jueves, 17 de mayo de 2018

¿A qué espera el Ejército para decir “basta” y hacer efectivo el juramento a la Bandera y al orden legal?

Puigdemont y Torra, en segundo plano.

Aquel soldado que con ilusión desbordante selló con un beso en su Bandera la promesa de su compromiso con el mantenimiento de la unidad de España y su soberanía, su integridad territorial, os instruye hoy a vosotros, mandos del Ejército de mi patria, sobre lo que entonces me inculcasteis y que yo creí a pies juntillas.

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AD / AR.- Me transmitisteis la trascendentalidad del juramento a la Bandera una gélida mañana de noviembre de finales de los 80, muy cerca de las aguas salinas de San Fernando. Junto a mí, una vibrante muchachada procedente de todos los puntos de España. Aquella fría mañana gaditana, los mandos militares de esa España que juré defender me bendecían, me alentaban y hasta me empujaban a ser un hombre de bien. Han pasado los años y yo no he cambiado más que en la medida necesaria, indispensable, que exigen el paso del tiempo, la variación de las circunstancias y el mantenimiento de una terca y hermosa ilusión. Mis ideas básicas son las mismas, los valores idénticos a los inculcados entonces al recluta que deseaba ser soldado. ¿Se equivocaron los militares de aquella época o nos estamos equivocando ahora? ¿Debemos sentirnos apeados del solemne juramento de defender España hasta sus últimas consecuencias para no entorpecer el apoyo de los separatistas vascos a la aprobación de unos presupuestos?

Aquel soldado que con ilusión desbordante selló con un beso en su Bandera la promesa de su compromiso con el mantenimiento de la unidad de España y su soberanía, su integridad territorial, os instruye hoy a vosotros, mandos del Ejército de mi patria, sobre lo que entonces me inculcasteis y que yo creí a pies juntillas. Por exigencia moral y por la tradición militar que arrastran mis dos apellidos. Supongo que conoceréis algunos de los graves acontecimientos que planean sobre la vida española. Son los que siguen: nuestros hermanos catalanes están hoy liderados por un presidente, elegido a dedo por un fugitivo de la justicia de nuestro país, rabiosamente antiespañol y supremacista, que va contra la mitad de Cataluña, que llama bestias con taras genéticas a los catalanes que quieren seguir siendo españoles, que nada más ser elegido promete saltarse las leyes del Estado e implementar la república catalana. Es insoportable. Ningún gobierno europeo habría permitido algo así.

Vosotros, mandos del Ejército del que una vez formé parte, participáis en misiones militares alentadas por lobbis internacionales, cuando los enemigos declarados de nuestra patria son otros. En el Congreso de los diputados podríais reconocer a muchos de ellos. Están emparentados por línea consanguínea con aquel conde Don Julián que facilito a los moros la invasión y destrucción de la España visigoda. Son los que no han detectado la supuesta malversación de fondos por parte de los procesados como líderes del golpe independentista en Cataluña. Son los que en nombre del Estado admiten no poder detectar presuntos desvíos de fondos hacia el proceso secesionista, ni impedir que, por ejemplo, se comprasen las urnas, lo que dificulta los medios de prueba en el proceso penal del Tribunal Supremo para anudar el delito de malversación. Son los mismos que han refrendado el nombramiento de Quim Torra, tras prometer restituir las leyes declaradas inconstitucionales, crear una asamblea de electos para negar la legitimidad a la Constitución y el Estatut y relanzar la construcción de la república interrumpida por la intervención del Estado. Son los que nutren de fondos al nuevo presidente catalán para que el rodillo separatista pase otra vez por encima de más de la mitad de los catalanes, que esperan de sus militares el mismo interés que estos demuestran en las operaciones de salvamento de ilegales en aguas del Mediterráneo. Son los que están deseando salir de Cataluña echando leches y dejando la casa patas arriba. Son los que proporcionan legitimidad política al independentismo para que continúe su labor destructora contra España, dentro y fuera de nuestras fronteras. Comprenderéis que, para muchos, solo quede en pie una esperanza para la recuperación de la normalidad democrática: que el Ejército actúe conforme al mandato constitucional para mantener con vida lo que los políticos han sido incapaces de conservar. Y eso os exige decir “basta” a la actual deriva, conforme al más estricto cumplimiento de las atribuciones que os concede la Carta Magna.

Separatistas catalanes increpan a guardias civiles.

Deberíais también disuadir al Rey, en tanto jefe supremo de las Fuerzas Armadas, de su actual inmovilismo. ¿Acaso piensa el monarca que con el creciente desafío secesionista se creará una situación de difícil gobernabilidad y se convertirá de nuevo en árbitro activo de recomposición partitocrática a través de un gobierno de “salvación de la democracia”? Un juego arriesgado que podría acabar con la Monarquía, salvo que las terminales mundialistas, en cualesquiera formaciones políticas, estructuras institucionales y poderosos grupos financieros, favorezcan la consolidación de la Monarquía como cúspide de una federación o confederación de repúblicas ibéricas, similar a lo que fuera en lejanos tiempos la monarquía austrohúngara, las consecuencias de cuyo desmoronamiento todavía colean.

Unos y otros parecen no conocer la catadura de los separatistas. Su remoción es una exigencia nacional y un deber de todo español que no quiera dejar de serlo.

El crédito interior e internacional de España está por los suelos. Lo ratifican los hechos. La Justicia belga ha tomado este miércoles la decisión de no entregar a los exconsellers Tomi Comín, Meritxell Serret y Lluís Puig a las autoridades españolas. Que un país tan andrajoso como Bélgica se cisque en nosotros engrandece a los ojos de la Historia a quien ya nos previno contra los enemigos históricos de España. Ya sólo nos cabe esperar que vuestro compromiso legal con España esté a la altura de la gravedad del desafío que sufrimos.

En estas horas tan amargas, mi mente viaja a 1921, poco después de la aniquilación del ejército español en Annual, perdidas las posiciones que defendían nuestras plazas en África, con el traidor Abdelkrim poniendo cerco a la ciudad de Melilla, rebosante de niños, mujeres, ancianos y heridos de guerra. No había hombres para defenderla. Al fin, en la amanecida del 24 de julio llegan dos banderas legionarias al puerto de Melilla. Millán Astray está al frente. Saluda de este modo al pueblo aterrorizado: “¡Melillenses!: Os saludamos, es La Legión que viene a salvaros, no temáis, nuestras vidas os lo garantizan..!”.

Desembarcan los legionarios desfilando con paso alegre, firme y rápido, entonando “La Madelón” y “Los Voluntarios” al son de cornetas y tambores, haciendo demostraciones de armas, arrancando de la población vivas y aplausos. Entre ellos ya despuntaba la figura de un joven comandante de origen ferrolano llamado Francisco Franco. Entre las que vitoreaban a los salvadores legionarios estaba mi abuela Francisca. Acababa de perder a sus dos hermanos en Annual, cuyos restos descansan hoy en el panteón de los héroes del cementerio melillense, el espacio geográfico español con más valientes por metro cuadrado. Aquellos legionarios la salvaron de una muerte segura y sabe Dios de cuántas afrentas más.

97 años después, otros abdelkrines acaparan a diario nuestra crónica política. Muchos españoles, entre los que me encuentro, confían aún en vuestro compromiso insobornable con España y con su legalidad resquebrajada en Cataluña. En definitiva, sois descendientes y herederos de los que rindieron al francés en San Quintín, al ogro turco en Lepanto, al ejército holandés en Breda y al arrogante inglés en Cartagena de Indias. Os pido que acreditéis la dignidad, el honor y el coraje que merece el recuerdo de aquellos soldados que salvaron la vida de mi abuela y que por ende me han permitido escribir estas líneas.

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