viernes, 22 de diciembre de 2017

En blanco y negro / Por Felipe Garrigues



Fue Paco Camino. En un coloquio alguien le preguntó: cuando se dice que hoy se torea mejor que nunca, ¿usted qué piensa? Y el Niño Sabio respondió, “me parece bien que lo digan, pero es que yo ya he visto torear antes…”. Yo también he visto torear, antes y ahora. ¿Por qué no? Hay buenos toreros –qué duda cabe- pero muy semejantes unos a otros. Falta carisma, personalidad. Menos técnica, más corazón. Y emoción. 


Felipe Garrigues
Fue Paco Camino, no hace mucho, en el pueblo de El Soro, Foios. En un coloquio alguien le preguntó: cuando se dice que hoy se torea mejor que nunca, ¿usted qué piensa? Y el Niño Sabio respondió, “me parece bien que lo digan, pero es que yo ya he visto torear antes…”. Efectivamente. A tantos y tantos buenos, a Ordóñez, a El Viti, Rafael Ortega, Luis Miguel, Bienvenida, Diego Puerta, a todos menos a sí mismo, a menos que sea en el odioso vídeo que mata al arte, aunque lo bueno de verdad no lo remata del todo: una verónica de Paula, una media de Antoñete… Lo de torear mejor se lo sueltan nada menos que al propio maestro de Camas. El que mataba al toro como se mata a un amigo, con lentitud y parsimonia, el que convertía la chicuelina en un vistoso tornillo de colores y no en el latigazo contra el trasero que hoy se ve… A quien nunca se le vio aperreado por ningún burel, sino sobrado, intuitivo, con gracia natural, sin envaramientos. Jamás entrenó ni falta que le hizo, con sus muñecas y su privilegiada cabeza bastaba. Un día lo intentamos el escritor Perico Beltrán y yo mismo. Pedro era un hombre del renacimiento por su ingenio: guionista, actor, escritor, íntimo de Fernando Fernán Gómez y un gran aficionado práctico. También faltan personajes así. Fuimos incapaces de que Camino cogiera el capote un solo minuto. ¿Pa qué?, decía.

La pregunta es ociosa y odiosa, ¿es mejor la literatura actual que la del Siglo de Oro? Aunque, de escribir, mejor ni hablar, echaríamos de menos las crónicas de Cañabate, Joaquín Vidal o Navalón, por no remontarnos a D. Gregorio Corrochano. La exigencia y la pluma precisa se daban la mano… Además, decir "mejor que nunca", es despreciar el pasado y fulminar el futuro, ¡nunca se toreará mejor! Tan bien se torea que está a punto de sonar el tercer aviso en cuanto a falta de interés por la Fiesta se refiere. Hemos visto ferias semivacías por doquier.

A ninguna figura del pasado, por extraordinaria que fuera, se le ocurrió semejante sandez. No lo dijo ni Belmonte ni Joselito, ni se le ocurrió a Manolete ni a Ordóñez, ni al mismo Camino. Fueron más prudentes. No se puede preconizar de tal manera ni simplificar un tema de extraordinaria complejidad. Son épocas diferentes. Porque puestos a dar rienda suelta a la nostalgia, señores: aquellas fotos, siempre en blanco y negro, mucho más bellas. Verónicas de manos bajas de Victoriano de la Serna o Cagancho. Esas de Belmonte que enamoraban al gran Dámaso González… Por nombrar algunos diestros de aquellos años, nos fascinaba el poderío suave de Domingo Ortega (al que vimos en el campo), la naturalidad de Antonio Bienvenida, el empaque de Ordóñez, la improvisación luminosa de Pepe Luis Vázquez, al que también admiramos tentando en Zahariche. Su propio hijo le rindió homenaje este año en Granada, toreando como no se ve... Cuando se torea así de mal el público se rompe las camisas.


Si nos atenemos a datos objetivos, por ejemplo a la cantidad de figuras que se coincidieron en un período determinado, destacan dos sobremanera: los años veinte del siglo pasado hasta el comienzo de la Guerra Civil: Domingo Ortega, Marcial Lalanda, Manolo Bienvenida, Sanchez-Mejías, Antonio Márquez, Cagancho, Chicuelo, Gitanillo de Triana, Niño de la Palma, Armillita o Victoriano de la Serna, entre otros. Ninguno se parecía. Variedad, sirena del mundo. Para guinda, arropados por la Generación del 27: Lorca, Alberti, Gerardo Diego, Luis Cernuda, Jorge Guillén… ¿Se hace mejor poesía ahora? Otra excelente es la que va de finales de los cincuenta, los sesenta y setenta hasta casi los ochenta, que disfrutamos a placer: Litri padre, Julio Aparicio, Pepe Luis, Antoñete, Rafael Ortega, Antonio Ordóñez, Antonio Bienvenida, Luis Miguel, Manolo Vázquez, Camino, Puerta, Mondeño, Paula, Curro Romero, Jaime Ostos, El Cordobés, Miguelín, Palomo, Teruel, Manzanares, Julio Robles, Paquirri, Dámaso González, Curro Vázquez… ¡Miles! Pegados a su rueda los Gregorio Sánchez, Andrés Vázquez, Dámaso Gómez y compañía. ¿Existe tal extraordinaria baraja ahora? Por otra parte, largando tela unos de otros. Salían a morder. Ahora si fulano corta una oreja los demás le dan besos y abrazos, en vez de cagarse en la madre que lo parió, que sería lo fetén.


Intentamos adaptar la historia a las conveniencias del momento, pero seamos honestos. ¿Ha habido en alguna época una primerísima figura con menos glamour que El Juli? El portavoz del "mejor que nunca". Con su julipié, un cuarteo brincado como una catedral para no pasar el fielato del pitón. Haciéndolo de esta manera, todas las estocadas caen traseras… y fulminantes. No falla. Se va de la cara del toro como el que sale de la pelea en un bar. Aunque nadie le niega sus merecimientos. Su raza, su afición incombustible, torea mañana, noche y madrugada, tienta antes de torear por la tarde ¿No se jartará?

Efectivamente hoy se torea más limpio, con menos enganchones, ¡y mucho más forzado! La imagen de estos bigardos actuales, espatarrats, una pata en Huelva y otra en Cadaqués, es poco estética. El trazo es largo pero el embroque menos ajustado. De suerte que al retrasar la pierna de salida, el talón contrario –ese sí, no al revés- se levanta sobremanera, como queriendo despegar hacia un planeta sin toros. Además la cabeza se inclina hacia los lados cual Sergio Ramos cuando remata un corner. Por cierto, torea de lujo el futbolista. Hay buenos toreros –qué duda cabe- pero muy semejantes unos a otros. Variedad, sirena del mundo. La perfección adocenada resta interés. Falta carisma, personalidad. Menos técnica, más corazón. Y emoción. 

Se equivocan quienes pretenden dotar de comodidades a las plazas de toros. Todo lo que ocurre allí es incómodo, para el que actúa y para el que mira. Fatigoso el traje de luces, la castañeta que te estruja la coronilla, el peto para el caballo, la pata de hierro del picador que les hace caminar tal cual robots de última generación, el pelmazo del asiento de al lado y el asiento mismo. El toreo hay que saborearlo en vilo, no repanchingado en un sofá. Nuestra capacidad de asombro está anestesiada de tanta gayola y de tanto montarse en lo alto del burel ¡Hagánselo a los Victorinos, pues! El animal también ha cambiado pero, ¿hemos salido ganando? Queda la duda. Desde luego es mucho más fijo y obediente, con infinito recorrido, más previsible. El de hace treinta o más años, era muy áspero, con genio, salían mansos algunos -hay que reconocerlo, y mucho más chico- pero correoso y sobre todo cambiante. Imponía la estrategia en la lidia, que hoy ha desaparecido. Actualmente seleccionamos buscando la regularidad, que es la antesala del aburrimiento.


Mientras, nuestros recuerdos se van volviendo cada día más sepia (¡qué razón tenía Don Francisco Camino!). Yo también he visto torear. Antes y ahora, ¿por qué no?… Ahí está José Tomás en sus mejores momentos, a pesar de racanear tanto sus actuaciones últimamente, Joselito, la zurda de El Cid, un incombustible Ponce, la profundidad de Perera, etc… y sobre todo Morante, siempre Morante. Se le espera. A otros sin embargo, ni se les demanda y tenemos que tragarlos a diario…

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