El daño de Lopetegui a España era de andar por casa; el daño de Rubiales es mundial y se mide por las infinitas formas en que «Lo-pe-te-gui» era pronunciado ayer en el Centro de Prensa.
A resolver
- Se ha abierto una brecha inaudita entre la selección española y el primer club de España
Al terminar la rueda de prensa de Rubiales, muchos comentarios elogiaban su capacidad testicular. No podía elogiarse otra cosa. Rubiales, una mezcla de ethos populista y Paco Jémez, demostró que los tiene bien puestos. «Los valores de la Federación los pone la Federación». Puso sus valores sobre la mesa y sí, se vio que los tiene esféricos y más o menos del tamaño de dos melones cantaloupe. Cabeza ya ha demostrado menos. Dejar a España sin seleccionador dos días antes del debut por una «cuestión de formas» no lo hace ni Corea del Norte. Como consuelo, la Federación podría encargar una reproducción en oro para que en lugar de Copa los aficionados puedan ir en peregrinación a hacerse unas fotos con los bemoles bardémicos de Rubiales, autor de una auténtica camachada presidencial, de un arranque de testosterona que nos devuelve la Furia, pero Furia en los despachos.
El daño de Lopetegui a España era de andar por casa; el daño de Rubiales es mundial y se mide por las infinitas formas en que «Lo-pe-te-gui» era pronunciado ayer en el Centro de Prensa.
Los medios que aplauden esto han demostrado que por encima de la selección está su «Concepto de selección», que es como mínimo desconcertante cuando callaban los días en que Piqué animaba a la desobediencia (que eso pasó). Esos mismos no pueden soportar ahora la inelegancia de Lopetegui. Ah, las formas. ¿Y el himno? ¿Eran «formas» el himno?
Que el Madrid o Pérez, según puntos de vista o fijaciones, se salga con la suya era inadmisible, intolerable, irrespirable. En Krasnodar los pájaros estaban empezando a morir.
Que el modesto Lopetegui, sin glamour alguno, se vaya al mejor equipo del mundo pagando la cláusula después de hacer su trabajo con profesionalidad era insoportable.
Salvo la pataleta de Rubiales (y de la prensa) por no enterarse, las únicas objeciones serias son la ruptura de una cierta costumbre con la RFEF y la posibilidad de que un futuro madridista actuara en el vestuario «de todos». Objeción realmente innoble.
Con el paso de las horas, el despido de Lopetegui adquiere rasgos improcedentes y un valor de divisoria nacional en función de cada sensibilidad. La Antiespaña está encantada con Rubiales; dentro del españolismo, los antimadridistas también, especialmente cierto colchonerismo profesional que ha ejercido de ofendido guardián de las esencias patrias y de la institución.
Incluso dentro del madridismo, la figura de Florentino abre una legítima veta de crítica, pues con su incuestionable dominio del panorama bien podía haber evitado esto en beneficio no de la selección, que a la selección no le pasaba nada, sino del entrenador y del propio club. Aunque el Madrid lo tiene muy difícil para contentar a cierto sector del negocio. No puede fichar a nadie del Sevilla, Athletic, Valencia, Barça o Atlético sin que haya manifestaciones y solo cabe recordar que sus pioneros viajes a China era considerados «prepotencia» por los que ahora buscan allí su capital.
Zidane nos hizo supersticiosos, tanto como para temer que su marcha pueda quitarle al Madrid el «ángel» que le sacó de su errática línea anterior.
Se abre una brecha inaudita entre la selección española y el primer equipo de España. Florentino debería hacer algo porque de Rubiales solo podemos esperar «A mí, Sabino» federativos.
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