jueves, 12 de octubre de 2017

Día de la Hispanidad: la leyenda dorada del orgullo español / por Laureano Benítez Grande-Caballero


Día de la Hispanidad: la leyenda dorada del orgullo español


Laureano Benítez Grande-Caballero
¡Día de la Hispanidad! Como cada año, cuando llega esta fecha patriótica tendremos que soportar que los traidores y felones, que las patuleas antiespañolas nos digan que no hay nada que celebrar en esta fiesta señalada, porque solo conmemora el genocidio de los pueblos indígenas por conquistadores explotadores y asesinos.

Independentistas protestan contra el 12 de Octubre en Mataró

Ya conocemos de sobra esta falsaria interpretación del 12 de octubre, pero, en estos momentos críticos para nuestra Patria a causa de la amenaza independentista, estas proclamas hispanófobas segregan una ponzoña mucho más peligrosa, pues contribuyen a intensificar la amenaza separatista que padece España. En consecuencia, la defensa de la Patria demanda más que nunca que los españoles proclamemos con orgullo los valores de nuestra gloriosa historia nacional en una catarsis colectiva, para convertir el día de la Hispanidad en nuestra «Diada», nuestro «Aberri Eguna», nuestro «Día del orgullo español».

Cristóbal Colón llega a América

La Hispanidad como genocidio…ya estamos otra vez con ese tópico, la joya de la corona de nuestra leyenda negra, junto con el holocausto de la Inquisición —consistente en menos de 3.000 ejecutados en 400 años de trayectoria, según coinciden en aseverar todos los investigadores que se han tomado la molestia de estudiar las actas inquisitoriales. En unos meses del año 36, los milicianos luciferinos ejecutaron a más católicos—.

El Parlamento de Navarra, en manos de los anexionistas vascos y de la extrema
izquierda,ha aprobado cambiar el Día de la Hispanidad que se celebra
el 12 de Octubre por el del Día de la Resistencia Indígena.

La ideología progre que ha arrasado España desde la funesta Transición se ha nutrido en gran medida de clichés hispanófobos, de flagrantes tergiversaciones de nuestra historia, de la mentirosa negritud que ha derramado sobre nuestra refulgente trayectoria histórica una catarata de falsedades, un verdadero «Himalaya» de mentiras, como dijo Julián Besteiro a sus correligionarios socialistas poco antes del 36, acusándoles de magnificar la represión posterior al golpe de estado izquierdista del 34. Y aquí tenemos otro espúreo mito de nuestra leyenda negra: la represión franquista.


Frente a estos «Himalayas» de mentiras, de falsedades, de mitos, es preciso afirmar nuestra «leyenda dorada», anatematizada por la progresía roja en la enseñanza y los medios de comunicación, que ha convertido nuestras hazañas en genocidios, nuestras epopeyas en holocaustos, nuestra tradición áurea en siniestra y negra leyenda, que esta caterva de impresentables hispanófobos e indepes ha contribuido a incrementar.

Desfile del Día de la Hispanidad en Nueva York.

Esta leyenda contra la hispanidad ―surgida en los países protestantes de Europa a comienzos del XVI― es un conjunto de estereotipos negativos sobre España, a través de los cuales se vertebra una descalificación global de la Hispanidad, pues en ellos se nos acusa de habernos mostrado históricamente como un pueblo cruel, intolerante, oscurantista, ignorante, atrasado y vago.

Manuel Álvarez Fernández explica esta leyenda diciendo que consiste en «la cuidadosa distorsión de la historia de un pueblo, realizada por sus enemigos, para mejor combatirle. Y una distorsión lo más monstruosa posible, a fin de lograr el objetivo marcado: la descalificación moral de ese pueblo, cuya supremacía hay que combatir por todos los medios».

Es decir, que la misma existencia de esta leyenda demuestra nuestra supremacía, nuestra hegemonía, la existencia de aquel tiempo en el que éramos invencibles, pues con ella nuestros adversarios pretendían resarcirse de sus derrotas en los campos de batalla.

¿Qué se esconde tras esta hispanofobia de los neocomunistas puño-en-alto? Pues, evidentemente, un deseo de vengarse de España por haberles derrotado en la Cruzada de Liberación: nuestra bandera nacional fue su mortaja, y en nuestros «¡Viva España!», y «¡Arriba España!» sus desquiciadas mentes oyen el responso fúnebre que les oficiamos durante 40 años. Por eso odian a nuestro Ejército, a la Legión, a nuestro himno, a nuestras tradiciones. Si a eso le añadimos que estas hordas son el correveidile de Soros y compañía, pues la Hispanidad se hunde en el más negro de los abismos mundialistas.Día de la Hispanidad: la leyenda dorada del orgullo español.

En lo que respecta al descubrimiento y conquista del Nuevo Mundo, no se puede negar que provocó una tremenda catástrofe demográfica, pero ésta no se debió a una «solución final» dictada por ningún «Mengele» español, ya que su factor determinante fue la propagación de epidemias por parte de los españoles ―especialmente la viruela y el sarampión―, enfermedades infecciosas que provocaron entre un 75 y un 95% de la mortandad indígena.


En cuanto a la salvaje explotación de los indígenas, es cierto que la sufrieron las poblaciones autóctonas, pero los países o imperios que no incurrieran en esta práctica que tiren la primera piedra, y eso no es óbice para que estén orgullosos de su historia y proclamen su patriotismo urbi et orbe.

Y como también los catalanitas hablan de genocidios, pues habría que recordarles que tienen por héroes «raciales» a sus famosos almogávares de la Edad Media, ―nombre que en su origen árabe significa «el que provoca algaradas», es decir «arrebatos»… vamos, masacres, genocidios y cosas así—. Fueron el terror de las estepas, salvajes protagonistas del genocidio conocido como «venganza catalana», acaecida en 1303, cuando reaccionaron con una crueldad legendaria al asesinato por parte de los bizantinos de su líder Roger de Flor y 100 almogávares de la gran Compañía Catalana, hasta el punto de que saquearon toda Grecia al feroz grito de «¡Despierta Fierro!». Como serían de atroces sus «razzias» vengadoras que en algunos países balcánicos se asusta a los niños con la figura del «Katalán», un guerrero gigante sediento de sangre. Todavía hoy los griegos, cuando quiere maldecir a alguien, le dicen: «Así te alcance la venganza de los catalanes». Venganza que no es sino la versión pantumaca de la celebérrima «Noche toledana».

El primer ministro sueco Olof Palme pidiendo dinero
hucha en mano en ‘apoyo a los terroristas de ETA.

También habría que recordarles a estos apóstoles del indigenismo que en aquellos tiempos del imperio español no había aún ONGs, y nadie hablaba de derechos humanos, excepto el españolísimo Fray Bartolomé de las Casas, llamado el «Procurador o protector universal de todos los indios de las Indias», que escribió memorables defensas de los indios: «¿Con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios? […] ¿Cómo los tenéis tan oprimidos y fatigados, sin darles de comer y curarlos en sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais incurren y se os mueren, y por mejor decir los matáis, por sacar y adquirir oro cada día?». Isabel la Católica llegó a prohibir, en sus Leyes de Indias, los abusos sobre los indígenas, incluso las sacas de esclavos, prohibidas por un Real Decreto de 1530, cuatro siglos antes de su abolición definitiva. —Por cierto, los catalanes fueron de los últimos en sumarse a la prohibición de la trata de negros—.

Si los progres bolivarianos del puño-en-alto quieren denunciar genocidios para quedar bien ante la humanidad, más les valdría denunciar el ignominioso ejemplo de genocidio de algunos países elogiados por su civilización y su democracia, los cuales tuvieron lugar en un tiempo donde ya existían los derechos humanos y las ONGs.

Ahí tenemos el siniestro caso de la maravillosa y moderna Suecia, paradigma de socialdemocracia —aún recuerdo al hipócrita primer ministro Olof Palme pasando la hucha por las calles para conseguir dinero contra Franco con el fin de protestar contra la condena a muerte de unos terroristas—. Pues en este país tan deslumbrante se esterilizó a 230.000 personas entre 1935 y 1996 «en el marco de un programa basado en teorías eugénicas» y por razones de «higiene social y racial», orientado a preservar la «pureza de la raza nórdica». Lapones, gitanos, poblaciones de raza mixta… ninguna minoría escapó a este horror. Eso sí que era una «solución final» —por cierto, los suecos no pudieron disimular sus simpatías por el nazismo—.

También animo a estos giliprogres antiespañoles a investigar el espantoso genocidio que se perpetró en el Congo cuando era colonia de la Bélgica del rey Leopoldo II, fundador y único propietario del Estado Libre del Congo, corrupto y salvaje explotador de los indígenas que se hizo con una enorme fortuna explotando el caucho y los diamantes de ese territorio africano, para lo cual no dudó en masacrar a la población nativa como si fuese mano de obra esclava, hasta el punto de que la carnicería afectó a la mitad de la población, unos 10 millones de personas. Una campaña de investigación que estremeció a Europa destapó el increíble horror de este genocidio, donde destacó el hecho de que los encargados de las concesiones exigían a los soldados nativos que les llevaran las manos cortadas de aquellos a quienes habían asesinado, para asegurarse de que no habían desperdiciado cartuchos.

Víctimas de una de las purgas de Stalin.

Pero los muchos ejemplos de genocidios que se podrían citar quedan eclipsados por la apocalíptica hecatombe producida por los regímenes comunistas. Sin salir de la Rusia estalinista, durante La Gran Purga entre 1937 a 1939 se contabilizaron 8,5 millones de detenciones, más de un millón de ejecutados, y más de dos millones de muertos en los campos de internamiento.

Anteriormente a esta Gran Purga había tenido lugar el dantesco apocalipsis del «Holodomor», nombre bajo el cual se conoce la devastadora hambruna que asoló Ucrania durante los años 1932-1933, que causó la muerte de entre 1,5 y 10 millones de personas, horror que según muchos historiadores fue provocado intencionadamente por Stalin el exterminador, que pretendía acabar con el nacionalismo ucraniano colectivizando despóticamente las tierras de los campesinos.

La China maoísta, por su parte, es responsable de 65 millones de muertos.

Ya lo decía Jean François Revel: «El club con más socios del mundo es el de los enemigos de los genocidios pasados. Solo tiene el mismo número de miembros el club de los amigos de los genocidios en curso». Chapeau, maestro.

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