Imagen de la entrevista a Carles Puigdemont en la televisión belga RTBF. |
No podemos hablar a nuestros hijos de lo que sucede en Cataluña sin explicarles el origen del problema, que no es otro, que un independentismo alimentando por los propios gobiernos de la nación española, y la farsa montada al respecto.
Lo grave no es que Bélgica nos ningunee, sino que los dirigentes
políticos españoles nos traicionen miserablemente.
Me comentaba hace unos días un buen amigo, que tal vez se equivocara de profesión. A él le gustaría haber sido profesor en lugar de dedicarse al comercio. Estaba convencido de que hubiese elegido la enseñanza como vocación, y que si en los momentos actuales tuviese que explicar a sus alumnos la situación del país después de cuarenta años con el sistema político que nos rige desde la aprobación de la Constitución en 1978, lo haría de manera sencilla y con vivos ejemplos sacados de nuestra vida cotidiana, con la sana intención de que todos sus discípulos pudiesen, no solo escuchar, sino también entender y comprender.
Este es el quid de la cuestión. No podemos hablar a nuestros hijos de lo que sucede en Cataluña sin explicarles el origen del problema, que no es otro, que un independentismo alimentando por los propios gobiernos de la nación española, y la farsa montada al respecto. Del mismo modo, no les daríamos una explicación sensata sobre la deuda externa española, sin abordar con rigor y transparencia, cómo se ha dilapidado nuestro Tesoro Público en sostener diecisiete gobiernos autónomos que nos asfixian económicamente, y mantener además a más de cuatrocientos mil cargos políticos.
Tampoco seríamos objetivos a la hora de señalar a Bélgica como “bestia negra” de nuestro pueblo, sin tener en cuenta primero, que nuestros dirigentes políticos son el hazmerreír de Europa; que son los únicos responsables de que Puigdemont se haya fugado; y que han sido ellos y no Bélgica, los que han traicionado miserablemente a las víctimas del terrorismo ciscándose en la sangre inocente derramada, desde el momento que comenzaron a liberar terroristas sin haber cumplido sus condenas.
Bélgica, siempre se ha dicho, es uno de los países más democráticos del mundo. Pues bien, si esto es así, habrá que decir que Bélgica, es una DEMOCRACIA que “apuñaló” repetidamente a la España constitucional y democrática durante muchos años, ejerciendo de refugio y santuario para los asesinos vascos de la ETA que atentaban en nuestro país. Pero es que además, ese país tan democrático (Bélgica), después se convirtió en nido de terroristas islámicos, y por último, se acaba de autoproclamar protectorado de un delincuente golpista como Carles Puigdemont y su banda, a quienes la justicia belga no quiere extraditar a España sin que el gobierno de Rajoy aporte pruebas del estado de nuestras prisiones.
Si estas son las relaciones entre dos países democráticos; que forman parte de los estados unidos de Europa; que ambos están representados en el Parlamento de Estrasburgo; y que también tienen el euro como moneda, entonces, ¿cómo se explica que la justicia belga no actúe igual con países como Marruecos o Turquía, preguntando por el estado de sus cárceles antes de extraditar a delincuentes de aquellas nacionalidades? Pues por la sencilla razón de que España, sus representantes políticos, no tienen fuerza moral para calificar a Bélgica por su execrable comportamiento cuando han sido ellos, y no los dirigentes belgas, los que han tenido el cuajo de liberar a los terroristas que tuvieron secuestrado en condiciones infrahumanas durante 532 días, a Juan Antonio Ortega Lara.
Tampoco podemos dejar de explicar a nuestros hijos historias honestas como la de Raimundo Segura, un manchego jubilado de 68 años de edad, que dejó lo mejor de su vida trabajando como una mula durante 50 años en la construcción, sin faltar un solo día a su puesto de trabajo y cumpliendo fielmente con sus cotizaciones a la Seguridad Social para poder tener derecho a percibir una pensión de 968 euros, sin solaparla a la de Gabriel Rufián; un catalán hijo de andaluces que con solo 35 años de edad, sin haber doblado el espinazo en su vida, y por el solo hecho de haberse afiliado a un partido político –para mayor escarnio independentista-, la democracia española le ha permitido obtener acta de diputado para ir al Congreso cuando le da la gana; ciscarse en quien le salga de los cojones; decir abiertamente que odia a España y a los españoles; y embolsarse mensualmente una nómina de 7.800 euros que salen del sudor y el esfuerzo de los contribuyentes españoles. Y por supuesto, con la opción de lograr, con solo once años en el machito vomitando sapos contra España, el premio de la pensión máxima cuando se jubile.
Pero, si a todo esto añadimos que Raimundo Segura, ese albañil honesto ya jubilado que se ha dejado la vida trabajando como un burro, ha descubierto que en su mismo edificio reside un inmigrante marroquí de 40 años de edad; que llegó a España hace aproximadamente año y medio y que no trabaja en ningún sitio; que en la misma vivienda residen también su mujer y sus cuatro hijos venidos desde Marruecos por reagrupación familiar; que el alquiler y los gastos de luz y agua corren a cargo del Ayuntamiento de la localidad; que el gobierno autónomo de la región se hace cargo del pago del comedor de los cuatro hijos y del resto de prestaciones como educación, asistencia sanitaria, farmacia gratuita, subsidio por familia numerosa en riesgo de exclusión social y una asignación por hijo, y además acuden diariamente a Cáritas para recoger un carro de alimentos, entonces, no solo Raimundo, sino todos los españoles que trabajan y se sacrifican a diario para vertebrar este país, deberíamos llegar a la conclusión de que lo grave, no es que Bélgica nos ningunee, sino que nuestros dirigentes políticos nos traicionen miserablemente.
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