domingo, 10 de diciembre de 2017

HOY HABLAMOS CON MARIO COELHO / POR JAIME



Mario Coelho “Son los propios profesionales los que están bajando el ambiente y señorío que la fiesta tenía”.


Le voy a decir una cosa muy dura pero va ahí mi alma. A mí me gustaría que me matara un toro. Me gustaría que en un festival me mandara de viaje para el otro mundo y quedar con el honor.


Hoy hablamos con un mito del toreo que llevó el nombre de Portugal por todo el mundo. Mario Coelho, puro señorío, logró las más altas cotas como banderillero antes de escribir grandes páginas en la tauromaquia como matador de toros. Con él hablamos del toreo, del señorío y de una forma de entender la vida que alberga la idea de un final que solo los toreros podrán comprender.

Vivía en un pueblo muy taurino, en una calle muy pequeña en la que vivían cinco mayorales de Vilafranca. Yo soy un hijo de la posguerra de España. Con ocho años, por casualidad vi un cartel de toros en la pared de mi casa -la única vez que lo pusieron-, en el que actuaban un diestro portugués y un mexicano. Me quedé encantado con las figuras de los toreros. También iba a los toros con mi padre en el pueblo. Viviendo en ese ambiente taurino que tenía, con la fiesta por las calles en encierros, probé el veneno de querer ser torero.


Veneno que compaginó con tener que trabajar.

Era de una familia humilde y tenía el compromiso moral y educacional de trabajar y ayudar en casa. Trabajé desde los nueve años, no quería estudiar. No dejé de torear pese al trabajo y también debo decir que luego quise estudiar de noche. Ya de banderillero también trabajaba hasta que me fui a España. Mi sueño era ser torero, quería estar delante del toro, vivir el ambiente pero empecé de banderillero.

Se convierte en banderillero figura.

Aquí me volví un banderillero conocido, estimado. La tauromaquia de aquí no me llenaba totalmente. Me fui con portugueses que toreaban en España. Quería ir con españoles pero había una ley que impedía a un banderillero ir con ellos por ser extranjeros. José Martínez, ministro de España y amigo de Don Pedro Balañá, que apoderó a Paco Corpas me dijo que existía una ley de 1570 aproximadamente. Un convenio entre países ibéricos, que impedía dificultades entre trabajadores de Portugal y España y así me consiguió torear.

Un torero hecho a sí mismo.

Yo he sido un torero sin escuela. Me he hecho en la capeas, en los encierros -los toros se torean- no son toros de por la tarde, son animales que se han toreado muchas veces. Ésa es mi escuela de conocimientos, con muchos defectos. No tenía técnica pero si conocía al toro y eso me hacía distinto. Tenía una parte física extraordinaria, era diferente. Llamé la atención sin querer en España. Toreé con Paco Corpas, con Andrés Vazquez, Viti, Dominguín… Andrés habló conmigo y me dijo que me daba el doble de lo que ganaba. De 5000 pasé a doce mil pesetas toreando cuarenta corridas. Con él estuve tres años.

Rechazó a un mito, Luis Miguel Dominguín.

Después de su reaparición, en la Posada de Cáceres, me dijo que quería que me colocara con él. Andrés me trataba muy bien y España estaba esperándome. Seguí con Andrés.

Usted logra hitos impresionantes como salir a hombros y que le toquen la música en Madrid.

Logré salir a hombros como banderillero en plazas como Jerez, Málaga, Zamora, Pamplona, Alcalá… El público lo pedía. En Madrid, tras 23 años, me tocaron la música, fue algo muy bonito. De matador, cuando confirmé, me hicieron dar la vuelta al ruedo con las banderillas. De banderillero saludaba todas las tardes tres o cuatro veces, desde el capote. Madrid se portó extraordinariamente conmigo. De esa plaza digo maravillas, es un público único. Recuerdo una crónica del maestro Cañabate en la que decían que yo era un andaluz con condiciones de figura.

Ese éxito no fue siempre bien recibido.

La vida es una sapiencia y me di cuenta del enfado de mis compañeros banderilleros y matadores porque creían que buscaba el aplauso pero no era así. Lo pedía la gente. Pocos banderilleros cogían los toros con una mano pero yo lo veía tan fácil. También pegaba naturales con el capote. Llegó un momento en el que todo esto a mis compañeros no le gustaba, el ambiente se enrareció y decidí dejarlo para ser matador. Cumplía mi sueño.

Una alternativa muy rápida.

Hice once novilladas en dos meses. De ellas, salí en hombros siete toreando en plazas como Madrid, Pampona, Cartagena y Jerez. A los dos meses tomé la alternativa sabiendo que no tenía la técnica ni la sapiencia de un matador al no haber toreado antes con la muleta. Me dieron muchas volteretas el primer año, no me escondía.

Hay diferencias entre un matador y un banderillero. El banderillero manda y templa, no para. El matador para, templa y manda. El parar fue lo que me costó trabajo. El primer año fue difícil, llegaba al público pero no cuajaba. Tenía carencias de escuela de un matador de toros. Con los años toreé bastante y estuve 23 años como matador.

Una carrera de figura.

Yo me hice matador a los 29 años, tras nueve años de banderillero. Tenía cara joven, “de salao”. A mis 29 años aparentaba 18. Toreé hasta los 55 con figuras como Ojeda, Paquirri, Camino, Manzanares, Capea… Cuando venían a mi país el torero más puesto para torear con esos figurones era yo. También toreé mucho en América y 30-40 al año en Portugal.

En México llegó a parar un festejo por la ausencia de la bandera nacional lusa.

Plaza llena. En el patio de cuadrillas vi que solo había banderas de México y España. Me dirigí a José Martínez, abogado y responsable de la plaza, que sin la bandera de Portugal no salía. Consiguieron los dos colores (rojo y verde) como pudieron y los unieron con un alambre. Avisé con tiempo porque la presión al no salir a la hora es grande.

Yo tengo el orgullo de ser de un país pequeño y verme ante 50000 personas… hay algo que nos toca. Yo pensé que era el único portugués y dije que no salía. Apareció la bandera y salimos. Eso me provocó dos años sin torear allí. Toreaba veinte por el país pero no pisaba Insurgentes.

Una época en la que el toreo recibía grandes aficionados como Ava Gardner, Hemingway, Welles…

Tenía yo una figura altiva, delgada, era agitanado. Tenía la figura altiva pese a que nunca me faltó la humildad. Esa cualidad es básica en el toreo. Hay que tener altivez y vanidad pero con humildad. Todo ello me abrió las puertas de España, un país diferente a los demás.

Siempre digo que la etapa más bonita del toreo fueron los 60 por señorío, público, figuras… Había intelectuales de todo el mundo que querían venir a convivir con el toreo. Tuve la suerte de estar con Welles, Hemingway el maestro Picasso… No fui solo yo, los toreros convivíamos con esa gente. Yo era un muchacho de pueblo, un paleto. Cuando sales de tu país, cuando en tu mente está la inteligencia, debes aprender en tres días lo que te llevaría un año. Educación, comer, vestir, saber hablar y estar. Eso es una obligación de todos, principalmente de los toreros listos.

Vivió la parte romántica del toreo.

Los toreros estamos obligados a tener buen gusto con nuestras amistades, con las personas que nos acompañan. No es vanidad, sí orgullo, de saber conocer mis amigos y amigas. Es una obligación de un torero. Somos figuras públicas, se notaba más en esa época. Un día iba en Sevilla por la calle Sierpes para un sorteo. Hacía mucho calor e iba con la habanera. De repente, un empleado de dónde estaba Andrés Gago, me llamó. Andrés me dijo “Mira Mario, no tienes vergüenza de venir a un sorteo en la Real Maestranza sin corbata ni chaqueta”.

Tenía 18 años y desde ese día hasta los 82 que tengo, no voy a una plaza sin chaqueta ni corbata. Tenemos la obligación de dar ejemplo a las personas que te miran con admiración. No puedes ser igual que ellos, tampoco mejores ni peores, pero debes ser diferente. Hay que aprender hasta cómo saludar.


Otro hito en su carrera fue matar un toro en Moita.

La gente estaba dormida en el ambiente taurino en Portugal. Faltaba ilusión, no salían los olés como nos gustan. Se anunció corrida picada y en puntas con dos figurones como Ojeda y Capea. La plaza estaba llena. Yo vivía en una finca y cuando iba a hacer viento por la tarde me daba cuenta. Me levanté y eran las 6, no había viento. Era un día de puta madre, un día de hacer algo por la fiesta. Repasé el filo de la espada. No dije nada ni a mi mozo de espadas ni a mi apoderado. El festejo fue picado, había emoción con los aficionados buenos en los tendidos -los que van a España-. Gritaban que matara al toro, era un manicomio. La policía y la guardia se marcharon y la plaza quedó sin autoridad. Salio en todos los periódicos, fue una publicidad fantástica para la fiesta.

Le dije a Ojeda y Capea que matásemos todos pero Ojeda, tuvo la cabeza fría, me dijo que nos estaría esperando la policía en la frontera. Fue un éxito, estuvimos un año en el que no se hablaba de otra cosa.

Tuvo que hacer frente a la justicia.

La cosa pintaba muy fea. El Delegado del Ministerio Público me quería poner una pena ejemplar basada en un millón de escudos de multa y la retirada de mi carné de matador por un año. Pensé que había una solución y me fui a hablar con un psiquiatra. Quería que él probara que un hombre ante el peligro, viviendo el miedo y ante gritos de “mátalo” puede cambiar la espada sin darse cuenta. El psiquiatra me dio la razón y me defendí así. Probó que te podías equivocar de espada y usar la de verdad. Fue un éxito, firmé quince corridas al año siguiente con el triple de caché.

En usted se aprecian unos valores que se están perdiendo.

Desde luego. Yo soy un hombre de una linea recta de la que no salgo. Soy un enamorado de la fiesta. Es la más bonita, la más respetuosa del mundo. Tenemos los profesionales la obligación de subir con ella. Me da pena que no se cuiden detalles por parte de los profesionales como beber agua con una botella, hay figuras que van al sorteo con las chanclas o en chándal. Yo jamás he ido sin una corbata. Son los propios profesionales los que están bajando el ambiente y señorío que la fiesta tenía. Mientras sigan así el ambiente de admiración y respeto cambia. Ves cómo la gente, así, se anima a saludarte tocándote el hombro.

A Ordóñez un día un aficionado le agarró del brazo. Le dijo que si no le soltaba le metía un puñetazo. Somos distintos, tenemos la grandeza de la fiesta que amamos. Sin ella, la fiesta sufre y dejamos de ser ejemplo para los jóvenes.

Para ir terminando. En Portugal todo queda tapado por los rejones y parece lejana su época o la de Víctor Mendes.

El país ha cambiado. Tiene una lógica. Los rejoneadores no querían toreros con ellos porque eran señoritos que tenían dinero y conquistaron plazas. El 99% de las plazas están en las manos de rejoneadores y forcados. Tienes que poner 8 toros con dos matadores y dos rejoneadores. En la de rejoneadores metes dos toros menos. Metes dos rejoneadores y el tercero es hijo, así pagas 2 cachés y 6 toros. Hay rejoneadores hijos de nuevos ricos que pagan los toros y cuadrillas para que toreen con Moura. Ni el público está educado para la de rejones.

Yo he visto como en estos últimos 30-40 años aparecieron muchachos en Portugual con más condiciones o iguales que nosotros y quedaron en el camino. Dos o tres años sin torear…. Con las ofertas de niñas, tabaco y disco se quedan. Cuando veo a un muchacho entrenando, toreando vacas y no le dan oportunidad eso me da pena. Por eso la fiesta aquí está castrada. Los rejoneadores tienen las plazas. Cuando vino Juli tuvo un éxito fantástico y los rejoneadores se quejaron. Llegó Padilla, las dos primeras a hombros y plazas llenas y empezaron a obligar a la empresa a acabar con eso. Me decía eso Rui Bento. Había tal malestar entre los rejones que la empresa no podía hacer nada porque no querían torear con matadores, hacían chantaje.

La fiesta no está bonita para los jóvenes pese que algunos tienen condiciones.

¿Tiene solución?

Es muy difícil. Hay treinta banderilleros en Portugal que quisieron ser toreros pero no les dejaron, en ellos vive la amargura. Una amargura natural que siendo ahora banderilleros de rejoneo son ellos mismos los que dificultan las cosas a los que quieren abrirse paso a pie. Esto está viciado, castrado.

Yo sigo con una afición fantástica. Me da pena, soy un hombre que ayudé a hacer matadores como Pedrito, mi hijo… Todos estos pasaron por mi casa. Aquí venían a la finca de becerristas y salían de matadores pese a que yo no tenía escuela. Cuando salían de mi casa lo hacían con muleta, capote y su traje.Ya no puedo ayudarles cuando vienen. No hay campo para esa gente. En Portugal hay tres escuelas y una es muy buena, la de Mendes. En las demás ponen de maestros a banderilleros. Si no has matado nunca, ¿cómo explicas la suerte a un chaval? Un enfermero no puede enseñar a operar a un médico. Gracias a Dios Vilafranca tiene un matador en la escuela. Lisboa era de banderilleros, Santarem. Eso no es aconsejable para los chavales.

Para acabar, un alma abierta.

Te voy a decir una cosa muy dura pero va ahí mi alma. A mí me gustaría que me matara un toro. Me gustaría que en un festival me mandara de viaje para el otro mundo y quedar con el honor. La gente no siente el honor de los toreros que tuvieron la suerte de morir en el ruedo. De las cosas más buenas de un torero es finalizar su vida en una plaza de toros, mojar con su sangre la arena que le ha dado sus triunfos. Nada en la vida paga una ovación de cielo abierto. El teatro no tiene el cielo abierto, la plaza sí. Nosotros estamos cerca del cielo. Puede ser sentimental, romántico, poético pero pienso en eso. Sería lo más bello. Quizás no pueda pero lo pensé desde que tenía 40.


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