jueves, 24 de mayo de 2018

¿Qué le debe España a estos cerdos y repugnantes europeos?


Así se pide una hamburguesa en Mallorca

Han pasado ya 24 horas desde que el tribunal alemán de Schleswig-Holstein exonerase al golpista Puigdemont del deliro de rebelión y España sigue formando parte de ese club de putas mal avenidas comandado por Angela Merkel.

AD.- Advertidas quedan las repugnantes talegonas que abanderan la petición de cierre de AD. Nos referimos a los europeos que profanan  con su irreverancia estética y moral la hospitalidad que reciben. Nos insultan negándose a la extradición del golpista Puigdemont y denigran a la especie humana los turistas que acogemos. Ya nos advirtió el Caudillo sobre la corrosiva influencia de esta Europa puta y zafia en la que no nos reconocemos. ¿Qué les debemos para soportar tanta impostura? ¿Por qué no se les aplica la misma receta que merecen? ¿Qué impide al Gobierno de España a responder a esta gentuza porcina con el más severo correctivo en nombre de nuestra dignidad nacional?

Arranca la temporada turística en Mallorca y el turismo de borrachera empieza a ocupar las portadas de los medios británicos y alemanes con sucesos, las gamberradas y desmadres protagonizados por los jóvenes turistas que visitan la isla.

La última la recoge Bild, quien titula: «Así se pide una hamburguesa en Mallorca». El texto acompaña la imagen de una joven con las nalgas al aire junto al mostrador de un restaurante de comida rápìda.

El periodista explica que los hechos ocurrieron el domingo, alrededor de las 11.00, en Inca, «sólo a 47 kilómetros de la popular zona británica, Magaluf». La joven británica, que iba acompañada de dos amigos, entró en un restaurante de comida rápida para pedir una hamburguesa con este «especial atuendo», lo que generó bastante sorpresa entre las personas que se encontraban en el local.

Apuntamos recurrentemente a los islamistas como causantes del desorden social en Europa y hay lamentablemente que reconocer que (al menos en España) mantienen un comportamiento sobrio que está bien lejos del que suelen mantener los degenerados europeos. Mala gente que apesta la tierra española que pisa. El recurso machadiano nos permite definir a los turistas europeos como la tropa más pestilente que pisa suelo español. A los causantes de tanto desorden, a los que no observan el mínimo respeto por la gente del país que los acoge, a los que exhalan lo peor de la condición humana, a los europeos en fin, nuestro asco, nuestro desprecio, y nuestros peores deseos. Han conseguido lo imposible: que miremos con candidez a los islamistas que están destruyendo Europa. Al menos los islamistas representan el momento álgido de su fe, un vocablo que esta basura europea ha perdido para siempre.

De entrada, europeístas, esto es Europa. No podéis quejaros. No tenéis derecho ahora a quejaros cuando tantas veces fuisteis advertidos de lo que cabía esperar de ella. Esta Europa es la misma que definió Serrano Suñer como la gran ramera; la que durante décadas sirvió de cobijo y refugio a los matarifes de la ETA, mientras los nuestros caían asesinados como moscas; la que mordió el polvo al paso de nuestros Tercios de Flandes, en Breda y San Quintín. Esta Europa y esta Alemania es la que ha preferido la inmigración musulmana antes que tener hijos: la que deja que los yihadistas se follen a sus hijas sin oponer resistencia. Esta es la Europa de la Leyenda Negra contra España difundida por Lutero, el padre del nacionalismo alemán. El teólogo alemán (y los príncipes que se apoyaron en él para enfrentarse a Carlos V) intoxicó toda Europa de mentiras sobre los españoles, unos tópicos que aún persisten en el mundo anglosajón. Esta es la Europa que nunca nos perdonó la extensión de la cultura occidental en su versión española al resto del mundo a partir del Descubrimiento de América. Ni que produjésemos los primeros brotes del Derecho Internacional y que provocásemos la derrota del imperialismo napoleónico. Esta es la Europa que exterminó a docenas de naciones aborígenes, mientras la fe y la inteligencia española construían, no como los ingleses un imperio de muerte, sino una sociedad civilizada que finalmente se impuso como por mandato divino. Esta es la Europa que no ha sabido conservar el preciado legado de la sabia Grecia y la imperial Roma. Esta es la Europa aliada con el turco contra Felipe II y que lloró la victoria de Juan de Austria en la batalla naval de Lepanto. Esta es la Europa que nos odia desde los tiempos en los que, como admitió el propio Voltaire, “España tenía una clara superioridad sobre los demás pueblos: su lengua se hablaba en París, en Viena, en Milan, en Turín; sus modas, sus formas de pensar y de escribir subyugaron a las inteligencias italianas y desde Carlos V al comienzo del reinado de Felipe II España tuvo una consideración de la que carecían los demás pueblos”. Con una historia como la nuestra, así de impresionante, hay muchos más motivos para estar orgulloso de ser español que de ser alemán, inglés, francés y ya no digamos de ese retrete llamado Bélgica.

La cuestión es que los políticos traidores que han pilotado el infame régimen democrático nunca han estado orgullosos de su identidad española y mucho menos a la altura del peso histórico de España. Parece que las nieblas europeístas les han nublado el corazón y los sentimientos. Es la diferencia con Carrero, al que asesinaron en diciembre de 1973 por su rechazo al plan europeísta de sodomizar a los españoles, y a quien la claridad de su soleada España le hacía ver y oír mejor a Dios.

Pese a las advertencias de unos pocos, los mejores, que en la España democrática son siempre condenados al descrédito y el asesinato civil, nos hicieron tragar el euro y el cuento chino de que la Unión Europea era sobre todo un espacio común de cooperación económica y de Derecho. Nos garantizaron la inviolabilidad de las fronteras y que Europa no sería nunca un “paraíso judicial” para los delincuentes. El precio que hemos pagado ha sido décadas de inflación, devaluación, desindustrialización e invasiones de africanos, árabes, sudamericanos y chinos. Hoy nos lo pagan con un triple revés al mentón de la dignidad nacional: Alemania rechaza que Puigdemont sea perseguido político, pero lo deja en libertad sin fianza al no apreciar delito de rebelión. Bélgica deja en libertad y sin medidas cautelares a los tres exconsejeros huidos y Suiza nos presiona para que le entreguemos al confidente bancario Falciano, mientras Marta Rovira sigue oculta en el país helvético.

Han pasado ya 24 horas desde que el tribunal alemán de Schleswig-Holstein exonerase al golpista Puigdemont del deliro de rebelión y España sigue formando parte de ese club de putas mal avenidas comandado por Angela Merkel. 

Ni una acción de fuerza del Gobierno, ni un acto de repulsa en las calles, ni una medida contra los intereses económicos alemanes. Sólo silencio y resignación. Nos han hecho creer que estos hijos de puta eran nuestros aliados y amigos. Nos han embarcado en operaciones militares contra Rusia, un país que no nos debe un sólo acto de agravio en toda nuestra historia.

Resulta inverosímil pensar que un líder político germano se refugiara en España luego de proclamar la república independiente de Baviera y que la Audiencia Provincial de Murcia decidiera dejarlo libre. Esa inverosimilitud se debe sobre todo al grado de postración, sumisión y debilidad en el que nos ha dejado la democracia española. Europa ha dejado de respetarnos porque difícilmente puede respetarse a quien no es capaz de respetarse a sí mismo. Tenemos un Gobierno basura, una oposición basura, unos partidos políticos basura, unos servicios de inteligencia basura, una prensa basura, una intelectualidad basura, una población mayoritariamente basurizada. ¿Qué esperábamos?

Al tribunal alemán le debió resultar difícil entender cómo puede ser delito convocar un referéndum cuya celebración toleró y financió el propio Gobierno de España. Al tribunal alemán le debió resultar difícil entender cómo se puede condenar a Puigdemont por rebelión cuando el Gobierno español tolera y financia la trama delictiva creada por el expresident en Cataluña. Cómo se puede pedir respeto a los de fuera cuando los golpistas catalanes siguen campando a sus anchas en calles, carreteras, autopistas de peaje, parlamentos, comisarías, escuelas y platós televisivos.

Lo que hemos sembrado en 40 años de democracia no podía darnos mejor cosecha que la de un tribunal alemán, equivalente a una audiencia provincial, despachando a la ligera un trabajo pormenorizadio de meses a cargo de un magistrado del Tribunal Supremo español. Ha prevalecido el relato de los secesionistas ante la inacción y la rendición del Gobierno de Rajoy. No es extraño pues lo que ya barruntaba AD cuando todos los medios cantaban victoria. Dijimos que Europa no desaprovecharía la ocasión del desquite histórico contra España. Y por desgracia no nos equivocábamos.

Nos han vuelto a dejar a los pies de los caballos. Lo hicieron con la guerra del fletán, con la crisis del pepino, con ETA y ahora con el conflicto catalán. Si hubiese un conflicto entre Reino Unido y España por Gibraltar, sólo un tonto como Dastis dudaría de parte de quien se pondría la Unión Europea. Y ello pese al Brexit.


La democracia española no pinta nada en Europa porque nos hemos convertido en un país mediocre que no impone respeto ni seriedad. Nos hemos enemistado con Rusia por obedecer los dictados de UE, aceptamos refugiados porque lo ordenaba la UE, nos abrimos al mercado internacional sin tener un tejido productivo capaz de competir en igualdad de condiciones con el del resto de países avanzados. Incluso aceptamos cantar en inglés en Eurovisión para parecer más modernos.

Somos un país pobre, acomplejado, sin orgullo, sin dignidad, sin vocación de liderazgo. Este país no es más que el reflejo mortecino de su dirigencia política. Nos fue asignado el papel de servir de camareros a toda esa basura europea, borracha y vocinglera, que copa los bares de nuestras zonas turísticas.

Europa ha legitimado de facto el golpe en Cataluña y se ha ciscado sobre en nuestra soberanía nacional. Nos ha dicho alto y claro que no tenemos derecho a defendernos de quienes traten en el futuro de romper España a contrapelo de las leyes nacionales vigentes. Si no estuviésemos liderados por políticos tan traidores, hoy mismo tendría que haberse puesto sobre la mesa la renegociación de nuestra pertenencia a la Unión Europea y someterla luego a referéndum.

La justicia alemana ha rechazado la extradición de Puigdemont por rebelión, pese a las clamorosas pruebas aportadas por el juez Llanera, porque se ha impuesto la propaganda separatista, los millones de euros del Fondo de Liquidez Autonómica (FLA) destinados por la Generalidad a pagar publicidad en los medios y a las embajadas del odio a España.

Lo que mal empiueza peor termina. Tenemos a una casta política al nivel de las cloacas. Desde el primer momento renunció a tomar las decisiones que la gravedad del desafío catalán exigía a gritos. Lo dejó todo en manos de los jueces. Nunca se hizo el esfuerzo necesario para explicar a nuestros socios europeos lo que de verdad ha ocurrido en Cataluña, lo que supone el golpe separatista y la colección de delitos cometidos por Puigdemont y su banda desde mucho antes del 1-O.

La realidad es que el Gobierno también ha supeditado estas explicaciones -como todo lo demás- a su interés cortoplacista de no complicarse más su situación política, a un vano intento de no romper unos puentes con el separatismo que los propios separatistas habían dinamitado mucho antes y, por supuesto, a su incapacidad patológica para tomar decisiones complicadas.

Porque a un juez de provincias alemán, o de cualquier otro país, le debe resultar muy complicado entender cómo puede ser un delito gravísimo convocar un referéndum cuya celebración el propio Gobierno español no impide e incluso financie, y tras el cual tarda varias semanas en destituir a sus responsables.

Como igualmente incomprensible debe resultar para un juez alemán que, tras destituir a los golpistas, ese mismo Gobierno convocase inmediatamente unas elecciones y se permitiese presentarse a las mismas a los presuntos delincuentes, y menos aún que incluso se llegase a decir que se veía “con buenos ojos” que el propio Puigdemont fuese candidato a ocupar el mismo cargo desde el que se supone que ha delinquido.

Del mismo modo que es muy difícil convencer a un tribunal alemán, belga, suizo o de cualquier otro sitio que a ese ciudadano europeo al que acusas ahora de ser un peligroso delincuente lo has dejado circular con total libertad y le has permitido protagonizar una fuga con ribetes tragicómicos.

Y como, finalmente, no hay forma de entender, se sea o no un juez de una audiencia regional alemana, que con el desafío independentista a todo tren desde el año 2012 en España no haya habido un gobierno capaz de incluir en la legislación un delito que encajase de una forma más clara en la evidentemente delictuosa actuación separatista -la inmensa mayoría de los países de nuestro entorno reconocen el intento de quebrar la unidad nacional como un delito grave- o de recuperar el delito de convocatoria de un referéndum ilegal que Zapatero retiró del Código Penal en un gesto -otro más- para pastelear con el separatismo.

Un pasteleo y una inacción que son, en el fondo, lo que nos ha llevado a lo ocurrido este martes en Alemania, después de que el Gobierno español lleve años esperando que sea la Justicia la que asuma el coste político de las decisiones que él mismo no ha sido capaz de tomar, y es prácticamente imposible hacerle entender eso a un juez en otro país al que, además, lo que le está llegando masivamente es la versión separatista de los hechos”.

La incapacidad del Gobierno frente a la agresión separatista que llevamos ya muchos años sufriendo ha hecho inútil la valiosa y valerosa reacción de la Justicia y el despertar de la conciencia nacional.

Lo que necesita ahora España no son columnas periodísticas sino una acción resolutiva y correctora. De entrada, expulsión de esta basura turística en nombre de la dignidad nacional. Esta Europa guarra y zafia representa lo peor de la condición humana. Combatirla con todos los medios a nuestro alcance se ha convertido en una exigencia que Dios nos manda cumplir a nosotros. Antes con los que claman “Allah Akbar” que con la guarra de la imagen.

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