Pintada en Cataluña.
Un legionario de gesto ingrávido desfilando con la cabra. Un torero de piel morena entrando a matar entre un reguero de sangre. Un guardia civil decimonónico aporreando a pacíficos catalanes. Son algunas de las instantáneas que evocan la España cruel y carpetovetónica que los separatistas catalanes están trasladando al mundo. Sabíamos que eran malvados y odiosos, pero no tanto.
- De entrada, escrito está lo que este medio ha sostenido siempre: el catalán ha sido históricamente un pueblo sobrevalorado por el resto de los españoles. Tras esas ínfulas de arcadia mediterránea se esconde, y se ha escondido siempre, un pueblo de gañanes y garrulos. No hay rincón en España con más catetos por metro cuadrado. No hay rincón en Europa con más yihadistas por habitante. No hay cosa más pedestre en la tierra que un payés. Cuando hablan pareciera que están masticando alguna sustancia tóxica.
Un legionario de gesto ingrávido desfilando con la cabra. Un torero de piel morena entrando a matar entre un reguero de sangre. Un guardia civil decimonónico aporreando a pacíficos catalanes. Son algunas de las instantáneas que evocan la España cruel y carpetovetónica que los separatistas catalanes están trasladando al mundo. Sabíamos que eran malvados y odiosos, pero no tanto.
De entrada, escrito está lo que este medio ha sostenido siempre: el catalán ha sido históricamente un pueblo sobrevalorado por el resto de los españoles. Tras esas ínfulas de arcadia mediterránea se esconde, y se ha escondido siempre, un pueblo de gañanes y garrulos. No hay rincón en España con más catetos por metro cuadrado. No hay rincón en Europa con más yihadistas por habitante. No hay cosa más pedestre en la tierra que un payés. Cuando hablan pareciera que están masticando alguna sustancia tóxica.
Son vulgares y primitivos, con la ventaja sobre nosotros de que saben trasladar a los demás sus propios complejos y frustraciones. Tanto que se pasan la vida victimizándose y denigrando los arquetipos españoles, que han tomado como referencia para sus insanos propósitos propagandísticos, con lo fácil que a nosotros nos sería hacer burla y mofa de sus ridículas costumbres y tradiciones.
Su plato preferido son unos puerros untados en salsa que igualan al comensal con un guarro en pleno festín. Un atropello al buen gusto. Habitualmente riegan las comidas con un espumoso del color del pis, que fuera de Cataluña no se utilizaría ni como enjuague bucal.
Presumen de cultura universal sin que en sus costumbres populares haya nada que congregue ni remotamente lo que por ejemplo congrega Sevilla en su Feria de Abril, o Valencia en sus Fallas, o Málaga en su Semana Santa, o Huelva en su Rocío, o Córdoba en sus Cruces de Mayo, o Alicante en sus Moros y Cristianos, o Pamplona en sus Sanfermines.
No hay fórmula amnésica más eficaz que asistir a una fiesta catalana a base de sardanas y de castillos humanos que pierden la gracia cuando no se desploman. Eso sin referirnos a sus trajes típicos, que nadie conoce fuera de Cataluña y que al menos tienen el decoro de no ponerse, salvo para hacer el ridículo en algún acontecimiento subvencionado de la Cataluña zafia y profunda, de gandalla y olor a cebolla.
No es extraño que con tradiciones con tan poco interés social, la fiesta más multitudinaria en Cataluña sea una mala copia de la Feria de Sevilla, que se celebra cada año en la provincia de Barcelona. Ni que el Festival de Comparsas y Chirigotas tenga que echar mano de la lengua de Cervantes, pues solo un excedido encontraría la gracia, el salero y el donaire a una sátira, o a una crítica social, declamada en la lengua de Puigdemont. Eso vale también para las fiestas y verbenas locales, donde el divertimento lo ponen siempre las canciones con letras en español, ya que de lo contrario la velada degeneraría en velatorio.
Todo lo anterior sin olvidarnos de que los suvenires para turistas que más se exhiben en las Ramblas son precisamente los símbolos exponenciales de esa España cañí de la que, salvo cuando la pela es la pela, tanta burla hacen. O que no hay restaurante del Puerto Olímpico sin su reclamo paellístico, como Dios manda.
Comprobada pues la poca gracia que tienen los catalanes y el corto recorrido del que gozan sus costumbres y tradiciones, tan corto que ni ellos mismos lo soportan salvo para joder al vecino, hemos sin embargo de reconocer que están ganando por goleada al Gobierno español en el relato del proceso secesionista. Tanto que la versión que más ha calado en la opinión extranjera es la de ellos.
Con lo fácil que sería desmontar sus trampas y poner al descubierto su naturaleza ruin y falsaria. Han logrado sin embargo que el “conflicto catalán” sea percibido en Europa como una astracanada que hubiera firmado cualquiera de los novelistas anglosajones del siglo XIX, que dibujaron una España de facas, gitanas tormentosas y raciales costumbres. Nadie les ha hecho ver la realidad. Tienen la suerte de que el resto de los europeos no les conocen tan bien como les conocemos los españoles que por fortuna hemos tenido la suerte de no nacer catalanes. Con lo fácil que sería que los alemanes comprendiesen la naturaleza del conflicto catalán en base a unos pocos ejemplos. Bastaría con mostrarles un informe sobre algunos supuestos que ellos habrían sufrido de haber tenido al frente de sus instituciones a políticos tan traidores, falsos y rastreros como los separatistas catalanes.
Pongamos por caso que en el estado de Baden-Wutemberg, el presidente del länder defendiera la exclusión del alemán en las escuelas y la hegemonía del suabo como lengua oficial. Y que al mismo tiempo se presionara y multara a los comerciantes que se atrevieran a rotular en la lengua de Goethe. Y que la policía del länder se enfrentara a la federal y colaborara en una trama criminal para la independencia del territorio. El informe debería preguntar también a los alemanes cuál sería su respuesta si los dirigentes del länder defendiesen la exclusión de los jueces procedentes del resto del país. O si se opondrían o no a que los dirigentes de Baden-Wutemberg promovieran la insolidaridad fiscal e hicieran del desprecio a las regiones germanas más pobres uno de sus ejes discursivos. ¿Qué respuesta merecería para ellos el dirigente de la región que prefiriese la inmigración árabe a la del resto de Alemania? ¿O que quienes se opusieran a ese discurso sufrieran escraches y amenazas? ¿Cuánto tiempo tardarían los líderes regionales en ser encarcelados?
Con lo fácil que nos resulta a nosotros desenmascarar a esta banda mafiosa y dejar al descubierto la hediondez de sus objetivos, nos preguntamos por qué no hace el Gobierno lo mismo.
¿O acaso los papeles de Pujol contienen alguna cláusula secreta que aconseja no forzar demasiado la cuerda?
En Europa hay una corriente de simpatía hacia el proceso separatista catalán. Nadie del Gobierno de España ha hecho nada para demostrar que Puigdemont estaría más cerca de cualquier capo de la mafia italiana que de Bravehart. O que detrás de ese flequillo apelmazado de niño repelente se esconde un mediocre sin escrúpulos y un potencial delincuente. La suerte que tienen los catalanes es que fuera no los tienen aún tan calados como nosotros ni saben lo falsos que pueden llegar a ser. Una prueba evidente de que no son tan conocidos como ellos quisieran.
Confiemos, en cualquier caso, que los alemanes sepan distinguir a un magistrado español del Tribunal Supremo de una maja de Goya. En ello nos va la vida a nosotros y también a la Unión Europea, que no se olvide.
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