Las ganas las siguen teniendo los chavales de hoy
Nada es ya igual. Ni la plaza es la misma, ni los conocimientos de los aspirantes, ni el deseo del público por ver lo que allí sucede. Lógico que no sea igual, pero no tan distinto.
Lo que no es igual es aquél halo de romanticismo que envolvía las actuaciones de los chavales aquellos, pero mucho más diferente es el hambre con el que llegan a pisar la arena de la plaza.
LA OPORTUNIDAD
Antolín Castro / España
En este pasado fin de semana se ha celebrado nuevamente el Certamen de La Oportunidad en Vistalegre. Un intento por devolver el encanto que aquella convocatoria tuvo en los años sesenta.
Nada es ya igual. Ni la plaza es la misma, ni los conocimientos de los aspirantes, ni el deseo del público por ver lo que allí sucede. Lógico que no sea igual, pero no tan distinto.
Lo que no es igual es aquél halo de romanticismo que envolvía las actuaciones de los chavales aquellos, pero mucho más diferente es el hambre con el que llegan a pisar la arena de la plaza.
Aquellos aspirantes a novilleros venían con el hatillo al hombro desde todos los rincones de España, los de ahora llegan ya en buenos coches cuando no en furgonetas de las que usan los matadores más famosos. Eran otros tiempos, el hambre apretaba y ahora, por suerte, de esa hambre hay muchísimo menos o casi nada.
Quizá sea ese el mayor cambio, el secreto de que ahora cale menos en la sociedad, incluso en la afición, esta novísima versión. Lejos queda el recuerdo del desaparecido Palomo Linares, del Niño de la Capea, del Platanito, que fueron capaces de congregar a la gente y llenar La Chata en aquellos años.
Y es que el hambre que tenían los torerillos era casi el mismo que teníamos todos y ahí nos hacíamos cómplices de sus ilusiones que, en el fondo, eran las nuestras.
Ahora ya vienen aprendidos de las correspondientes escuelas y falta esa inocencia suicida que animaba a los de entonces. Era ‘triunfar o morir’, ahora solo son deseos de triunfar como mucho. Ni se pasa hambre y tampoco es necesario morir en el intento. No despiertan pasiones el acudir a ver a estos incipientes toreros. Y morir p’aná es tontería, que diría José Mota.
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Por supuesto que tienen ganas de abrirse camino, pero aquellos lo hacían a bocados y también a revolcones. Cambian los tiempos en todo, pero da la sensación de que en este mundo de las oportunidades toreras es donde menos queda del pasado. El que más y el que menos ya ha toreado un montón de vacas y becerros. Aquellos a lo más que habían llegado fue a soñarlo y, si acaso, como mucho, habían saltado algún vallado una noche a la luz de la luna. Ahora ni la luna está en lo alto cuando hacen el paseíllo los actuales.
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