jueves, 3 de mayo de 2018

POR QUÉ LANGUIDECE LA FIESTA / por BENJAMÍN BENTURA REMACHA


Y si el desarrollo de la lidia es fundamental para el futuro de la FIESTA, no es menos importante que su difusión vuelva a los parámetros que vivimos a mitad del siglo XX, cuando me empeñé en la lucha contra “el sobre” periodístico. Mi padre me sacó del error cuando señaló que los culpables no eran los receptores del óbolo misericordioso sino los medios de información que cobraban el espacio a los que ejercían la crítica.

POR QUÉ LANGUIDECE LA FIESTA

BENJAMÍN BENTURA REMACHA
Es un tema que me preocupa y me ha preocupado porque siempre he vivido en esa incertidumbre. La FIESTA se muere desde que nació y ya se sabe que para morir se precisa que eso que va a morir esté vivo. ¿Está viva la FIESTA? Está viva, pero muy malita. Y no por los toros y los toreros, sí por sus circunstancias. 

Respecto al toro, animal totémico por excelencia como emblema de protección de la tribu y muy particularmente como progenitor hasta las sábanas del tálamo nupcial, estamos en un periodo francamente positivo porque su estudio ha llegado hasta las profundidades de los análisis científicos que promocionó don Álvaro Domecq Díez junto al catedrático don Isaías Zarazaga. Por una casualidad informática, he llegado hasta el conocimiento de los estudios de dos investigadores prestigiosos, don Fernando Gil, biólogo, y don Julio Fernández Sanz, veterinario. Por ellos he sabido por qué embiste el toro, su capacidad para responder al estrés y la fisiología de la agresividad. El cortisol y las endorfinas  que produce al animal bloquean los receptores del dolor. El toro lucha sin preocuparse por el dolor y lo hace también aunque esté en campo abierto y tenga espacio para huir del castigo. No hace falta acorralarle para que embista. Embiste porque produce dopamina. Por último, la mayor agresividad de unos ejemplares de ciertas ganaderías calificadas como “duras” se basa en que estas tienen menos seretoninas, con lo que los ilustres especialistas del toro bravo concretan que el misterio de la bravura es “un cóctel de hormonas”.

Aseguran que los puyazos caídos o traseros inutilizan al toro para la lidia y pueden producir hasta un neumotórax, lesiones motrices o medulares dada la mayor extensión de la puya y sus aceradas aristas. Y, además, la impunidad del peto con el gran faldón protector contra el que el toro no tiene posibilidad alguna  de ataque. El peto, desde luego, salvó el futuro de la fiesta porque, en las circunstancias actuales, no se podría mantener la renovación diaria de las cuadras de caballos y tampoco el siniestro espectáculo en el que el tal caballo fuera “la víctima de la fiesta”. Pero no se puede pasar de su sacrificio continuado (incluido el de sus jinetes) a la desaparición total del riesgo que puede generar por ahorro y eficacia la eliminación de los picadores de las cuadrillas. Sin riesgo no hace falta buenos jinetes de brazo fuerte. Un titular y un sustituto para toda una corrida. Hace muchos años propuse el peto anatómico para que el toro pueda romanear, verbo a conjugar cuando se trataba de ahormar el embestir del bravo animal. Y disminuir la extensión del casquillo de la puya y el arpón de las banderillas aunque, en realidad, la sangría no sea lo que más influya en la debilitación de las fuerzas del toro.

Y si el desarrollo de la lidia es fundamental para el futuro de la FIESTA, no es menos importante que su difusión vuelva a los parámetros que vivimos a mitad del siglo XX, cuando me empeñé en la lucha contra “el sobre” periodístico. Mi padre me sacó del error cuando señaló que los culpables no eran los receptores del óbolo misericordioso sino los medios de información que cobraban el espacio a los que ejercían la crítica. Sin embargo, por entonces casi  todos los medios escritos, hablados o televisados tenían sus espacios dedicados a la difusión de la fiesta y se competía para dar la más profusa información de las ferias de las plazas de primera y las noticias de agencia (EFE, Logos, Mencheta y alguna más) del resto de los cosos taurinos de España, Francia o América. Me horroriza si hoy dan una noticia taurina en una televisión: o se trata de una cornada posiblemente mortal (la de Fandiño, por ejemplo) o algún chisme sentimental de los diestros más mediáticos en los espacios del “cuore”.

Es importante la difusión de la Fiesta en los medios de comunicación. Uno de los medios actuales que más atención le presta a los toros, pero no tiene ni punto de comparación con las portadas que ese mismo ABC le dedicaba a los acontecimientos taurinos hace un siglo. Suelo curiosear ese pequeño apartado del diario de la calle madrileña de Serrano y me satisface la continuidad con la que son noticia de portada los acontecimientos del coso de la carretera de Aragón o cualquier otro acontecer en el que sean protagonistas toreros, ganaderos o aficionados. Se medían los tiempos y los espacios de otra forma. El toro estaba en la calle y en la conversación de las gentes. Todavía llegué a conocer la mítica “playa de Madrid”, entre la calle Sevilla y la acera de La Tropical, en la calle de Alcalá. Allí se juntaban centenares de toreros y aficionados, se le instalaba un kiosco de la ONCE al picador “Melones” o se exponía en el escaparate de una gran zapatería el vestido de luces que iba a lucir el Príncipe Gitano en su debut con picadores. Se arreglaba una cuadrilla o se sellaba un apoderamiento con un apretón de manos. Hoy no queda nadie. Ni allí ni en la plaza de Santa Ana o la explanada de la Casa de Campo, donde se toreaba de salón o se jugaba un partido de futbol como el que Joselito jugó en la Real Maestranza  años antes. Cristiano metió un gol “de chilena” y durante un par de semanas se cantó como el mejor gol del siglo. Supongo que de este siglo XXI porque en el anterior ya hay reseñados goles de tal guisa desde 1914. Y supongo que el autor fue un jugador chileno de “cuyo nombre no puedo acordarme”. Dos mil policías se movilizan para garantizar el orden en un partido de fútbol. Y aún hay ciudadanos que dicen que las corridas de toros pueden perjudicar a la educación de nuestros infantes.

Y luego hay noticias que perjudican al buen desarrollo del ambiente taurino. He leído estos días que la más fundamental de esas noticias es que José Tomás va a torear una corrida en Algeciras. Y ni una más. ¿Toros? ¿Toreros? ¡Qué más da! Y cuando leo este anunció a toda página y alumbrado por toda la luminaria siempre recuerdo que “Manolete”, en 1946, sólo se anunció en España en una corrida. En Madrid. La Beneficencia. Con Gitanillo de Triana y Antonio Bienvenida y Luis Miguel Dominguín, que venía con la escoba y se ofreció a torear pagándose sus toros. Amén, respondió el de Córdoba. No sé si será cierto, pero a mí me contó Jaime Marco “El Choni”, que era amigo del abuelo de José Tomás, que, de chico, el de Galapagar prefería jugar al fútbol que a torear. Mis cortos conocimientos me dan para deducir que el misterio de la dieta taurina del serrano no le permite atracones de toro. Ya lo decía Curro Romero: “Torear todos los días es trabajar”. Una vez a la semana, señor Tomás, cosa sana. Para la Fiesta, don José.

El estrambote a tanta lírica taurófila es la afirmación de Ignacio Ruiz-Quintano en su columna de ABC de que Mazzantini fue concejal después de retirarse del toreo. Y fue algo más que concejal de Madrid. Gobernador Civil de Guadalajara y Avila. Italiano de origen, habrá que agradecer el que en su tiempo no hubiera micrófonos que amplificaran la voz y su decisión de montar la espada y hacerse gran estoqueador desde su primera estocada. Con más voz hubiera sido cantante de ópera. “Muertos que yo maté no os podéis quejar de mí, pues si buena vida os quité, mejor sepultura os di”. Y no pretendo competir con Ruiz-Quintano en la cita de maestros en el pensar y escribir. Yo sólo pienso en el feliz devenir de la Fiesta. Apliquemos los remedios necesarios.


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