el capote como con la muleta. Especialmente con su redonda faena en el que cerró plaza.

La inmensidad de Ponce y la clase de Manolo Sánchez

J.A. del Moral · 10/09/2017
Valladolid. Plaza del paseo Zorrilla. Sábado 9 de septiembre de 2017. Última de feria. Tarde fresca y muy ventosa con media entrada.

Seis toros de Miranda y Moreno de muy desigual presentación entre el primero que fue el de menos trapío hasta los más cuajados y sobradamente armados cuarto y sexto. Dieron juego desigual aunque con predominio de los nobles en distintos grados de raza, escasa en lineas generales y desde luego manejables con el grave inconveniente de tener que ser lidiados y toreados bajo un inclemente vendaval. Los mejores fueron los lidiado en segundo, cuarto y sexto lugares.

Enrique Ponce (grana y oro): Pinchazo y estocada, oreja. Gran estocada, oreja. Excelente estocada, dos orejas. Salió a hombros.

Manolo Sánchez (amapola y oro) Pinchazo, estocada trasera y dos descabellos, ovación. Estocada tendida atravesada y veinte descabellos, tres avisos y división de opiniones con predominio de las palmas. Metisaca y estocada caída de rápidos efectos, dos orejas, muy generosa la segunda.

A caballo, destacaron los picadores José Paolomares, Manuel Quinta Jr, Héctor Vicente y Pedro Genit. En la brega y en palos, Abrahán Neiro como también en la brega Mariano de la Viña, Jocho y José Antonio Carretero. Buenos pares sueltos de José Antonio Carretero y dos de Jaime Padilla.

Finalizado en paseíllo, el publico obligó a saludar a Manolo Sánchez que compartió el honor con Enrique Ponce. Éste brindo su primer toro al vallisoletano que también recibió una placa conmemorativa del XXV aniversario de su alternativa. 


Ni siquiera los que tenemos la inmensa fortuna de seguir a Enrique Ponce con el que, además, gozamos de su íntima amistad desde que era un niño… Ni siquiera, repito, somos capaces de asumir con natural contento los imparables progresos que nos regala en estos años de su larguísima carrera profesional en los que, lejos de mostrarse en baja como les ocurrió a todas las grandes figuras de la historia en sus últimas e inevitablemente decadentes temporadas, sin éxito y con los públicos en contra, lo que acontece con Enrique es todo lo contrario: que cada año está mejor. Y no digo lo de “mejor” por la segura frecuencia de sus triunfos, lo digo porque torea cada vez más perfección, sumada a la particularidad de que nadie, ni él mismo, sabe cual será su techo.


Un techo que se vislumbra en estos días del final de la campaña 2017 con una nitidez en la que en su persona se suman varias cualidades que ayer acontecieron cual maravilla de las maravillas para asombro de los que le vimos: La paciencia, la ciencia, la magia, los milagros y su manera de abandonarse cuando su seguridad se adueña por completo de la situación…


Fueron el denominador común de sus tres labores, a cada cual mejor y más apreciadas. hasta recetar cuatro poncinas al final del trasteo sobre ambas manos en la faena al toro que abrió plaza. Si esta misma labor la hubiera llevado a cabo en los siguientes lugares, otro gallo triunfal hubiera acontecido. Como así fue frente al tercero de la tarde. Uno creyó que el presidente, lejos de volver a mostrarse cicatero, hubiera sacado los dos pañuelos blancos a la vez. Presidentes más sensibles como los que ejercen en las plazas del sur de Andalucía, como aquel de El Puerto de Santamaría que así lo hizo con el púbico vuelto hacia el palco batiendo palmas por su acertada decisión. Fue, recuerdo perfectamente, la tarde en que indultó un toro de Torrestrella llamado “Vidalarga”. Pero los de ayer no fueron como el de El Puerto. Lo hizo parecer Ponce. Cual sucedió con el quinto al que saludó por excelsas verónicas y tras ser brindado al público, eternizó trasteo. Primero por bajo rodilla en tierra con la derecha, ahondándose más si cabía en varias series por redondos ligados a inacabables y templadísimos pectorales. Y, acto seguido, al natural de menor a mayor largura y despaciosidad, llenando los huecos entre tandas con musicales andares propios de un gran bailarín de ballet. Hay quienes no lo entienden ni falta que hace porque se quedan solos en medio del tumulto de adoradores rendidos a la más maravillosas de las realidades al tiempo de parecer que las estamos soñando…




No le importó a Enrique que el animal se rajara antes de tiempo porque evitó que se fuera con tanta sutilidad que apenas se percibió el defecto. Continuó toreando a pulso, cosiendo molinetes a más fantasías por redondos hasta terminar con su particular manera de hacer el abaniqueo liberalizador de ahogos hasta matar con una estocada arriba y hasta las cintas, rodando el animal a sus pies mientras los espectadores se rendían a tamaña evidencia con más que feliz asombro.


Alternando con Ponce, Manolo Sánchez se mostró pletórico con un saludo por sabrosas verónicas el segundo toro que fue excelente aunque a menos en brío en la faena llena de muletazos recetados con muy buen gusto y fiel al gran concepto del toreo que siempre distinguió al vallisoletano. Tan a gusto estaba, que se pasó de faena por lo que falló con los aceros.



También se extralimitó Manuel con el cuarto tras cuajar bellísimos muletazos diestros y no tan buenos por el peor lado izquierdo, viajando ya el toro con la cara a media altura y pidiendo al torero que no se demorara más para matarlo pronto y bien. Sucedió un espadazo tendido y atravesado para nada efectivo porque el animal continuó muy vivo, razón que debería haber remediado con otra estocada más dañina. Fue un muy grave error disponerse a descabellar sin que el animal hubiera quedado a a modo para que el verduguillo diera final con prontitud y acierto. Lejos de tal propósito, Manuel se lió a descabellar hasta en veinte ocasiones con los minutos reglamentarios ya más que consumidos y los tres avisos también anunciados mientras el frustradísimo matador perdía la cuenta y los papeles y queriendo irse derrotado. Lo evitó Ponce que acudió presto para ayudar al ya nerviosísimo Manuel a punto de tirar la toalla. Y menos mal que el toro dobló poniendo fin a tamaña zozobra del torero, de los que le le ayudaron y de los espectadores al borde de un ataque de nervios.


Es cierto eso que dicen sobre que Dios aprieta pero no ahoga y así lo vimos y gozamos – quien más Manuel – en la estupenda faena que brindó a su hijo. Momentos de emoción esta vez benefactora y satisfecha porque el torero de los venticinco años de alternativa, se acomodó a su bondadoso enemigo a las mil maravillas, sin que la cosa terminara otra vez mal con la espada. Tampoco bien del todo porque a un feo metisaca añadió una estocada efectiva. Nadie de los presentes se enfadó con la concesión de la segunda oreja. La gente quiso y el presidente también que su torero acompañara a Enrique Ponce en la salida a hombros que, a la postre, fue clamorosa y en loor de multitudes. A Dios dimos todos las más rendidas gracias.

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