Homenaje a la Unión Soviética en la Puerta de Alcalá. Era el año 1937. |
Para ser exactos, fueron 13 obispos, 4.184 sacerdotes seculares, 2.365 frailes y 283 monjas. Y eso sin contar los laicos. Pero eso no importa a Manuela Carmena porque, según ella, fueron otros los que rompieron la legalidad.
La legalidad de la II República asesinó a 6.845 curas
“Madrid defendía la legalidad, ahora que se habla tanto de legalidad. Los madrileños luchaban por la democracia desde la legalidad porque fueron otros los que la rompieron". Esto es lo que ha dicho la alcaldesa de Madrid en la inauguración de una exposición, con pretensiones de recordar lo que sucedió en la capital de España durante los tres años de la Guerra Civil. Y hay que reconocer a la alcaldesa su habilidad para embaucar al personal con el método de envolver una colección de mentiras y presentar el paquete atado con el lacito de la legalidad.
Vamos evolucionando, de manera que ahora ya no es, como a principios del siglo XX, la desigualdad de las clases sociales lo que justifica la revolución comunista que se cobró más de cien millones de vidas humanas, porque, como decía Lenin, “La revolución avanza muy despacio, porque fusilamos muy poco…” Ahora es la legalidad del Frente Popular la que todo lo purifica, y que, según Manuela Carmena, fue rota por Franco y, en consecuencia, vio interrumpida la benéfica acción política del Frente Popular. Pero la ruptura de legalidad ya ha sido suturada, porque Carmena y sus seguidores se han erigido en los rescatadores de esa legalidad interrumpida en 1936, que en adelante justificará la acción política de los neocomunistas, de manera que, parafraseando a Lenin, se podría decir que la legalidad ahora avanza muy despacio porque se asaltan pocas capillas universitarias y todavía no ha ardido ninguna iglesia como en el 36.
Ahora es la legalidad del Frente Popular la que todo lo purifica, y que, según Manuela Carmena, fue rota por Franco
Pero la verdad es que la legalidad a la que se refiere Carmena envolvió las balas de los cargadores de los fusiles y las pistolas, con los que las izquierdas dieron el golpe de 1934 contra la República, cuando perdieron las elecciones. La peculiar legalidad de la que habla Carmena también justifica el asalto por la noche de la casa de Calvo Sotelo, que era el jefe de la oposición parlamentaria, y su posterior asesinato en unas circunstancias que, para darnos cuenta de la barbaridad de lo que fue ese crimen, sería como si una de estas noches los escoltas de Rajoy asaltaran los domicilios de Pedro Sánchez o de Pablo Iglesias, les sacaran a punta de pistola, les metieran en una furgoneta, les descerrajaran cuatro tiros en la cabeza y arrojaran su cuerpos en las tapias del cementerio.
Desde luego que la legalidad de Carmena también justifica los asesinatos de españoles por miles, y muchos de ellos menores de edad, que estaban encerrados en las checas y en las cárceles madrileñas y se les enterró en enormes fosas comunes, como en Paracuellos.
Y, en fin, la legalidad a la que alude Carmena también justifica la persecución religiosa que ha sufrido la Iglesia católica en España, que ostenta el récord de ser la mayor de los últimos dos mil años, en la que fueron asesinados 13 obispos, 4.184 sacerdotes seculares, 2.365 frailes y 283 monjas, lo que equivalía a uno de cada siete sacerdotes y a uno de cada cinco frailes. Y a estos datos habría que añadir el elevado número —imposible de establecer con exactitud— de tantos católicos españoles que murieron víctimas del odio contra la religión, en una persecución que, hasta para asemejarse a la de los primeros cristianos, dio cabida a acontecimientos como los de la "Casa de Fieras", el zoo situado entonces en el parque madrileño del Retiro, donde se arrojaban las personas para que fuesen devoradas por los osos y los leones.
La persecución a los católicos dio cabida a acontecimientos como los de la "Casa de Fieras", el zoo situado entonces en el parque madrileño del Retiro, donde se arrojaban las personas para que fuesen devoradas por los osos y los leones.
¿La batalla de Madrid…? No hubo tal y en su lugar, en la Puerta de Alcalá se rindió un homenaje a la Unión Soviética en 1937, con motivo del vigésimo aniversario de la revolución comunista. La leyenda en la que consta en números romanos la fecha en la que el rey Calos III la construyó, fue tapada por el escudo de la Unión Soviética, en el que se podía ver la hoz y el martillo, y todo el frente del monumento estaba recorrido con grandes letras en las que se podía leer “Viva la URSS”. Todo el arco central de la puerta de Alcalá sostenía un enorme retrato de Josef Stalin, flanqueado por otros dos retratos del mismo tamaño de Maksiv Litminov y Kliment Voroshilov. Litminov había sido nombrado por Stalin Comisario de Asuntos Extreriores y Vorosshílov está considerado como uno de los comunistas más sanguinarios. Fue presidente del Soviet Militar Revolucionario, miembro del Politburó y un eficaz colaborador de Stalin en la Gran Purga, que encarceló y asesinó por miles a los rusos.
Y gracias a que los ejércitos de Franco -el “no pasarán” de Madrid, valga la redundancia, se lo pasaron por el arco del triunfo-, interrumpieron semejante legalidad criminal y ganaron la guerra, España no se convirtió en un país satélite de la URSS, como les sucedió a unas cuantas naciones europeas después de la Segunda Guerra Mundial, como fue el caso de Hungría.
¿La batalla de Madrid…? No hubo tal y en su lugar, en la Puerta de Alcalá se rindió un homenaje a la Unión Soviética en 1937
Y cito a Hungría, porque esta nación tiene en España una embajadora que se llama Enikó Gyori, dispuesta a contar la verdad de lo que ha sucedido en su patria, y por eso acaba de publicar las actas de unas jornadas académicas que se celebraron en 2016 bajo el título: “1956. La primera grieta en el bloque soviético”. Dicho congreso se celebró bajo el patrocinio de la embajada de Hungría y tuve el honor de ser uno profesores universitarios invitados para participar en el evento.
El encuentro tuvo lugar en Madrid, en la fundación Areces, y en la sala de conferencias había entre el público un buen número de húngaros residentes en España. Y recuerdo que mediada mi intervención, cuando hice referencia a la persecución religiosa en Hungría y anuncié que iba a leer unos párrafos extraídos de las memorias de ese gran húngaro encarcelado y torturado por los comunistas como fue el cardenal Mindszenty, al pronunciar su nombre me interrumpieron con un aplauso de homenaje a su heroico comportamiento. Y tras el aplauso proseguí intercalando en mi intervención párrafos de las Memorias del cardenal húngaro de esta manera:
“Nuestros compatriotas formados en Moscú y que habían regresado de Rusia, sabían que nuestro pueblo rechazaría el adoctrinamiento que proponían. Silenciaron por tanto sus planes de poder y aseguraron por el contrario que no entraban en sus propósitos obligar a nadie a abrazar las doctrinas marxistas. Aludían a los derechos humanos y a la libertad de conciencia con el tono con que hubieran podido hacerlo los políticos burgueses occidentales”.
El cardenal húngaro Mindszenty asegura en sus memorias: “El comandante volvió al interior de la celda, sacó una porra de goma, me arrojó al suelo y comenzó a golpearme. Primero en la planta de los pies, y luego en todo el cuerpo (...) El comandante jadeaba, pero no cesaba en sus golpes. Luego perdí el conocimiento y solo lo recobré cuando me rociaron con agua”.
Este era el engaño del comunismo de rostro humano. Y siguieron las mentiras y en la calle Andrássy se golpeaba a los detenidos con barras de acero en los riñones y en las partes sexuales. Se les clavaban alfileres. Se les quemaban los párpados con cigarrillos y se les convertía en despojos humanos. Y esta es una de las torturas que tuvo que padecer, y no fue de las peores. Así lo cuenta el cardenal en su libro: “El comandante volvió al interior de la celda, sacó una porra de goma, me arrojó al suelo y comenzó a golpearme. Primero en la planta de los pies, y luego en todo el cuerpo. En el pasillo y en la instancia inmediata, unas risotadas acompañaban los golpes. El comandante jadeaba, pero no cesaba en sus golpes. Luego perdí el conocimiento y solo lo recobré cuando me rociaron con agua”.
Y acabada mi intervención en este punto se hizo un silencio que se podía cortar. En primera fila del público estaba la embajadora, Enikó Gyori. La miré fijamente y añadí estas palabras que no estaban escritas en mi ponencia:
“Querida embajadora, una cosa le quiero pedir a cambio de mi intervención en estas jornadas que usted organiza: por lo que más quieran… ¡Ayúdennos ustedes a Europa y a España a recuperar nuestras raíces cristianas!
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