jueves, 1 de marzo de 2018

El Papa Benedicto XVI fue forzado a renunciar por una conspiración urdida por Barack Obama, Hillary Clinton y George Soros.


Barack Obama habría trabajado en la sombra para lograr el ascenso del Papa Francisco.
El “progresismo” norteamericano que giraba alrededor de Barack Hussein Obama estaba especialmente interesado en conseguir que el Vaticano se sumara a todo tipo de iniciativas ambientalistas globalistas (como así lo hizo el Papa Francisco tras su nombramiento) y que la iglesia se abriera a los postulados de la ideología de género más radical.
El pasado 20 de enero, un importante grupo de líderes católicos puso en manos del presidente Donald Trump un completo dosier informativo, obtenido a través de un profundo análisis de correos electrónicos y datos extraídos de la red Wikileaks, que revela que Barack Obama, Hillary Clinton y el especulador George Soros, mecenas de numerosas causas “progresistas” defendidas por la entonces responsable del Departamento de Estado norteamericano, orquestaron un golpe político en el Vaticano para derrocar al Papa Benedicto XVI. De este modo, y a raíz de la enorme presión ejercida por la poderosa maquinaria diplomática y financiera impulsada por el Gobierno de EE.UU. en manos del Partido Demócrata, el Papa Benedicto XVI se convirtió en el primer Pontífice en renunciar desde el Papa Gregorio XII en 1415, y el primero en hacerlo por iniciativa propia desde el Papa Celestino V en 1294.

Los denunciantes, que exigen que el presidente Donald Trump inicie una profunda investigación al respecto, se basan en conversaciones extraídas de los miles de correos electrónicos de John Podesta, asesor de Barack Obama, íntimo amigo de George Soros y jefe de campaña de Hillary Clinton, hechos públicos por Wikileaks. Según esta filtración, el trío Obama-Clinton-Soros buscaban cambiar para siempre lo que ellos definían como “el regimen medieval en el que la iglesia vivía bajo la influencia de Benedicto XVI” y buscaban “una completa revolución en el Vaticano, que habría de llegar de la mano del Papa Francisco”. 

El “progresismo” norteamericano que giraba alrededor de Barack Hussein Obama estaba especialmente interesado en conseguir que el Vaticano se sumara a todo tipo de iniciativas ambientalistas globalistas (como así lo hizo el Papa Francisco tras su nombramiento) y que la iglesia se abriera a los postulados de la ideología de género más radical.

Los firmantes de la iniciativa explican cómo John Podesta reveló en un correo electrónico de 2011 que él y otros activistas estaban trabajando para llevar a cabo una “primavera católica” dentro de la Iglesia de Roma, una referencia obvia a los desastrosos golpes de Estado que bajo el calificativo de “primaveras árabes” fueron impulsados ese mismo año por el Gobierno de Barack Obama, con el apoyo de todos los Ejecutivos europeos, y que terminaron con el nacimiento del autodenominado Estado Islámico, con el estallido de la guerra de Siria y llevando al poder de algunos países de Oriente Medio a movimientos islamistas radicales y grupos terroristas.


El correo electrónico de Podesta respondía a otro enviado por Sandy Newman, fundadora de Voices for Progress, otra iniciativa de extrema-izquierda financiada por Georges Soros, en el que ésta pedía consejo al asesor de Hillary Clinton sobre la mejor manera de “sembrar las semillas de la revolución” en la Iglesia Católica. Podesta, incluso, explica que ya ha puesto el tema en manos de Kathleen Kennedy Townsend, antigua gobernadora del Estado de Maryland y responsable de los montantes económicos que el Partido Demócrata dirige a las causas afines.

Benedicto XVI renunció poco más de un año después de este correo electrónico, y durante esos meses ocurrieron muchas otras cosas, alentadas todas ellas, por el Ejecutivo de Obama, que se han descubierto gracias a Wikileaks: la NSA monitorizó el cónclave en el que se eligió al Papa Francisco, que acabaría convertido en una referencia ineludible de la izquierda mundial; las transacciones monetarias internacionales con el Vaticano fueron suspendidas durante los últimos días antes de la renuncia del Papa Benedicto, y el vicepresidente de Estados Unidos, Joseph Biden, se reunió con el Papa Benedicto XVI, en un encuentro cuyo contenido nunca se reveló con claridad.

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