¿Por qué no pone fin el Gobierno a las emisiones de esa máquina de odio en que se ha convertido TV3, “La Radio de las Mil Colinas”?
El objetivo ahora parece ser apartarse completamente de la ley. TV3 –«La Radio de las Mil Colinas»– llama a la violencia callejera, de lo que suponemos que estará tomando nota la Fiscalía. Porque la impunidad de ese medio pagado con nuestros impuestos es algo clamoroso para lo que el consenso entre el PP y Ciudadanos debería ser suficiente para acabar con las emisiones de esa máquina del odio.
- Es imperativo que el Gobierno de España asuma la obligación de poner fin a ese circo del odio a España en que se han convertido los medios de comunicación públicos catalanes sustentados con el dinero de todos los españoles.
¿Por qué no pone fin el Gobierno a las emisiones de esa máquina de odio en que se ha convertido TV3, “La Radio de las Mil Colinas”?
Cataluña se asoma al abismo de la separación, soplan vientos de ruptura con el resto de España y con la UE, pero sobre todo de discordia entre los catalanes. Una pregunta que casi todo el mundo se hace ahora es cómo hemos llegado hasta aquí. Las causas son diversas, pero en Cataluña hay dos factores estructurales que, de forma sistemática, han favorecido la creación de un marco mental de alejamiento, cuando no de animadversión, hacia el resto de España: la educación y los medios de comunicación públicos y subvencionados por la Generalitat.
Concentración de los trabajadores de TV3 (foto: comité de empresa de TV3)
El giro violento que ha dado la situación en Barcelona es el resultado de la desesperación de quienes se creyeron sus propias mentiras. Quienes no pueden creerse que los mandos de la Policía, por más que sigan llamándose Mozos de Escuadra, obedecen las órdenes del ministro del Interior y reprimen esa violencia mientras intentan mantener el orden público. Que es lo que hace la Policía en cualquier país.
La colaboradora de TV3 Amparo Moliner, con una estelada.
El objetivo ahora parece ser apartarse completamente de la ley. TV3 –«La Radio de las Mil Colinas»– llama a la violencia callejera, de lo que suponemos que estará tomando nota la Fiscalía. Porque la impunidad de ese medio pagado con nuestros impuestos es algo clamoroso para lo que el consenso entre el PP y Ciudadanos debería ser suficiente para acabar con las emisiones de esa máquina del odio. Y los secesionistas dicen que ahora sí que hay que investir presidente «de verdad» a Puigdemont. Como ese «de verdad» es imposible, lo que cabe entender es que se pretende ignorar la legalidad vigente y nombrarlo presidente de la nada desde el calabozo de una prisión alemana o española.
El mapa del tiempo de la TV3 incluye a Valencia
y Baleares como parte del territorio catalán.
La tesis oficial en Cataluña es que es una nación natural, telúrica, esencialmente buena, que desde hace al menos tres siglos vive una situación de opresión colonial insostenible dentro de un Estado artificial, pérfido y carpetovetónico, España, del que debemos escapar. A tal efecto, todo vale. Se habla de Franco a todas horas y en cualquier formato de programa. Desde Catalunya Ràdio se preguntó a los oyentes si estaban dispuestos a impedir físicamente que se juzgara a Artur Mas. Luego se les pidió que informaran sobre movimientos de la Guardia Civil en los días previos al referéndum ilegal del 1-O, información que luego se difundió en antena. Brigada de agitación y propaganda antiespañola, y ahora también oficina de reclutamiento y delación.
Cuando la realidad se reduce a un único tema, la secesión, y las tertulias resultan monográficas, entonces la presencia de un solo tertuliano opuesto a la tesis de la tertulia —que defienden de consuno los otros tres o cuatro opinantes además del moderador, a veces reforzados por la opinión de algún telespectador que entra por teléfono— solo sirve para proyectar la idea de que se trata de una posición minoritaria, incluso marginal, en la sociedad catalana. En estas condiciones el discrepante, por muy aguerrido que sea, acaba siendo un colaborador necesario, por no decir el tonto útil del proyecto separatista.
El director de TV3, Vicent Sanchis
Esa pluralidad impostada, distorsionada, es la misma que se da en las series de televisión de TV3 en las que —como en su día denunció el corresponsal en España de The Wall Street Journal— “solo hablan castellano prostitutas y delincuentes”. Si de verdad tuvieran la intención de reflejar la pluralidad lingüística de Cataluña, al menos la mitad de los personajes de las series de TV3 tendrían que hablar habitualmente en castellano y el uso alternativo de ambas lenguas en el trabajo, en la calle y en los hogares de los protagonistas debería ser lo más natural. Pero, al igual que tras las tertulias de tesis separatista subyace la pretensión de que lo normal es ser independentista, existe en esas series de TV3 una indisimulada intención de instalar en el imaginario colectivo de los catalanes la idea de que lo normal en Cataluña es hablar en catalán y que el castellano es cosa de marginales e inadaptados.
Es triste reconocerlo, pero la convivencia en Cataluña, si se quiere tranquila, se levanta hoy sobre la resignada asunción por muchos catalanes no nacionalistas del ofensivo decálogo nacionalista, basado en el desprecio a España y a los españoles pero sobre todo a los catalanes que nos sentimos españoles.
Solo hay que repasar la hemeroteca para darse cuenta de que si el resto de los catalanes, los que se sienten en mayor o menor medida comprometidos con el proyecto común español, mostrasen por los separatistas el mismo desprecio que ellos muestran por el resto, la convivencia en Cataluña sería insostenible. De ahí que muchos catalanes —posiblemente la mayoría— hayan decidido mirar hacia otro lado.
Es imperativo que el Gobierno de España asuma la obligación de poner fin a ese circo del odio a España en que se han convertido los medios de comunicación públicos catalanes sustentados con el dinero de todos los españoles.
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