lunes, 14 de mayo de 2018

El empresario catalán Gerard Bellalta a Quim Torra, próximo presidente de la Generalidad: “Yo me cago en tu puta madre”


Gerard Bellalta

Quim Torra es la quintaesencia del mal. Acabar con el mal es tarea urgente e inaplazable. Insultar a nuestros hermanos españoles no debería salirles gratis. Apelar a la superioridad de la raza catalana en una región donde el veinte por ciento procede del Mahgreb describe al psicópata que estos cerdos llevan dentro. Hacer distingos raciales entre catalanes y españoles en una región donde García es el apellido más extendido describe la realidad virtual en la que viven instalados estos  canallas.


El empresario catalán Gerard Bellalta a Quim Torra, próximo presidente de la Generalidad: “Yo me cago en tu puta madre”

Has insultado al resto de los españoles, cerdo. De catalán a catalán te escupo: “yo me cago en tu puta madre”. Resulta instructivo ver cómo los separatistas quieren llevar a España a una nueva guerra civil, a costa esta vez de la cobardía del Gobierno de la nación. No se comprende en Cataluña que a estas alturas no haya sido derogada la autonomía catalana. Escrito está en este mismo medio: el problema catalán no se resuelve con paños calientes sino con mano dura. Martínez Anido y el general Yagüe nos habrían instruido al respecto mucho mejor que yo. Los separatistas catalanes le han tomado la medida al Gobierno de cantamañanas que preside Rajoy y dispuestos están a liarla gorda. Un delincuente fugitivo de la justicia española está trazando el camino hacia el suicidio  colectivo y nadie hace nada. El Rey calla y traga. El Ejército calla y cobra. Los políticos callan y nos hacen el harakiri antes que poner en riesgo sus muchas prerrogativas. Ninguna mente honrada comprende semejantes actitudes. Para prolongar el tiempo del chantaje, Puigdemont ha nombrado a un repugnante kamikaze. Nadie parece ser consciente de la gravedad del momento que vivimos. Lo que se está haciendo en Cataluña es una atrocidad. Nadie parece tener voluntad de despertar a Cataluña de su sueño dogmático. Nos hemos convertido en una especie de República Islámica de ayatolás, o de talibanes, que han hecho del odio a España el tarro de todas las esencias sagradas patrias.

A mayor desafío de los separatistas, mayor atraso, mayor pobreza: eso parece también un hecho indudable. Siempre se puede hacer algo y en este caso está claro lo que se debe hacer. Hay que enseñar los dientes. El separatismo retrocede donde encuentra resistencia, invade cuando percibe debilidad. Las lavadoras de cerebros -TV3, Catalunya Ràdio. Avui, El Punt, El Temps, etc- llevan años intentando convencer al personal de que la guerra civil fue un España-Cataluña que perdimos, como el Barça perdió el otro día su partido contra el Madrid. Y no. Entonces como ahora había fachas castellanos y catalanes, pacifistas de Madrid y de Tarragona. Nacionalcatólico fue Torras i Bages, precursor del nazismo el doctor Robert, fascista Rovira i Virgili, fascista Eugeni d Ors, fascista Prat de la Riba, fascista Carles Riba, fascista por supuesto J.V. Foix, discípulo de Maurras y fundador de una Acció Catalana copiada de la Action Française. Según la propaganda nacionalista y de buena parte de la izquierda, en Cataluña no hubo guerra civil, sino una agresión e invasión externa. Por tanto, los documentos llevados a Salamanca serían un botín de guerra, que debe ser restituido. Incluso se apela a la “reconciliación” para sostener la idea.

Pero esta versión es tan fraudulenta como la anterior, y si ha hecho carrera, no sólo en Cataluña, se debe a la pasividad de muchos historiadores y políticos conscientes de la verdad, pero desfallecientes a la hora de defenderla. Y así, la falsedad sobre el ayer amamanta la demagogia del hoy. Los nacionalistas catalanes tuvieron una responsabilidad crucial en el desencadenamiento de la guerra civil, al usar el estatuto como tapadera para organizar, en connivencia con el PSOE, una rebelión armada contra un gobierno democrático. Con esa rebelión, en octubre del 34, comenzó de hecho la guerra.

La oposición de los nacionalistas al franquismo fue irrisoria. La resistencia principal, con gran diferencia, procedió de sectores obreros, en parte inmigrantes de otras regiones que, sin embargo, defendían también las reivindicaciones catalanistas, para verse luego discriminados por los nacionalistas en el poder. 

Acaba Torra de hacer un análisis político de la situación, en clave supremacista, empleando las mismas argucias que el PNV, de una hipocresía y una desvergüenza insuperables. Que tales bellaquerías tengan curso entre una parte de la población, revela a su vez la profunda degradación moral producida por tantos años de propaganda nacionalista no resistida, o incluso alentada por quienes debieran haberla afrontado.

El doble discurso ha sido siempre un rasgo típico de los nacionalistas catalanes. Y un error muy común al respecto ha sido no tomar en serio los disparates de los líderes nacionalistas, creyéndolos bazofia para consumo de sus seguidores, pero sin repercusión política.

Gran número de catalanes ha llegado a ver España como algo ajeno o, al menos, poco interesante. No es un fenómeno espontáneo, sino el resultado de un cuarto de siglo de auténtico lavado de cerebro por parte de los nacionalistas y la izquierda, en eso muy unidos, bajo la pasividad suicida y estúpida, cuando no colaboracionista, de quienes debieran haberse opuesto. Muchos catalanes se sienten alarmados por esta deriva, pero no encuentran la vía, la organización ni el liderazgo para salir al paso. Y si los nacionalismos periféricos no están ligados a ninguna tradición “colectiva de los españoles”, tampoco lo están a la democracia. Ni han mejorado desde los disparates de Prat de la Riba o la vesania de Arana. Sus actuales prácticas totalitarias en Vascongadas y Cataluña han dejado en ruinas la democracia en la primera, y asedian en la segunda el pluralismo que exigen para el resto de España.

La historia de la pobre Cataluña siempre ha terminado así, expoliando a España, pero culpando al resto de españoles de todos sus males. Cataluña nunca fue nada sin España; simular acciones históricas e inventar leyendas para diferenciarse de España, cuando en realidad han sido la quintaesencia más cutre y deplorable del peor tradicionalismo. Cataluña: una sociedad al margen de la historia democrática, que reclama una nación de carácter medieval, antieuropea. El espectáculo totalitario de prohibir, siguiendo pautas estalinistas, a millones de ciudadanos a expresarse en español en la escuela. Todo es mala fe en el nacionalismo catalán. ¿A qué espera el  Gobierno de España para tomarse en serio el desafío? Somos millones los catalanes que colaboraríamos gozosos con cualquier plan que se nos trace para aniquilar al separatismo.

Quim Torra es la quintaesencia del mal. Acabar con el mal es tarea urgente e inaplazable. Insultar a nuestros hermanos españoles no debería salirles gratis. Apelar a la superioridad de la raza catalana en una región donde el veinte por ciento procede del Mahgreb describe al psicópata que estos cerdos llevan dentro. Hacer distingos raciales entre catalanes y españoles en una región donde García es el apellido más extendido describe la realidad virtual en la que viven instalados estos  canallas. No es hora de diálogo, es hora de apelar al orgullo racial de los españoles para revertir el curso de los acontecimientos.

España, centinela y guardiana de Occidente, ¡a por estos hijos de puta!

*Empresario y presidente del Círculo de Empresarios de Tabarnia

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