miércoles, 24 de enero de 2018

Bogotá- El sonido y la furia / Por Jorge Arturo Díaz Reyes


Bogotá, esquina Colpatria. Foto: Jorge Arturo Díaz Reyes

El radio del operativo de seguridad era de unos cuatrocientos metros. Dentro, había una tensa serenidad, inusual para un día de corrida. Sin bullicio, vendedores ni revendedores. Cortado el tráfico. Peatonalizada la zona. Tres retenes escalonados impedían el paso a quienes no portaran boleta o credencial y requisaban minuciosamente a los que las tenían.

El sonido y la furia

Cali, 23 de enero 2018
Llegaban hasta la Santamaría. Era imposible distinguir las palabras, pero no la ira. Brotaban de la esquina Colpatria, donde la turba, contenida por la barrera policial ocupaba todo el ancho de la carrera séptima, en una profundidad que no se podía precisar desde la explanada.

El radio del operativo de seguridad era de unos cuatrocientos metros. Dentro, había una tensa serenidad, inusual para un día de corrida. Sin bullicio, vendedores ni revendedores. Cortado el tráfico. Peatonalizada la zona. Tres retenes escalonados impedían el paso a quienes no portaran boleta o credencial y requisaban minuciosamente a los que las tenían.

Eran las tres de la tarde. Faltaba media hora para el paseíllo. Los rostros de siempre, sonrisas, apretones de manos, abrazos. La familia del toro, la perseguida y acorralada secta del toro concurriendo, fiel al culto. Saludé a José Galeano, el viejo banderillero. Me contó con su permanente socarronería que preparaba un libro.

--¿Sí? ¿Sobre qué? --Le pregunté medio en broma
--Sobre mí, claro --dijo poniéndose serio un instante.
--Buen tema –corregí, siguiéndole la corriente
--¡Hombre! –y vuelve a reír –Imagínate pasé mi vida toreando. Lo hice con casi todas las figuras de mi época, sabiéndome querido y respetado. Sintiéndome importante. Ahora vengo de cruzar esa horda, temiendo ser reconocido y linchado. Imagínate si no es un tema suficiente.
--Sí. Pero triste
--La realidad lo es y además estúpida. El mundo cambia, la virtud se hace pecado y uno pasa de ídolo a villano sin darse cuenta. Oye ese griterío, esa rabia… –señaló con la cabeza.

Dos veteranos aficionados abordaron a José. Dejándolo, caminé hacia la puerta de cuadrillas, seguido por el distante clamor de odio. Pensando en que a ese libro de Galeano quizás le cabría una justificación como la que Faulkner halló en Shakespeare hace casi un siglo. La vida no es más que un cuento narrado por un idiota, lleno de sonido y de furia.

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