miércoles, 13 de junio de 2018

Carta a Pedro Sánchez del director de AD: “Entregaste España a los separatistas para alcanzar el poder y hoy venderías tu alma al diablo para conservarlo”



Despreciable presidente: te aliaste con las peores fieras de la manada para saciar tu infinita sed de poder. Lograste al fin tu viejo sueño, tanto tiempo perseguido, de ocupar el complejo residencial de la Moncloa, sin más preámbulos que una moción de censura contra la que tu mismo nos previniste hace meses.

“Entregaste España a los separatistas para alcanzar el poder y hoy venderías tu alma al diablo para conservarlo”

Despreciable presidente: te aliaste con las peores fieras de la manada para saciar tu infinita sed de poder. Lograste al fin tu viejo sueño, tanto tiempo perseguido, de ocupar el complejo residencial de la Moncloa, sin más preámbulos que una moción de censura contra la que tu mismo nos previniste hace meses. Lograste por esa vía lo que los españoles nunca te habrían concedido a través de las urnas. Debo admitir sin embargo que, desde tu llegada al poder, has actuado con destreza y manejado hábilmente el efectismo que causaron algunos de tus nombramientos florales.

Tus primeras decisiones nos retrotraen al periodo zapaterista, que fue la causa de muchas de nuestras actuales zozobras. La más inexplicable de todas ha sido tu decisión de elegir en persona el puerto de Valencia como lugar de acogida de los más de 600 inmigrantes del barco Aquarius al que las autoridades italianas negaron arribar a tierra. La elección no fue casual. Pensaste que tu decisión privaría de bazas a la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, que se había ofrecido a acoger a los inmigrantes. De igual forma, pensaste que tu decisión beneficiaría al gobierno socialista valenciano, en detrimento de Podemos. Tu frivolidad nos aterroriza. Has demostrado que cualquier cosa te resulta válida a cambio de que te resulte electoralmente útil, aunque suponga un desastre para el país sobre el que tanto poder te fue concedido por los que quieren destruirlo. ¿Cuántos miles de inmigrantes estás dispuesto a cargar sobre las espaldas de los españoles con tal de afianzarte entre tus potenciales xenófilos votantes? ¿Crees que existe algún límite que la inmigración no podría rebasar sin poner en riesgo la continuidad del país que construyeron españoles mucho más valiosos que tu? ¿Cuál sería ese límite? ¿Uno, diez, veinte o cincuenta millones de personas incapaces en sus países de construir nada que remotamente se parezca a una sociedad fecunda y organizada?

Lo políticamente correcto puede ser acoger refugiados sin fin. Pero eso sólo sirve para agrandar el problema. Y si los italianos han construido una barrera política casi infranqueable, el gesto del Gobierno español garantiza que España sea el siguiente foco de atracción. El efecto de tu desatinada decisión pronto lo padecerán muchos españoles que, por desgracia, no cuentan ni contarán con tus regalados privilegios. Como ha sido apuntado, lo políticamente correcto puede ser acoger refugiados sin fin. Pero eso sólo sirve para agrandar el problema. Has ofrecido una gran victoria a las mafias y a las oenegés dedicadas al tráfico de seres humanos. Has puesto a España en el foco de atracción de todas ellas. Y con tu gesto has conseguido que Europa siga teniendo un grave problema con la inmigración. El hartazgo de los ciudadanos italianos ha llevado al Gobierno de aquel país a cerrar sus fronteras a la inmigración ilegal. Pronto ese hartazgo se trasladará a los españoles, pero eso a ti te da lo mismo. De hecho, entregaste España a los separatistas para alcanzar el poder y hoy serías capaz de vender tu alma al diablo para conservarlo.

Hagas lo que hagas y gracias al envenenado apoyo de lo peorcito de cada casa autonómica, te has garantizado un sueldo vitalicio de 80.000 euros cada año, además de otras envidiables prerrogativas que te hubieran sido imposibles alcanzar fuera de la acción política. Comprendo por ello que tanto a ti como a los de tu banda os traiga al fresco el colapso de la Seguridad Social y de otras sobrecargadas instituciones públicas. Gracias a un sistema que premia a los peores, no os veréis nunca expuestos a los problemas que de ordinario sufren los españoles que se hacinan en barrios multiculturales. La paradoja es que exponéis a los peligros contra los que vosotros os blindáis a toda esa plebe que os vota y mantiene.

No sé si serías capaz de poner rostro a uno sólo de los españoles a los que tu decisión de ayer mermará su calidad de vida. Sería yo el primero en exigir políticas solidarias con los de fuera si los nuestros viesen colmados sus objetivos económicos o tuviesen los servicios públicos que merecen. Pero por desgracia este es un país económicamente desestructurado, con grandes desequilibrios sociales, con millones de empleos precarios, con una gran masa desempleada y con miles de españoles en permanente roce con la indigencia. Apelar a tu solidaridad primero con los de casa son ganas de perder el tiempo. Lo vi ayer, al contemplar tu imagen en todos los noticieros, exultante y con pose triunfal. Ni siquiera has explicado lo que nos van a costar los refugiados que desembarcarán en el puerto de Valencia en pocas horas. Ni que eso dinero se lo tendrás que quitar a los españoles en forma de más impuestos.

Que yo rechace la inmigración masiva en España no me convierte en peor persona. Oponerte a que tus compatriotas disfruten del fruto duramente cosechado por nuestros padres y abuelos, a ti sí. La solidaridad con extraños se convierte en monumental estafa si es a costa de la gente a la que en primera instancia te debes. Y es que estamos rodeados de canallas de cuello blanco que juegan a ser solidarios dejándoles a los españoles un futuro sencillamente pavoroso.

Si fueras un presidente decente, le explicarías a los españoles que tu presteza buenista en el lucrativo negocio de la solidaridad consistirá en detraer de los empobrecidos ciudadanos los recursos de los que carecen para que tus invitados puedan llevar una vida ociosa y regalada.

Debo al menos admitir tu coherencia en mantener vivo el principio izquierdista de socializar la pobreza. Millones de españoles malviven con ínfimos salarios y con la soga de la ferocidad fiscal rodeando sus cuellos. Por desgracia para ellos, el fruto recogido nunca es el resultado del esfuerzo cosechado. Mientras tú te dedicas a culminar la tarea de Zapatero de destruir el país, millones de españoles con subempleos precarios trabajarán para que ante tus invitados se abran las puertas de nuestras instalaciones sanitarias, de nuestros servicios sociales, de nuestros transportes públicos, de ese estado del bienestar asegurado por la magna obra de los españoles que nos precedieron y que acaso no alcance a conocer la extensa prole que tus invitados tendrán en pocos años.

Aunque no lo escucharás en boca de los periodistas, y mucho menos en la de los representantes de una casta política, maternal con los hijos de otros y madrastra con los suyos propios, mi deber es denunciar que todo el cúmulo de servicios y atenciones que recibirán tus protegidos se habrá debido a todas esas generaciones de españoles europeos que han trabajado, luchado, sufrido, inventado y creado durante siglos. Mientras nuestro pueblo levantaba catedrales e inventaba cosas que aseguraran la supervivencia a millones de personas de todas las razas, otros pueblos tocaban el tam tam, comían lo que tuvieran a mano y sucumbían ante las leyes de la naturaleza con fatalista resignación.

Deberías también advertir a tus patrocinados que no todo el porvenir va a ser igual de ventajoso para ellos. Cuando los siervos de la élite acordaron soterrar con el manto de la solidaridad la inefabilidad de las leyes naturales, comenzó a tejerse el drama que hoy nos conturba. Si la solución a ese drama es que rehuyan el esfuerzo de fertilizar sus sociedades porque se les ofrece la oportunidad de reemplazar a los europeos, con la tutela de las penosas leyes que han sido aprobadas por los sucesivos gobiernos, tu deber es advertirles que cuando se culmine ese feroz propósito, con el hombre nativo europeo convertido en una simple rémora, apenas quedarán recursos humanos potencialmente avanzados para el sostenimiento del asistencialismo social que hoy podemos seguir manteniendo. Siento ser así de crudo, pero hasta el idolatrado y sobrevalorado Nelson Mandela, que era sobre todo un tipo muy listo, sabía que una Suráfrica sin blancos sería como un erial sin regadío. Mantener a flote el barco botado hacia el estado de progreso y desarrollo social no es empresa que esté al alcance de todos los timoneles. A la historia de unos y otros me remito.

Pero mientras llega el naufragio, disfruta cuanto puedas de las ventajas de tu papel protagonista en la obra que ha sido puesta en escena por los mundialistas, sobre las carcomidas tablas de la nación que otrora fue grande y digna.

Te confieso que si pudiera, pondría tierra de por medio en busca de un lugar que estuviera lo más alejado de ti. No lo tomes como algo personal. Si la libertad es la base más sólida de una existencia digna y libre, mi libertad me impele a buscarla entre los míos, cobijado bajo mi civilización y sin que ésta tenga que estar en permanente regresión por la incívica convivencia de realidades tan distintas.

Espero que quienes así pensamos podamos encontrar algún día el sostén de ese lugar, en el este de Europa o en la América más profunda, donde la asimilación de los pueblos no esté en permanente entredicho, a salvo de asaltos fronterizos y misceláneas culturales, y donde cada grupo humano lo sea por compartir unos valores, unas costumbres y unos comportamientos comunes. Ni mejores ni peores, pero distintos a los que tu promueves. Es mi libertad, salvo que los que han amparado políticamente tu llegada indecente a la Presidencia del Gobierno también quieran arrebatármela.

Y sin otro particular, presidente, sólo un deseo: que recibas en vida todo el mal que causes a los españoles.

*Director de Alerta Digital y presidente-fundador de Soluciona.

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