Majestad, usted no puede permanecer callado un año más ante el inenarrable bochorno internacional que se vivirá en la final de Copa, si usted no lo remedia. En tanto siga siendo Rey, usted nos representa a todos y en nuestro nombre no puede tolerar el aquelarre antiespañol que ya ha sido preparado. Usted tiene la exigencia del deber institucional y moral de actuar como lo hizo el expresidente francés Sarkozy, cuando amenazó con suspender partidos si se abucheaba el himno nacional del país vecino.
Carta al Rey ante la final de Copa: Majestad, o actúa con la dignidad que le exige el cargo o no vaya al Wanda Metropolitano
AR.- Siento de nuevo importunarle, Majestad, en momentos que aunque muy graves para la nación española, puede que no lo sean tanto para usted. De nuevo una final de Copa en la que, más allá de lo probable, los aficionados catalanes del Fútbol Club Barcelona volverán a pitar, de forma masiva, el himno nacional español y a usted mismo, en los prolegómenos del encuentro. Todo indica un aumento en la virulencia de los silbidos por parte de la afición azulgrana, fruto de una campaña alentada y alimentada por grupos independentistas, medios informativos catalanes y representantes de la entidad barcelonista, empezando por su presidente, a quien usted probablemente dará la mano con la mejor sonrisa.
Majestad, estamos ya muy cansados de que el ataque persistente a nuestros símbolos nacionales no tenga respuesta política. Si fueran tan ciertas las facultades que se le atribuyen para olfatear el estado real de la vida española, su inquietud en este momentos debería ser máxima.
Como estamos viendo, los poderes ejecutivo y legislativo están en manos de políticos taimados y traidores que, aún en las dramáticas circunstancias actuales, anteponen los cálculos electorales y las disputas personales al sagrado propósito de mantener unida la nación española. El presidente del Gobierno y sus ministros se han puesto en manos de jueces y fiscales para no tener que hacer frente al desafío secesionista con las medidas que están pidiendo a gritos millones de españoles. Salvo que cumplan ignotas órdenes para que pongan fin a la existencia de España, lo que no descarto, no se entiende un guión tan decididamente favorable a las pretensiones de los secesionistas. Por si nos quedaban dudas, las manifestaciones de Montoro sirviendo de coartada a los procesados por el proceso golpista e invalidando la actuación judicial del magistrado Llarena, alimenta en nosotros la sospecha de dossieres y documentos muy comprometedores sobre las vidas y haciendas de algunos altos cargos.
Ignoro si estaremos aún a tiempo de revertir una situación caótica a la que se ha llegado por la traición de los representantes del Estado en Cataluña, la cobardía de Rajoy y la división ideológica de los españoles. Lo que no ignoro es que la brecha abierta por los sediciosos hoy es más ancha que ayer; que Puigdemont parece en mejor posición que ayer de salir indemne de las acusaciones de la justicia española, que el Gobierno del Reino de España sigue sin decir ni hacer nada, que los partidos de la oposición no están a la altura del momento histórico y que usted parece un simple convidado de piedra.
De lo que suceda en Cataluña dependerá que su reinado pase a la historia como el de la derrota del Estado y la ruptura de la unidad de España, que usted institucionalmente representa. El sábado tiene usted una inmejorable ocasión de aparecer ante los españoles como el monarca que merecemos y no como una rémora más en la estabilidad del edificio tambaleante de nuestra dignidad colectiva. En nombre estoy seguro de muchos de mis lectores y de muchos más compatriotas, fuertemente indignados con el desarrollo de los acontecimientos, yo le exijo una postura de firmeza a favor del respeto debido a uno de los símbolos nacionales que emocionalmente representa el sentir de millones de españoles.
Hace unos años sufrí una brutal campaña de linchamiento mediático tras calificar de “cerdos” a los que aprovecharon su presencia en una final de Copa para silbar el himno nacional. Como contrapunto a los insultos y denuncias de que fui objeto entonces, se exaltaron las virtudes de la libertad de expresión de los separatistas para ofender los sentimientos de millones de españoles y, en el colmo de la desfachatez, se me acusó de amenazar la concordia democrática entre los ciudadanos, de todo lo cual, como es sabido, sus más caracterizados propugnadores son los muñidores de la campaña en contra del himno nacional y todos los que en nombre de la ficticia patria catalana nos han insultado con saña e impunidad, desde el inicio de la democracia, como he recordado numerosas veces valiéndome de algunas citas literales.
Solo en una sociedad tan corrompida como la nuestra podría darse el caso de que los mismos que callan y permiten la denigración de nuestros símbolos, se atrevan a darnos ejemplos de ejemplaridad cívica.
Es la cara real de esta democracia execrable, fraudulenta y antiespañola, que ha ensanchado hasta límites desconocidos la fractura entre compatriotas, haciendo irreconciliables ya las posturas.
Majestad, usted no puede permanecer callado un año más ante el inenarrable bochorno internacional que se vivirá en la final de Copa, si usted no lo remedia. En tanto siga siendo Rey, usted nos representa a todos y en nuestro nombre no puede tolerar el aquelarre antiespañol que ya ha sido preparado. Usted tiene la exigencia del deber institucional y moral de actuar como lo hizo el expresidente francés Sarkozy, cuando amenazó con suspender partidos si se abucheaba el himno nacional del país vecino.
Usted debe exigirles, hoy mismo, a los responsables de la Federación Española de Fútbol, que se suspenda la final de Copa si los catalanes pitan el himno; dígales que no se entiende que un árbitro de fútbol esté facultado para suspender un encuentro si se vierten expresiones racistas en la grada, y que en cambio no haya sido previsto lo mismo ante el ataque a los símbolos de nuestra patria.
Salvo que en la degradada democracia española, llamar “negro” a un futbolista de raza negra sea promover el odio de forma inversamente proporcional a denigrarle a usted por su condición de Rey de España.
Majestad, si acude al palco del Wanda Metropolitano, que sea con todos los honores que le exige la alta representación del cargo que ostenta. Si se le pide que ponga cara de póker durante la pitada al himno de España, en compañía de algunos de sus promotores, entonces quédese en Zarzuela y no permita que su figura regia sea depositaria, un año más, de una nueva ofensa a sus compatriotas. ¡No en nuestro nombre, Majestad!
Postdata: Lo más probable sin embargo es que acuda usted al Wanda Metropolitano y responda al estruendoso concierto de viento con una impostada sonrisa. Si es así, Majestad, le ruego entonces un gesto, no ya de patriotismo, sino de amor paternal hacia la llamada a heredar el Trono. Lleve a Leonor al estadio, con el permiso de la señora Reina, y que la princesa aprenda allí lo que ni todos sus instructores y lisonjeros cortesanos le enseñarán nunca. Que su hija conozca de primera mano el infierno que tendrá que heredar, una realidad tan huérfana de genuino hermanamiento entre compatriotas, un clima tan enrarecido de enfrentamiento entre hijos de un mismo suelo e historia, una alarmante y áspera desunión en medio de continuas llamadas al odio entre españoles (de aquellos que quieren dejar de serlo contra los que pretenden seguir siéndolo), habiendo llegado a un grado tal de indiferencia e insolidaridad, cuando no de abierta hostilidad, entre personas que compartimos el mismo espacio geográfico.
Y no será porque Franco no se lo advirtiera a su augusto padre.
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